- ¿Por qué los racionalistas, como se preguntaba Camus, no se suicidan? Porque en realidad nunca lo han sido.
Cuando el director serbio Emir Kusturica estrenó Arizona Dream en 1993, los críticos, desconcertados por el surrealismo de la película, le preguntaron por su simbolismo.
También le preguntaron cómo debía interpretarse ese pez (¿un lenguado?) que aparece en la película sobrevolando el Polo Norte y los desiertos de la América profunda.
Kusturica respondió que ese lenguado somos nosotros. Que los seres humanos no pertenecemos a la razón, sino a la naturaleza. Y que el racionalismo es sólo una ilusión con la que intentamos estabular el caos de nuestra existencia.
Kusturica es hoy un artista cancelado por su nacionalismo proserbio, sus ideas antioccidentales, su apoyo a Vladímir Putin y su conversión al cristianismo ortodoxo. Doble pecado este último, dado que proviene de una familia bosnio-musulmana.
Pero Arizona Dream insinuaba algo que también han entendido el resto de películas de la siguiente lista, mano de santo para aquellos ateos que han perdido la fe en el racionalismo y creen llegada la hora de viajar un paso más allá de su condición de átomos en órbita alrededor de un ombligo sin propósito ni sentido en un universo indiferente al, por otro lado importantísimo, intelecto de su propietario.
La gran pregunta, como decía Camus, es por qué los racionalistas no se suicidan.
Las siguientes películas responden a dicha pregunta: porque en realidad no lo son tanto.
1. Solaris (Steven Soderbergh, 2002)
Mucho menos abstracta que la versión de Tarkovski de 1972, pero sobre todo bastante más inteligente, Solaris describe el desconcierto de un psicólogo (es decir, de un racionalista) que viaja hasta una estación espacial científica en órbita alrededor de un planeta ocupado por un misterioso océano que podría, o no, ser una forma de inteligencia superior.
La pregunta fundamental que plantea la película es la de qué es un dios.
Pero, sobre todo, la de cuáles podrían ser sus propósitos.
La película, basada en la novela Solaris (1961), del escritor polaco Stanislaw Lem, ayuda a borrar la noción infantil de un dios antropomórfico y con motivaciones humanas y a replantearse la pregunta elemental (¿por qué hay algo en vez de nada?) desde cero.
También habla de la culpa, pero eso lo dejamos para el segundo visionado.
2. La bruja (Robert Eggers, 2015)
Ambientada en la Nueva Inglaterra puritana del siglo XVII, La bruja es, superficialmente, una película de terror psicológico.
En un segundo nivel, un film profundamente escéptico en el que el director esconde explicaciones racionales para cada una de las acciones de la presunta bruja, aunque hay que ser un historiador del siglo XVII, a poder ser con expertos conocimientos de botánica, para pillarlas.
Y, en un tercer nivel, el más profundo de todos ellos, una parábola sobre la tentación de la libertad y la naturaleza del mal. Si Satán es la libertad, y la libertad es el sabor de la mantequilla y la vida «deliciosa», ¿qué es entonces Dios?
3. Madre! (Darren Aronofsky, 2017)
Una obra maestra de culto que es capaz de explicar ideas muy complejas con metáforas sencillas, que no es lo mismo que simples.
O, dicho de otra manera, el Antiguo Testamento, la historia de la creación y el fin de los tiempos condensados en la historia de un escritor torturado por su bloqueo creativo y de su abnegada esposa, que lucha para evitar que los extraños que veneran hasta el fanatismo a su marido destruyan la paz de su idílico hogar.
Madre! es intensa, visceral, babilónica, caótica y provocadora, y plantea la posibilidad de que el sentido de la vida, es decir de la motivación final de Dios, no sea el amor, sino el puro acto de la creación. Quizá Dios nos quiere dioses de nuestras pequeñas creaciones y por eso estamos hechos a su imagen y semejanza… creadora.
4. El creyente (Henry Bean, 2001)
El creyente, basada en la historia real de Daniel Burros, un judío neonazi que se suicidó en 1965 cuando sus compañeros nacionalsocialistas descubrieron su origen, es el más profundo análisis cinematográfico que se ha hecho jamás del judaísmo; del sentido último de la chavruta, esa práctica tradicional del judaísmo que consiste en el aprendizaje por medio de la contradicción y la controversia a imagen y semejanza de los debates que un escéptico mantendría con Dios; y de un creador inaprensible e imposible de describir con palabras y conceptos humanos.
