Jesús Cacho-Vozpópuli

«Pero, ¿realmente no hay solución? ¿Sólo queda la resignación o el exilio?!

Tiempo atrás, por mi Tierra de Campos natal circulaba una especie de chiste apócrifo nada caritativo con los esforzados braceros gallegos que todos los veranos inundaban la región para segar con hoz el cereal crecido en el llamado “granero de España”. Era gente humilde, acostumbrada a soportar mil penalidades (Rosalía de Castro salió en su defensa pidiendo para ellos piedad: “Castellanos de Castilla, tratade ben ós gallegos; cando van, van como rosas; cando vén, vén como negros”). Contaba la historieta que una nutrida cuadrilla de segadores que regresaba a su querida Galicia había sido atracada por unos bandoleros que la asaltaron por tierras del Bierzo. “Pero, ¿cómo es posible que cuatro bandidos lograran desvalijar a cuarenta segadores? se preguntaba el narrador. “Es que nos rodearon…” A la Unión Europea (UE) también le han rodeado. Vladímir Putin por el este y Donald Trump por el oeste. Hasta 27 países componen una Unión poseedora de formidables capacidades para enfrentar con ventaja la violencia rusa y el desdén norteamericano: un PIB diez veces superior al de Moscú; una renta per cápita envidiable, una moneda común, buenas infraestructuras, universidades de primer orden, talento en todos los campos de la ciencia y la investigación, empresas multinacionales, un mercado de casi 450 millones de consumidores y, sobre todo, unos Estados de Derecho que, en la tierra que vio nacer la Declaración Universal de los Derechos Humanos, marqués de Lafayette al canto, garantizan vida, libertad y propiedad. ¿Cómo es posible, entonces, que esa impresionante suma de fortalezas muestre hoy el paisaje de miedo y ansiedad de quien se siente perdido, incapaz de afrontar el futuro con garantías?.

La UE posee formidables capacidades para enfrentar con ventaja la violencia rusa y el desdén norteamericano

Acostumbrada, la ciudad alegre y confiada, a vivir bajo la protección del paraguas nuclear norteamericano, la llegada de Trump a la Casa Blanca ha puesto al viejo continente frente al espejo de sus miserias, forzándole a un brusco despertar tras décadas de ensimismado dolce far niente. Con Ucrania en guerra desde hace tres años, la paz en Europa está seriamente amenazada por un nuevo tirano, un criminal de guerra que muy probablemente no se detendrá en el Dombas ni en Crimea si consigue derrotar a Kiev. Y Donald le ha dicho al viejo continente que tiene que aprender a defenderse solo, situación nueva, desconocida desde el final de la II Guerra Mundial. ¿Qué hacer? La reunión extraordinaria del Consejo Europeo celebrada este jueves en Bruselas decidió ratificar un plan (“ReArm Europe”, que buena es Ursula von der Leyen creando eslóganes) que prevé invertir hasta 800.000 millones para “fortalecer la seguridad de la Unión Europea, enfrentada a un reto existencial”, y la protección de su ciudadanía. “Son tiempos extraordinarios, que exigen medidas extraordinarias”, dijo la doña. Una cifra fastuosa, que se añade a otra similar que, según Draghi, la Unión necesitaría para suplir su gap tecnológico con Washington y Pekín, pero que los cerebros de Bruselas han decidido dejar fuera de las reglas fiscales para poder gastar a gusto. ¿Será por dinero?

El desafío lanzado por Trump sorprende al viejo continente inmerso en una de las peores crisis de su historia. Valga el caso de Alemania, histórica locomotora europea, cuya renta per cápita se ha desplomado frente a la de EE.UU. y cuyo crecimiento está estancado desde 2019, al punto de llevar dos años (23 y 24) en recesión, con caída de la producción industrial, quiebras empresariales y despidos masivos en sectores como el automóvil, el acero, la química, o la máquina herramienta. La pandemia de Covid, la guerra en Ucrania y el giro proteccionista de la América de Trump ha puesto al descubierto las grietas de un modelo basado en la exportación de bienes industriales (51% del PIB), catapultado por un abundante gas ruso, mano de obra cualificada y barata de Europa del Este, y mercados BRICS y USA encantados de poder comprar los BMW alemanes. Quizá es peor la situación de una Francia asfixiada por una deuda que supera los 3 billones. Plantear nuevos gastos de Defensa a un país que dedica 900.000 millones al año, un tercio del PIB, récord mundial, al mantenimiento de su sacrosanto Estado del Bienestar, que se niega a cuestionar la sostenibilidad del modelo y que soporta los niveles impositivos más altos de la UE, parece una locura. Una bomba de relojería allí donde la administración penitenciaria acaba de gastar 120 millones en la compra de 25.000 de tablets para «facilitar la comunicación entre los presos y agilizar sus reclamaciones a los jueces”. Todo  el mundo sabe en París que en algún momento Francia, amenazada por una crisis de deuda capaz de dejar en pañales lo ocurrido en Grecia, necesitará meterle mano drástica a su gasto social, pero quien se atreva a decirlo en público correrá el riesgos de ser quemado en la hoguera al modo Juana de Arco. Un puzzle sin solución. Y hasta que el cuerpo aguante.

