Iñaki Ezkerra-El Correo
Fue en Justmad, la Feria Internacional de Arte Contemporáneo que se celebró entre el 6 y el 9 de marzo en el Palacio de Neptuno de la capital de España. Me topé de frente y de modo literal con la ría de Bilbao. El cuadro ocupaba una pared del espacio dedicado a la galería Zona Incontrolable y se titulaba ‘La colada’. Era un original y deslumbrante homenaje al paisaje fabril de los Altos Hornos que aún yo pude ver entre mi niñez de los años 60 y mi juventud de finales de los 70. Lo que representaba aquel rectángulo de 2 por 1,2 metros era la visión que se podía obtener, desde la dársena de Erandio, de la otra ribera, o sea, de aquellas chimeneas y aquel infierno posado sobre el agua, en las noches en las que, en efecto, había colada y el acero fundido incendiaba el lienzo del cielo tiñéndolo de un rojo luminoso.
El autor es Patxi Navarro, un bilbaíno alegre y vitalista que nació en 1950 y estudió Ciencias Físicas en Leioa. La vida, sin embargo, le llevó a su gran pasión: la fotografía; primero a Argentina y después al Instituto de Estudios Fotográficos de Barcelona hasta que recaló en Madrid hace un cuarto de siglo y se entregó a esa labor de creación que nace de la edición y la inspiración fotográficas.
Sí. La fotografía es el soporte y la herramienta con la que trabaja. Las líneas de colores que traza las obtiene a base de estirar las luces que recoge su cámara, controlando la velocidad de obturación del objetivo y dilatando los tiempos de exposición como si éstos fueran pinceles que arrastraran largas estelas de óleo. Es así como Patxi Navarro ha logrado esa versión psicodélica del Nervión con ciertos ecos del pop art y de un expresionismo lúdico pese a tratarse, como toda su producción, de una obra digital abstracta: modulando y modelando la imagen en el tiempo real en el que su máquina la capta y atrapa; girando esa máquina hacia abajo y peinando los reflejos hacía arriba, como si fueran cabellos o estrías. Hay un secreto en ‘La colada’ en el que reside su fuerza radical y su ausencia de nostalgia. En ese cuadro está la ría de los Altos Hornos, pero también la del Guggenheim. Están el recuerdo y el presente, el fuego y el agua.