Ignacio Camacho-ABC
- La crisis geopolítica ha abierto entre el PP y Vox una sima de desacuerdo. No hay posibilidad de conciliar ambos modelos
Todo este enredo de Trump, Putin, Ucrania y el nuevo orden mundial –que al final apunta justo en sentido contrario al que anunciaban las tenebrosas teorías conspiranoicas– puede convertirse en un serio problema para la derecha española. La coalición natural que muchos votantes conservadores daban por hecha se ha roto antes de poder siquiera constituirse en alternativa, y la obcecación de Vox por convertirse en quinta columna de la inesperada entente rusoamericana deja muy pocas posibilidades de construirla. Ya no estamos ante dos partidos separados por diferencias de énfasis en la oposición al sanchismo sino ante una brecha, casi una sima, entre un modelo liberal de vocación europea y otro en claro alineamiento con la autoritaria internacional nacionalista.
El Partido Popular perdió –o ganó con insuficiencia– las últimas elecciones por precipitar unos pactos que permitieron a la izquierda agitar el voto del miedo. Y poco después Abascal demostró el error de ese acercamiento rompiendo unilateralmente los acuerdos con una discrepancia en política migratoria como pretexto. Ahora, con una severa crisis geopolítica por medio, esas desavenencias poco sustanciales han dado paso a un patente choque entre ambos proyectos, un antagonismo que vuelve en la práctica inviable su eventual convivencia en un Gobierno. Pedro Sánchez se ha encontrado con un regalo del cielo (o del infierno): el rechazo de muchos ciudadanos, incluidos los de centro, a la idea de ver a Vox al frente de un número significativo de ministerios.
Ítem más: ese hipotético Gabinete resultaría tan inmanejable como el actual, con el añadido de que la formación radical ya ha demostrado su desapego –indiscutiblemente honesto– a los cargos, y por tanto su disposición a abandonarlos al mínimo encontronazo. La inestabilidad del Ejecutivo podría entenderse como mal menor de un vuelco necesario, pero los acontecimientos recientes están revelando la existencia de profundas, esenciales incompatibilidades respecto a las políticas estratégicas de Estado. Hasta Ayuso ha dado por imposible ese acercamiento pragmático que sus propios sectores de apoyo tienen, o tenían, interiorizado.
Así las cosas, Feijóo tendrá en algún momento que arriesgarse y clarificar el panorama a sus electores potenciales. Tratarlos como adultos capaces de afrontar la realidad sin evasivas ni ambigüedades. Y hacerlo antes de que sea tarde. Ya no se puede fingir que no se ve al elefante porque está rompiendo a trompadas los cristales. Es hora de desengañarse; en estas circunstancias ciertamente graves, una fuerza democrática europeísta no puede ir a ninguna parte con los socios de los rusófilos húngaros y los neonazis alemanes. Y sí, claro que eso significaría una dificultad importante en el esfuerzo de desalojar a Sánchez. Pero el ejercicio del liderazgo implica una inevitable asunción de responsabilidades.