Europa está seriamente amenazada por un nuevo tirano, un criminal de guerra.

En estas circunstancias, la elite de Bruselas reunida en cumbre extraordinaria propone seguir gastando como si no hubiera un mañana a una Unión endeudada y exhausta. “Deuda mancomunada” lo llama nuestro zangolotino. A nadie se le ocurre plantear la urgencia de hacer economías, recortar gasto público, trabajar más y mejor, alargar la edad de jubilación (62 años en Francia frente a los 67 de Alemania), reducir el absentismo laboral, aligerar las tasas que castigan a empresas (y empleados), acabar con las subvenciones, poner fin al delirio reglamentista, liberalizar, volver a situar la libre iniciativa, responsable de la riqueza del continente, en el frontispicio del edificio comunitario. En realidad Europa lleva ocho décadas gobernada por ese socialismo rampante que todo lo corrompe. Un socialismo caritativamente apodado “socialdemocracia”, un modelo gestionado unas veces por la derecha y otras por la izquierda, que ya no da más de sí. Acostumbrada a años de perezoso sesteo, se asusta cuando un loco descerebrado, a quien Moscú parece tener bien cogido por sus partes, le dice la verdad. Escribía días atrás Nicolas Baverez en Le Figaro que “los europeos están obligados a abordar urgentemente una cuádruple elección que han rechazado o eludido desde 1945: libertad o servidumbre, crecimiento o degradación, rearme o guerra, poder o decadencia”. Por desgracia, da la sensación de que los europeos hace ya tiempo que eligieron y optaron por la servidumbre, la degradación, la decadencia y, ahora, la guerra.

La sombra de una gran decepción recorre Europa. Escribe Irene Gonzalez en su “Salvar Europa” (Ed Ciudadela) de próxima aparición: “Durante décadas, el relato del consenso europeísta otorgó un carácter místico, casi mágico, a una UE configurada como una superdemocracia de la que emana un poder incuestionable y perfecto, casi religioso, al que han de someterse los ciudadanos. En estos últimos años, sin embargo, muchos se han visto traicionados por quien prometió libertad, abundancia y paz en el mejor de los mundos posibles y solo encuentran un caro sistema burocrático de control social, no representativo, extractor voraz de recursos y obstáculo de riqueza, cuyo liderazgo se centra en el decrecimiento planificado contra el Occidente moral y cultural europeo”. Ayer Juan Delgado contaba aquí que “Bruselas impulsa una tasa woke en plena guerra comercial que afectará a miles de pymes”. Se llama ‘Directiva sobre Diligencia Debida de las Empresas en Materia de Sostenibilidad’ que pretende obligar a los empresarios a comprobar si sus proveedores respetan los derechos humanos y los requisitos medioambientales. La norma dice que obligará a las grandes empresas, pero por ósmosis se extenderá a las subcontratas, a cientos de miles de pymes en toda la UE que verán sus costes disparados. Definitivamente, la élite de Bruselas ha perdido la cabeza. Pero, ¿qué esperar de un Club capaz de nombrar vicepresidenta a una reconocida sectaria a fuer de socialista como Teresa Ribera, cuya única aspiración es colocar lo mejor posible a su prole? Es el socialismo, el cáncer que corroe el continente desde la caída del muro de Berlín. Por eso el problema de la UE es mucho más profundo que el de esa ridícula clase burocrática que se ha hecho fuerte en Bruselas. Es el rechazo a una concepción liberal de la vida. Es la renuncia a las raíces cristianas del continente. Es la rendición ante “el empuje expansionista de un Islam vengativo y contracolonial” (Mathieu Bock-Côte). Es la entronización del dinero como valor supremo. Es la corrupción.

Es el socialismo, el cáncer que corroe el continente desde la caída del muro de Berlín.

Y mientras Europa busca la unidad para hacer frente a la amenaza rusa, España se desintegra víctima de un proceso de ruptura interna propiciado por un delincuente dispuesto a reinar sobre las ruinas de la nación. Retazos del editorial aparecido aquí este martes, tras el acuerdo entre Sánchez y Puigdemont que permitirá a los Mossos d’Esquadra gestionar en pie de igualdad con Policía y Guardia Civil la seguridad de puertos, aeropuertos y fronteras, otorgando a la Generalitat la ejecución de devoluciones en caliente de inmigrantes, el control de los CIE y su conversión en «ventanilla única» para solicitudes de estancia de larga duración, incluida la expedición del NIE. “Estamos ante otro impúdico capítulo del verdadero manual de resistencia de un aventurero de la política dispuesto a pagar el precio de desmantelar el Estado para asegurar su supervivencia” (…) “Un nuevo episodio de deconstrucción constitucional, un nuevo golpe al principio de soberanía nacional, mediante la cesión de competencias que pertenecen en exclusiva al Estado” (…) “Un paso más hacia un Estado fracturado. Se trata de la progresiva desintegración de un modelo de convivencia que costó mucho construir. Una demolición quirúrgica realizada mediante decretos y proposiciones de ley”.

