Rebeca Argudo-ABC

  • Esto es lo que hay: nuestro presidente o es un corrupto o un ignorante. Menudo papelón

La lista de investigados cercanos a Pedro Sánchez, el número de fundadísimas sospechas, es ya tal que solo hay dos opciones: que el presidente del Gobierno esté en el ajo o que el presidente del Gobierno no se entere de nada. Y no sé qué es peor para el interés de los ciudadanos. ¿Qué le conviene más a España? ¿Tener al mando a alguien capaz de permitir, cuando no alentar o facilitar, por acción o por omisión, casos de dudosa probidad profesional en puestos de responsabilidad? ¿O uno que los ignora, ya sea de manera voluntaria o por incapacidad, por no estar a lo que está o por estarlo demasiado?

En una de las dos realidades, Pedro Sánchez es el presidente de un gobierno que ha maniobrado para que su esposa, sin ningún tipo de formación necesaria, ostentase una cátedra y medrara en su carrera profesional, apropiándose (incluso y supuestamente) de un ‘software’ perteneciente a la Universidad Complutense. También habría creado (o indicado que se crease) un puesto de alta dirección ‘ad hoc’ para su hermano, permitido que exministros y altos cargos operasen impunemente para lucrarse de manera ilícita y mantenido en el cargo y defendido a un fiscal general que ha filtrado datos tributarios de un ciudadano para perjudicar a un rival político. Además, habría colonizado e instrumentalizado la televisión pública, la agencia EFE, el Centro de Investigaciones Sociológicas, el Tribunal Constitucional, el Consejo de Estado, la Fiscalía General del Estado, el Tribunal de Cuentas, Renfe, Correos, Indra…

En la otra realidad, Pedro Sánchez es un hombre probo e íntegro, comprometido con la ejemplaridad de un ejecutivo «limpio de corrupción» que, a diferencia de lo ocurrido en épocas pasadas, aseguraría, «si hay corrupción, no va a haber impunidad y tiene que haber la determinación de que quien la haga, la pague». Un hombre honorable y sin mácula a quien, todo parece indicar, se la ha metido doblada hasta el ujier. En esa casa de Tócame Roque en la que se habría convertido el Palacio de la Moncloa, el que más y el que menos metía mano en la caja, traficaba con influencias, cobraba comisiones, desvelaba secretos, practicaba cohecho (algunos, también colecho), malversaba, prevaricaba o blanqueaba. Y Sánchez, sin enterarse. Ni en la parienta podría confiar, y él sin saberlo, que mientras le preguntaba en el desayuno que qué dicen los periódicos hoy (mucho Finlandia, mucho Suecia) andaba pergeñando que las gestiones privadas propias de señoradé se las resolviera personal a sueldo del erario. Ni en el hermanísimo mismo podría, sangre de su sangre, que todavía no se había agenciado plaza a medida y ya estaba mirando piso en la zona, en un ejercicio de clarividencia e intuición que ni la bruja Lola.

¿Qué versión es más creíble? ¿La de un presidente que está haciendo justo lo que dijo que venía a evitar o la de un presidente al que se la dan con queso laborables y días de guardar? ¿Y qué es más deseable? Porque esto es lo que hay: nuestro presidente y es un corrupto o un ignorante. Menudo papelón.