José Torné-Dombidau y Jiménez-El Debate
  • La defensa de España y sus territorios es, pues, razón de Estado. No es incumbencia de un partido político ni eventualidad de un momento. Es asunto de la mayor importancia y trascendencia. Es materia que afecta a todos los ciudadanos sin atender a su ideología

Oímos las declaraciones que hacen Ministros y otros altos cargos sobre el problema de la seguridad y defensa de España (país que, irresponsablemente, durante décadas ha condenado a sus Fuerzas Armadas a una penuria económica y de equipamiento), y nos estremecemos. Nos sobresaltamos ante la puerilidad de sus argumentos y la vetustez de sus discursos, trufados de un pacifismo estudiantil.

Ante este serio asunto, la derecha está dividida. Entre quienes desean tratarlo objetivamente y quienes, por el contrario, se dejan llevar por el ardor guerrero. La izquierda, condicionada por su atávica posición ideológica -que repugna lo militar y enarbola una pretendida superioridad moral- también se encuentra fragmentada entre quienes pasan de puntillas y aquellos otros que todavía exhiben camisetas con el anacrónico «No a la guerra».

Por desgracia, el aludido prejuicio ideológico persiste aún en nuestra izquierda gobernante, en un momento en que el déspota ruso, Vladimir Putin, está dejando bien patente sus apetencias imperialistas contra la inmortal Europa. Tenemos el doloroso aviso de Ucrania, que habla por sí solo. Con su criminal invasión, el caudillo Putin le ha dado una patada a las fronteras y al equilibrio geoestratégico resultante de la Segunda Guerra Mundial, situándose próximo al territorio OTAN, favorecido por la insólita retirada de Trump y el desprecio de éste a Zelenski. Si no se le disuade al tirano ruso, ¿qué país será el siguiente en sufrir la agresión de la bota moscovita?

Estas cuitas deberían bastar para convencer a ciertos políticos izquierdistas —reacios a la ‘cuestión militar’— de que hay que dotar de mayores y mejores medios a nuestras Fuerzas Armadas para lograr un adecuado grado de disuasión y seguridad, vistas las inquietantes aventuras guerreras de la Rusia postsoviética, ya en los aledaños de nuestro confín. Los españoles deberían tener bien presente, además, que España extiende su soberanía —por legado histórico y con justos títulos— a territorios extrapeninsulares (tan españoles como Canarias, Ceuta, Melilla y sus Peñones e Islotes) que cualquier país defendería indiscutiblemente, hoy amenazados y atrevidamente reivindicados por regímenes nada fiables ni respetuosos con la legalidad internacional. Contrariamente, España dispone de argumentos jurídicos e históricos fundados. El peligro proviene, cada día más, del norte de África.

La defensa de España y sus territorios es, pues, razón de Estado. No es incumbencia de un partido político ni eventualidad de un momento. Es asunto de la mayor importancia y trascendencia. Es materia que afecta a todos los ciudadanos sin atender a su ideología. Por tanto, resulta razonable interesarnos por el grado de protección y la respuesta a dar en defensa de nuestra nación y sus derechos. Para ello, España ha de estar presta y dotada de la potencia disuasoria acorde con su entidad y peso político-territorial.

Empero la política militar en España ha sido siempre una materia polémica por su sesgado tratamiento tradicional. Hunde sus raíces y encuentra explicación en la persistente reaparición de prejuicios derivados de la Guerra civil. Todavía pesa en la izquierda la cuasi consideración de los militares como una casta esclavizante del pueblo; en tanto que la derecha los estima como algo cercano, liberadores del yugo comunista que la Segunda República no supo o no pudo soslayar. Esto es así a más de ochenta y cinco años del trágico conflicto incivil. Es, por tanto, una tara que condiciona un diálogo desapasionado.

Sin embargo, por la necesidad apremiante de fortalecer nuestros Ejércitos ante la retirada USA; la urgencia en fundar una OTAN europea; y en mejorar las potencialidades de nuestras Fuerzas Armadas —tiempo ha víctimas de escasa financiación—, se debe alzar la voz ante un Gobierno social-comunista que antepone la ideología a la realidad de los hechos y a la defensa del interés general.

Es así que, a pesar de esta tesitura trumpista y nostálgico-soviética, la cuestión del equipamiento de los Ejércitos españoles, lejos de tratarse racionalmente, sigue siendo, para la política española, un espinoso tema que recrudece, estúpidamente, ancestrales antagonismos. Hoy nos encontramos con un Pedro Sánchez que, con sus singulares Ministros, sus socios paleocomunistas de Sumar, y con los apoyos externos de populistas de ultraizquierda, secesionistas y exterroristas (¡vaya tropa!), debe atender las exigencias de la UE y la OTAN de aumentar el presupuesto militar, el que eufemísticamente llama de seguridad. Menudo enredo a solucionar.

Causa indignante estupefacción oír a políticos de Sumar (Urtasun) o de Podemos (Belarra) condicionar la toma de decisiones a la «necesidad de tener un debate», o exhibiendo una camiseta con el rancio «No a la guerra», cuando Putin está violentando nuestras casas. Como tantas otras veces en la Historia, los españoles malgastamos tiempo y energías en discutir si son galgos o podencos, descuidando lo importante. Qué razón tenía el fabulista Iriarte.

  • José Torné-Dombidau y Jiménez es profesor titular de Derecho Administrativo, presidente del Foro para la Concordia Civil y miembro del Foro de Profesores