“La suerte está echada”, escribe Juan José López-Burniol. “El actual Pacto de San Sebastián entre la izquierda y los independentistas, unido a la fractura y la falta de pulso de la derecha y a la atonía de buena parte de los ciudadanos, hacen que sea imposible armar una alternativa a este desguace del Estado. Sólo queda denunciarlo, aunque no sirva ya de nada. Sólo para morir con las botas puestas”. ¿Es solo Sánchez el responsable? En modo alguno. Responsable es también una derecha que renunció a su misión de liderar la transformación del país, mediante las reformas de fondo pertinentes, en una democracia moderna, una derecha que ha dispuesto de dos mayorías absolutas lastimosamente dilapidadas. Una derecha que ha traicionado a la España liberal hasta el punto de arrojarla de su filas. Ello por no mencionar a esa otra derecha que ahora ha decidido parapetarse tras las faldas de un miserable como Trump. Esta semana hemos tenido constancia de esa tragedia hemipléjica. Mariano Rajoy ha comparecido ante una absurda comisión parlamentaria para hablar de una tal “política patriótica” durante su Gobierno. El gallego logró sin gran esfuerzo vapulear a los rufianes de turno con su verbo dicharachero y pausado, “muy gallego” dicen, al punto de encantar a los plumillas de la corte. El tipo que regaló el Gobierno a Sánchez y su banda, que prefirió abandonar la lucha sin oponer resistencia mientras se emborrachaba en un garito, el tipo que debería sentir vergüenza de salir a la calle, ha sido exaltado como un gran político por buena parte de la prensa de “derechas”, retrato terrible del profundo desvarío mental y moral por el que transita este pobre país.

¿Es solo Sánchez el responsable? En modo alguno.

Hay conciencia creciente de que “esto” ya no tiene solución. “Que el proceso es imparable e irreversible, es decir, que llegará inexorablemente hasta el final, y que no tendrá vuelta atrás” (de nuevo López-Burniol). Asombra la mansedumbre con la que la sociedad española acepta todo. El silencio resignado con el que asume que un corrupto como Sánchez pueda llevar a un país de casi 50 millones y 1,5 billones de PIB hacia el desfiladero de su desaparición sin que nadie le pare los pies. Sin sociedad civil. Con un ejército domesticado. Con una justicia que resiste cual Numancia asediada. Con unos medios quebrados, que ahora miran asustados a Murtra (vale decir a Sánchez) para que no corte el grifo. El muy sinvergüenza acaba de decir que  “Los Mossos d’Escuadra son también Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, como es la Guardia Civil, como es la Policía Nacional”. Se pasa por el forro la Ley Orgánica 2/86, aprobada por otro Gobierno socialista. Miente igual que habla. Se gusta mintiendo, paladea, saborea la mentira, la disfruta. Pero, ¿realmente no hay solución? ¿Sólo queda la resignación o el exilio? Esta semana he conocido a un ingeniero de telecos, Politécnica madrileña, 73 años, gran experto en sistemas de visión nocturna (de nuevo la Defensa de Europa), familia de hijos y nietos bien formados, gente normal enamorada de su país y cumplidora de sus leyes. Personas cuya categoría intelectual y humana te reconcilia con España. Y hay cientos de miles como él. Ingenieros, arquitectos, médicos, profesores, letrados, técnicos, maestros de escuela, artesanos de manos prodigiosas, trabajadores honrados, padres de familia que madrugan para mantener diligentemente a su familia. ¿De verdad debemos rendirnos y aceptar en silencio la desaparición de este gran país a manos de un presidente ilegítimo y una mafia calabresa llegada para enriquecerse a calzón quitado? Aquí no lo aceptaremos jamás, no nos rendiremos nunca y, de entrada, exigiremos a esa derecha miedosa que no acepte sentarse con Sánchez para hablar de aumento del gasto en Defensa a menos que Sánchez renuncie a ese pacto espurio sobre migración y fronteras que vulnera el texto constitucional de cabo a rabo. “Las políticas de control de fronteras, de inmigración y de extranjería son elementos nucleares que definen a cualquier nación”, ha dicho Feijóo. Bien dicho. Ahora toca ser consecuente. Toca poner pie en pared definitivamente, y al que tenga miedo de lo que pueda decir Pepa Bueno, abrirle la puerta de Génova 13 y mandarle gentilmente a la mierda.