Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
- No incluyo en la categoría a la izquierda corrupta -con Sánchez-, sino a la ideología que pretende reducir el “liberalismo” a pagar pocos impuestos
El marxismo es en general un pensamiento sumamente conservador incapaz de comprender el fracaso catastrófico de sus proyectos utópicos, pero con “marxistas de derechas” aludo a esa derecha burguesa, un tanto cínica, que solo cree en el dinero como fuerza que mueve el mundo. Como suele presentarse como la anti izquierda -como Trump y Musk iban, falsamente, de campeones del antiwokismo-, suele pasarse por alto que representan los principios básicos de Marx invertidos como en un espejo. En concreto, el de que las creencias, ideas y cultura son impotentes (superestructura) en comparación con los intereses económicos (infraestructura).
El desastre educativo y el cinismo económico
No incluyo en la categoría a la izquierda corrupta -con Sánchez, mero pleonasmo-, sino a la ideología que pretende reducir el “liberalismo” a pagar pocos impuestos y reducir el Estado, si es posible, a una raspa de sardina vieja. Lo que están perpetrando el dúo Trump-Musk al precio de llevar al caos la economía, la bolsa americana y mundial, y el sistema internacional de alianzas. Pero hoy tampoco son ellos mis héroes, sino los marxistas de derechas que se ríen de la cultura y tanta influencia tienen porque son los que tocan el teclado del piano económico. Son ellos, tanto o más que la izquierda tradicional, los responsables del acelerado declive de la educación en España y occidente en general. Hablemos un poco del desastre educativo y luego volvemos a ellos.
Ana Iris Simón publicó la semana pasada una columna impactante donde contaba que en un examen un escolar definió una Piedad cristiana como “señora con hombre muerto en brazos”. Es la triste realidad que conocemos de sobra todos los docentes ilustrados (o sea, frustrados), a saber, la desaparición de la cultura religiosa básica (confundida torpemente con la fe por laicos y religiosos). A esta desaparición debemos añadir la de cultura clásica: muchos universitarios, doy fe, oyen hablar por primera vez de la Biblia y Evangelios, Homero y Eurípides o Cervantes y Shakespeare en un curso de grado. Este año tengo un curso donde ningún menor de 30 años ha visto Psicosis de Hitchcock, no hace tanto muy popular. El cine ha quedado para los cinéfilos entusiastas, tan raros como los expertos en física cuántica.
Su mundo cultural son las redes sociales, videojuegos y modas, incluyendo lo poco que leen (Byung-Chul Han sí, pero ni idea de Markus Gabriel, por ejemplo, o feminismo de género pero nada de Hannah Arendt), y sus referencias intelectuales acaban en lo que prepararon para la selectividad, ese grave error, vacío que prácticamente limita a estudiar en serio técnica aplicada, y gracias.
Su mundo cultural son las redes sociales, videojuegos y modas, incluyendo lo poco que leen
Sigue habiendo buenos estudiantes, leídos y curiosos, pero cada año son menos, y la brecha con el resto mayoritario ha crecido, creo que bruscamente, en los últimos quince o diez años. Sospecho que algo tiene que ver la sustitución de la anterior generación docente por otra con una formación más limitada, y sometida al imperativo de convertir la escuela en “lugar de felicidad” y su trabajo en el de entretenedores o coaching. Porque la calidad de un sistema educativo no depende del dinero gastado, orientadoras ridículas, montones de ordenadores más cursillos y reuniones superfluas, sino de la calidad de la profesión docente. Y en occidente ha derivado a empleo seguro, pero ingrato y desagradable que repele a los mejores candidatos.
Fabricando analfabetos funcionales
Pasó más bien desapercibida la noticia sobre datos oficiales del sistema educativo vasco -uno de los mejor financiados, con diferencia- que revelaban que el 56% de los estudiantes de secundaria que estudian en euskera (la gran mayoría, tras el estrangulamiento abertzale del español como lengua vehicular) son incapaces de entender en esa lengua un “texto de alguna complejidad” (o sea, un texto con puntuación y alguna oración subordinada). En castellano, la incapacidad ascendía al 26%. Y hay razones para suponer que las cifras están maquilladas para rebajar el impacto.
Lo que realmente significan es que la educación obligatoria está fabricando analfabetos funcionales. En el caso vasco, la demencial política de inmersión obligatoria en una lengua vehicular extraña y minoritaria explica parte del desastre (niños inmigrantes obligados a estudiar en una lengua que solo escuchan en el aula), pero no es la única causa. He comprobado que los estudiantes del programa Erasmus que nos visitan no están mucho mejor formados que los nuestros, y que las carencias son muy parecidas.
Los factores de este declive son conocidos: exceso de leyes educativas que en general redundan en los errores de la previa; exceso de burocratización asfixiante, porque los conocimientos se sustituyen por estadísticas triunfales; pedagogía ideologizada y anclada en las falacias de Rousseau y Foucault sobre la bondad natural del corazón infantil, estropeado por la cultura y la sociedad, y la escuela como estructura autoritaria a beneficio de un poder injusto por naturaleza: la detestada democracia liberal.
Pero hay otro menos tenido en cuenta: que las élites económicas y empresariales, más sus satélites académicos y comunicacionales, desprecian la importancia de las ideas, de la cultura y de la educación. Basta con ver las subvenciones empresariales a chiringuitos culturales que dominan desde hace decenios la extrema izquierda woke y el separatismo, charcas de batracios donde han reinado Iñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Ernest Urtasun o el periodista-espía de Putin, Pablo González. No creo que el capital tenga pulsiones suicidas y pretenda subvencionar a sus enemigos de clase -como diría un marxista auténtico-, por lo que se impone la forzosa conclusión de que simplemente desprecian todo aquello cuya importancia ignoran, como decía Antonio Machado de la harapienta Castilla del 98.
Despreciar lo que se ignora
Para sus propios hijos buscan buenos colegios y las mejores universidades (aunque en esto hay mucha pifia: el wokismo izquierdista nació en Princeton, Harvard y resto de la Ivy League), pero al desentenderse de la educación pública o ignorar su decadencia por su peculiar marxismo de derechas abonan la brecha social entre una minoría bien educada y la mayoría que no. Creer que con esa desigualdad, que solo el saber y no el dinero puede resolver, es posible el crecimiento económico, la estabilidad política, la cohesión social y el desarrollo científico-técnico, es una locura. No, de una sociedad desarticulada y tan desigual en saber lo que surgen son los Sánchez, los Trump y gente dependiente de la sopa boba que cree la propaganda más descerebrada. No esperen nada mejor.