- Felipe González piensa que la actual coyuntura de su partido es transitoria y que las cosas volverán a sus cauces normales. Se equivoca.
Felipe González lo dijo de una manera tan rotunda en la revista Vanity Fair que resulta imposible manipular el mensaje en un sentido distinto.
Fueron tres afirmaciones a cual más concluyente.
La primera define lo que es el actual gobierno: «Se trata de liquidar, de que se olvide la Transición, el pacto que ha permitido más avances en la convivencia entre españoles de toda la historia contemporánea de España».
La segunda, que este gobierno, aun siendo del mismo partido que él encabezó durante tantos años, ya no le representa. «Eso es seguro».
La tercera, que es la que más me interesa en este momento, es su consideración de la Segunda República, a la que coloca siempre un escalón por debajo de la Transición, por el fracaso de convivencia que supuso.
Del proceso abierto con la Constitución de 1978, que él mismo protagonizó junto con otras primeras figuras de la política española, como Adolfo Suárez o el propio rey Juan Carlos I, dijo que significa «el hecho completamente excepcional en nuestra historia en que se alcanza un pacto de convivencia en libertad y en democracia entre los españoles».
Es por ese elogio constante a la Transición, y la inferioridad implícita de la Segunda República, por lo que suponemos que utilizar un ejemplo de esta última tan genuino como fue la CEDA para aplicárselo a la política de Feijóo indicaría una muy severa reconvención por su parte.
Habría que ver no obstante, y eso que estamos saturados de sobredosis de memoria histórica, cuánta gente sabe que existió un gran partido de derechas durante la Segunda República llamado así.
González dijo esto de Feijóo: «Tener un proyecto para España no es lo mismo que reconstruir la Confederación Española de Derechas Autónomas. No porque la autonomía no tenga el peso que tiene que tener de descentralización, sino porque la autonomía no puede ser centrifugación del poder. Si uno quiere tener un proyecto de país no puede hacer una Confederación Española de Derechas Autónomas, donde cada uno haga lo que quiera, que sea compatible con un proyecto de país. Pero por lo menos tienen una Confederación Española de Derechas Autónomas. Por la otra parte no tienen un proyecto de país».
Se entiende que Felipe González recurrió a la CEDA por las veces que Feijóo ha reunido a los once presidentes de autonomías, más los de las ciudades de Ceuta y Melilla, todos ellos gobernados por el PP, para realizar declaraciones institucionales frente a la política de Pedro Sánchez.
La CEDA fue el más importante partido de la derecha en el régimen de 1931. Apoyando al Partido Radical de Alejandro Lerroux, consiguió liderar el gobierno durante el bienio conservador que va de 1933 a 1935.
Aquel episodio fue tan mal digerido por las izquierdas, y en especial por el PSOE, que organizaron una huelga revolucionaria en 1934 que tuvo repercusión sobre todo en Cataluña y en Asturias.
En esta última, con la necesidad añadida de enviar tropas del Ejército, dirigidas por el general Francisco Franco, para restablecer el orden republicano.
Tras la caída del lerrouxismo, debido a sus casos de corrupción, la CEDA solo tuvo la posibilidad de pactar con el Bloque Nacional de Calvo Sotelo. Pero este estaba entonces en posiciones tan antirrepublicanas que hacían inviable el pacto de las derechas.
Y así fuimos a la catástrofe de las elecciones de 1936, tras las que se desencadenó la Guerra Civil.
«Darle protagonismo a las autonomías no es contradictorio con tener un proyecto de país»
No obstante, la comparación del PP con la CEDA encierra un equívoco.
Primero, porque las reuniones del presidente del PP con los presidentes autonómicos de su partido no pueden equipararse con lo que fue un partido como la CEDA.
Y segundo, y más decisivo, porque darle protagonismo a las autonomías no tiene por qué estar en contradicción con tener un proyecto de país. Tampoco en el caso de las derechas.
Se trata esta de una crítica muy típica de la izquierda que se olvida de que si en España hay una construcción histórica que pivote alrededor del principio del federalismo, esa es la del tradicionalismo.
Se pueden consultar para comprobarlo las obras de Juan Vázquez de Mella, el autor más influyente en el tradicionalismo español del primer cuarto del siglo XX, y cuya ideología está íntimamente ligada al federalismo, en su caso por la existencia de los antiguos reinos españoles, así como de sus entidades jerárquicamente dependientes, todas gobernadas por sus fueros respectivos, como fue el caso de las provincias vascongadas.
Donde mejor se ve la diferencia entre izquierdas y derechas en el diseño territorial de España es en el País Vasco.
Desde la izquierda, su discurso federal hace tabla rasa de la historia política española y propugna una autonomía que suprima las singularidades provinciales, como hace poco dijo Otegi que debería ser de sentido común (imaginemos lo que este personaje entiende por sentido común): que en un territorio tan pequeño como el vasco no puede haber tres haciendas provinciales.
Al PSE no le costaría nada suscribir esta idea, independientemente de que sea Otegi quien la proclame.
En cambio, es el PP vasco (en esto bastante incomprendido por el PP nacional), y un sector muy importante del PNV, sobre todo vizcaíno, quien más defiende la singularidad provincial, porque es la que viene dada por la historia.
La conclusión de todo esto es que Felipe González piensa (como pensamos muchos españoles) que el periodo democrático del que disfrutamos hoy, con todos sus defectos, está muy por encima de lo que significó la Segunda República, en cuanto a fraguar un pacto duradero de convivencia entre españoles.
También que le cuesta mucho admitir que su partido, tan alejado ahora del partido que dirigió durante tantos años, está en las antípodas de lo que él querría. Su insistencia en creer que es posible un retorno a las posiciones que él representó lo dice todo: «Nunca creo que haya puntos de no retorno».
Es por eso que utiliza para Feijóo una comparativa como es la de recurrir a la CEDA, el principal partido de derechas republicano (¿con quién de aquella época compararía a los actuales referentes del PSOE, Zapatero y Sánchez?).
Y es que Felipe González no puede evitar sentirse del partido que dirigió mientras fue presidente del Gobierno, piensa que la actual coyuntura de su partido es transitoria y que las cosas volverán a sus cauces normales.
Lo dice en la entrevista: «Las cosas volverán a ser como debieron ser sin cambiar, te lo aseguro, porque la condición humana sobrevivirá a la mentira, al engaño permanente».
Ojalá tenga razón. Pero mucho me temo que las cosas para su partido ya no volverán a ser nunca lo que fueron.
*** Pedro Chacón es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.