Ignacio Camacho-ABC

  • Ya no quedan atajos. O el Gobierno pacta con quienes defienden al Estado o con los que trabajan para desestructurarlo

En esa democracia normal que muchos añoramos, el primer ministro y el jefe de la oposición habrían salido ayer de la Moncloa con un acuerdo bajo el brazo. Ambos representan juntos la verdadera mayoría social y por tanto pueden y deben resolver en comandita las cuestiones de Estado. En la democracia de baja calidad que padecemos, el líder del Partido Popular ni siquiera obtuvo una información clara y suficiente sobre los planes del Gobierno, que el presidente se propone desvelar (?) dentro de dos semanas en el Congreso… si para entonces la situación geopolítica internacional no ha dado un vuelco. Y una parte sustantiva del bloque de investidura anuncia o sugiere su veto al compromiso de incrementar el gasto en Defensa al nivel medio del resto de aliados europeos. Éste es el retrato de una legislatura inviable, armada y sostenida sobre el empeño de un gobernante por sostenerse en el poder a cualquier precio, incluido el de desafiar la lógica de los hechos.

El problema no es la respuesta del PP sino la propuesta de Sánchez. Corresponde al Ejecutivo explicar la fórmula concreta que baraja para aumentar las inversiones militares antes de pedir a nadie que le ayude a cumplir sus responsabilidades. Si piensa presentar los Presupuestos, o si va a recurrir al decreto-ley, o si se limitará a usar el fondo de contingencia, o a cambiar partidas mediante trucos de ingeniería contable. Porque la idea de implicar a la UE en inyecciones financieras directas o bonos de deuda mancomunada tiene por ahora pocos visos de salir adelante. Y sólo entonces los partidos podrán pronunciarse, en el Parlamento, no en equívocas consultas bilaterales convocadas con la prosapia impostada de un monarca reinante. La ronda de ayer constituye un intento cesarista de sortear la legitimidad parlamentaria suplantándola por charlas de café que dejan al margen la imprescindible transparencia de los protocolos institucionales.

Estamos ante un (otro) debate hurtado a la opinión pública, es decir, a los ciudadanos. Y esta vez el laboratorio gubernamental ni siquiera ha podido todavía construir un relato, aunque resulte fácil atisbar cuáles van a ser sus principales trazos: un discurso encendido contra la derecha irresponsable, desentendida, renuente a arrimar el hombro cuando los intereses nacionales lo hacen necesario, y un benevolente capotazo a la falta de respaldo de unos socios incapaces de disimular su fobia a las fuerzas armadas y/o su condición de satélites putinianos. La única salida posible ante un probable atasco, la de convocar elecciones, está fuera de cualquier cálculo por la sencilla razón de que las expectativas demoscópicas del sanchismo van cuesta abajo. Pero las evidencias ponen al presidente ante la contradicción insoluble de su mandato: no es posible pactar al mismo tiempo con quienes defienden al Estado y con los que trabajan para desestructurarlo.