José Alejandro Vara-Vozpópuli

Del plantón de Galindo en las Cortes al gatillazo de Pumpido en Sevilla. Algunos puntales del sanchismo se cuartean

El gran cimbronazo fue el plante de Fernando Galindo, letrado mayor de las Cortes, secretario mayor del Congreso, de obediencia ciega a Francina Armengol. Emitió un ‘no’ tan rotundo que hizo temblar hasta el tridente de Neptuno.

Galindo, “un servidor, un esclavo, un amigo, un siervo”, advirtió a la Mesa que no puede vetar unas enmiendas del Senado sin antes pasar por el Pleno. “Extemporáneo”, sentenció de viva voz. Evitó ponerlo por escrito. “Es ilegal”, arguyeron desde PP y ERC, impulsores de la enmiendas. “A la papelera”, respondió Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, vicepresidente del Congreso, quien ejerce de capo de la Cámara Baja mientras madame Armengol se hace con los mandos. De momento ya encuentra su despacho.

El ‘no’ de Galindo fue algo más que un trámite administrativo, que una incidencia burocrática. Fue una advertencia de que algunas bisagras en el entramado jurídico del sanchismo empiezan a aflojar. No por dignidad sino por temor. “El síndrome Forcadell” lo llaman en lo de Dieterun guiño a aquella dama indigna que oficiaba de presidenta del Parlamento de Cataluña cuando el procés y terminó entre rejas por dar el visto bueno a la aprobación de las leyes de desconexión y a la proclamación de la republiqueta de los veinte segundos.

Algunos magistrados con principios habían mantenido encendida la llama de la justicia. Los casos de corrupción que asfixian al Gobierno, al PSOE y a la familia del presidente hicieron aflorar figuras de una valentía casi impensable, de una entereza inaudita

Ese espíritu de obediencia ciega tan aquilatado en las filas del sanchismo se resquebraja. No es ya un bloque monolítico indestructible sino un tingladillo temeroso que se sustenta en los siete escaños de un partido golpista, el fanatismo de unos trepas sin oficio y la tradicional inercia acrítica de una cofradía funcionarial.

La imposición a martillazos de una amnistía inconstitucional, escandalosamente franqueada en el Congreso por este Galindo, despertó recelos y movilizó conciencias incluso en el sector judicial menos beligerante o más complaciente. La apisonadora del Gobierno iba a arrasar con todo.

Hay casos muy notables, comportamientos ejemplares frente a los casos de corrupción que anegan La Moncloa. Así el juez Juan Carlos Peinado y su instrucción heroica en el ‘caso Begoña” desde su modesto juzgado de la Plaza de Castilla. Un empeño admirable que avanza con firmeza pese al bombardeo constante desde las filas del Gobierno. O Beatriz Biedma, esa dama de hierro que, desde un recóndito  juzgado de Badajoz, está sacando adelante la enrevesada causa del ‘hermanísimo’, David Sánchez ‘Azagra’, ese jeta con batuta.

En el Supremo combaten el juez Ángel Hurtado, con la causa contra el fiscal general del Estado, poca broma, que puede ir a una dependencia enrejada, o Leopoldo Puente, con el macrocaso Ábalos, quizás pronto caso Cerdán. En la Audiencia hace lo propio Ismael Moreno, en pugna agotadora con el koldismo y Santiago Pedraz, muy lentamente, con el conseguidor Aldama y su amplia red de ilegalidades sin fronteras.

El caso más reciente, y estruendoso, es el protagonizado por Cándido Conde-Pumpido, quien ha tenido que tirar a la papelera su arremetida contra los cinco jueces de la Audiencia de Sevilla que van a llevar al TJUE el borrado de la sentencia de los Eres

Jueces que descreen de las amenazas y no dan un paso atrás. O fiscales como Almudena Lastra, titular de la Fiscalía de Madrid, que reveló las presiones de su superior, Álvaro García Ortiz en los turbios manejos contra el novio de Isabel Díaz Ayuso. También aparecen, en las distintas instrucciones en curso, funcionarios decentes que colaboran espontáneamente con la Justicia, oscuros empleados que recuperan súbitamente su dignidad, testigos inesperados que le complican la vida a los malhechores. Dos directores de conservatorio, por ejemplo, acaban de desvelar algunos detalles sobre cómo se gestó el enchufe del pequeño de los Sánchez Pérez-Castejón. Siempre hay alguien que canta, por miedo, por cargo de conciencia, por el qué dirán.

El momento más sonado de este repliegue en las togas del sanchismo es el protagonizado por Cándido Conde-Pumpido, quien ha tenido que renunciar a su arremetida contra los cinco jueces de la Audiencia de Sevilla que van a llevar a Luxemburgo el borrado de los Eres, una de las infamias más grotescas de la era de la corte de don Pumpido.

No archivaría los recursos contra las leyes que ultima Bolaños contra los jueces independientes y los medios críticos. Ni siquiera podría pensar en los referendums sobre Cataluña y el País Vasco que perfila Zapatero con los secesionistas vascos y catalanes

El presidente del TC se ha quedado solo en esta batalla decisiva de impensables consecuencias como una romería interminable de tribunales ofendidos o maltratados llamando a las puertas del TJUE. El sanchismo no puede sobrevivir sin Pumpido. No tendría los siete escaños cruciales del forajido de Waterloo, a quien el presidente del TC acaba de prometerle la amnistía para antes del verano. No archivaría los recursos contra las leyes que ultima Bolaños contra los jueces independientes y los medios críticos. Ni siquiera podría pensar en los referendums sobre Cataluña y el País Vasco que perfila Zapatero con los secesionistas vascos y catalanes.

El ‘Galindazo’ del fiel siervo de Armengol ha sido el punto de inflexión de este viento de cambio que ya se detecta en el equipo gubernamental. Dolores Delgado, en su recurso contra el Supremo por su último nombramiento, acaba de recibir una bofetada estruendosa precisamente desde el mismísimo TC. ¿Qué está pasando? Algo empieza a moverse bajo la peana de Pumpido. Unas grietas que amenazan ruina.