Imma Lucas-Vozpópuli

¿Estamos armados para una nueva pandemia? Probablemente no. Aprendimos a resistir no a ser mejores

Lunes, no suena el despertador para preparar mochilas, desayunos, ir a la escuela, a trabajar. No hay ningún sonido habitual, sólo un silencio roto por las sirenas de las ambulancias. Las calles están desiertas parece domingo de descanso, pero es lunes. Era el primer lunes de un estado de alarma previsto para dos semanas pero que, sin saberlo, se alargaría tres meses. Estar en casa, en pijama, con los niños sin colegio, eran unas mini vacaciones extrañas, un drama si encendías la televisión, si tenías abuelos solos, en residencias, o personas cercanas trabajando en hospitales viviendo de cerca la muerte. Era una guerra silenciosa, la del virus y la posterior en salud mental, el mayor reto al que hacer frente en las sociedades actuales.

No podemos olvidar. No aprendimos a ser mejores, no lo somos. Aveces parece que incluso peores por la cruel herida que dejó el virus con el que sí que aprendimos a resistir, a vivir con la incertidumbre, con la frustración, con el miedo. No sabíamos a qué nos enfrentábamos hace cinco años, pero aprendimos más que nunca que la soledad mata, que vivir sin los nuestros, sin sus abrazos, sin su cariño sin su ayuda entristece hasta morir. Volvimos a recuperar a los vecinos, los vecinos de siempre o de antes, los que ayudan, los que hacen la compra para aquellos que están enfermos, que no pueden salir, los que te acercan una taza de caldo, chocolate, bombones o que, tan simple como tan importante, te preguntan de ventana a ventana, de balcón a balcón, cómo estás.

Las videollamadas fueron la salvación para el contacto con los nuestros, para las relaciones laborales, para mantener los lazos sociales, tan buscados en aquellos tiempos de desagarro

Los que resistieron estoicamente cuando las casas con niños se convirtieron en pequeños parques de atracciones, en pasillos con carreras de obstáculos. Santos vecinos los que aguantaron a esos pequeños jugando a la pelota porque los ruidos molestos se transformaron en la alegría de la vida, el ruido que antes podía molestar era el alivio del que está. Que las fiestas en pijama, de disfraces, pintar, el cocinar pasteles se convirtieron en la mayor ilusión del día de los más pequeños mientras los adultos se aficionan a los vermuts, se agotan las olivas, las patatas en las estanterías de los supermercados con la misma velocidad que el papel wc y las cerillas. Aprendimos más si cabe, que es vital estar rodeado de los tuyos, que las videollamadas fueron la salvación para el contacto con los nuestros, para las relaciones laborales, para mantener los lazos sociales, tan buscados en esos momentos de encuentro, de aplaudir en nuestros balcones para aquellos que teníamos la suerte de tener uno.  Aprendimos que la salud mental es más importante que nunca, que es necesaria una red de apoyo, una estructura pública que la garantice. No hay salud sin salud mental. Aprendimos que invertir en ciencia, en investigación, en sanidad, es invertir en bienestar. Ojalá.

Las redes sociales

Se pusieron en marcha los contadores de la muerte en los informativos, la pandemia se llevaba por delante a nuestros ancianos sin poderles ni ayudar ni acompañar. Surgió la duda de si tenemos una buena red de residencias, descubrimos que no, no pudimos acompañar a nuestros familiares a morir, otros tantos fallecieron de forma indigna, sin asistencia o asistidos por personal sanitario que hizo lo que pudo con lo que tenía. Vimos la importancia de escuchar a los medios de manera dosificada para no caer en la desesperación del drama. Vimos la importancia de las redes sociales para sostener comunicaciones necesarias, para el entretenimiento, vimos que lo básico es cuidarnos, tener un techo en el que estar. Nos planteamos el cómo vivíamos, el cambiar el piso en la ciudad por una casa en el campo.

Un lunes como hoy hace cinco años estábamos salvados en casa, aquellos que se podían quedar encerrados eran, sin saberlo, los más afortunados. Un virus paró el mundo, segó vidas, sufrimos, resistimos, otros nos dejaron

Aprendimos a valorar las cuatro paredes de nuestra casa, que la vida es ahora o nunca, que los cambios son posibles, que la vida es frágil, que la familia -la elegida y la de sangre- es el mejor apoyo para superar las adversidades. La pandemia puso a prueba el sistema, cabe reconocer errores, daños causados por decisiones políticas , los Erte salvaron a muchos, las ayudas a los autónomos ahogaron a otros porque no fueron tales sino préstamos a devolver, y eso es todo menos ayuda. Un lunes como hoy hace cinco años estábamos salvados en casa, aquellos que se podían quedar encerrados eran, sin saberlo, los más afortunados. Un virus paró el mundo, segó vidas, sufrimos, resistimos, otros nos dejaron. Aprendimos a resistir aunque se evidenció una realidad dramática, que mejorar en salud mental es aún tarea pendiente de las adminsitraciones, de los pol´tiicos, de los gobiernos. Faltan profesionales, faltan medios para universalizar de forma gratuita el cuidado de la salud mental al mismo nivel que el de la física, biológica o genética. ¿Estamos armados para una nueva pandemia? Probablemente no. Aprendimos a resistir no a ser mejores.