Imposible, con la única excepción de la nada, la única idea inventada por el hombre capaz de reflejar, aunque sea de una forma aproximativa, los atributos totales de un demiurgo.
Provocadora, brillante, afilada, excepcionalmente inteligente y mucho, mucho más profunda que American History X.
5. La niebla (Frank Darabont, 2007)
La niebla es, a primera vista, una película de terror de serie B. Pero su minuto final, uno de los más crueles de la historia del cine, es una soberbia hostia de realidad, o mejor dicho de fe, que invita al espectador a replantearse las dos horas anteriores y analizar la película desde una perspectiva radicalmente diferente.
Los ateos que han recuperado la fe comprenderán rápidamente, durante ese minuto final, qué es en realidad la niebla que da título a la película y cuyo origen no explica jamás su director.
6. El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011)
«Señor, ¿por qué?» se pregunta una voz femenina en una de las escenas más famosas de El árbol de la vida, esa en la que Terrence Malick muestra la creación del universo como interludio sicalíptico en la historia de una familia de los años 50 formada por un padre autoritario, pero justo (el dios del Antiguo Testamento), y una madre bondadosa y maternal (la virgen María o el dios del Nuevo Testamento, a escoger).
El árbol de la vida es la película más lírica de esta lista y también la más abiertamente espiritual porque, y aquí me aventuro (aunque me apostaría algo a que no me equivoco), el viaje intelectual y las dudas espirituales del protagonista de la película, interpretado por Sean Penn, son las del propio Terrence Malick.
7. Under the Skin (Jonathan Glazer, 2013)
Una de las películas más impenetrables e inquietantes de esta lista, basada en la leyenda del folclore escocés de las baobhan sith, criaturas mitológicas femeninas semejantes a vampiros que merodean de noche a la caza de hombres.
En Under the Skin, Scarlett Johansson es una entidad alienígena sin sentimientos ni empatía que recorre Escocia devorando hombres tras seducirlos (es mucho menos burdo de lo que suena cuando lo escribo, créeme) y que toma conciencia de sí misma, como un recién nacido al mundo, a medida que aprende sobre la naturaleza contradictoria de los seres humanos.
Léela como la metáfora del despertar del ser humano a la fe y del dolor que provoca la comprensión de la naturaleza humana.
Dificilita es poco.
8. La gran belleza (Paolo Sorrentino, 2013)
Quien diga que la fe es mortificación no ha leído Gracia de Cristo, de Enrique García-Máiquez, ni empatizado con el italiano fiestero que protagoniza La gran belleza, un homenaje explícito a La dolce vita de Fellini y la mejor prueba posible de que la belleza es una de las rendijas por las que los seres humanos pueden entrever la obra de dios.
De lo cual se deduce que el hedonismo, el Mediterráneo moral de don Raggio, no es más que el homenaje que los hombres inteligentes le rinden a una creación divina que si está ahí, querido lector, es por algo.
La gran belleza es espiritualidad para modernos, sí. Pero si no intuyes a dios en Sorrentino es que eres un calvinista triste o, peor aún, un racionalista.
Buena suerte, en ese caso, vegetando en tu amargo vacío cósmico de fealdad, cartesianismo y desesperanza.
Uno rápido:
Mediterráneo (Salvatores)
La coleccionista (Rohmer)
La Gran Belleza (Sorrentino)
Malena (Tornatore)
El Gatopardo (Visconti)
El Talento de Mr Ripley (Minghella)
Call me by your name (Guadagnino)
La piscina (Deray)
El último beso (Muccino)
El desprecio (Godard) https://t.co/YZz3vz5FRP— Don Raggio (@Raggiomoral) December 30, 2024
9. La carretera (John Hillcoat, 2009)
El paraíso del racionalismo, aquel al que aspiran las ideologías de la muerte industrializada como el socialismo, se parece bastante a los parajes apocalípticos de La carretera, una película basada en la más que oscura, tenebrosa obra del mismo nombre de Cormac McCarthy, publicada en 2006.
La carretera enseña (y digo bien, «enseña», porque La carretera es una película educativa) que la esperanza no es una ilusión irracional desconectada de la realidad, sino una intuición profunda compuesta por un 50% de fe y un 50% de fortaleza personal.
Y es que no hay nada más racional que la rendición, pero Dios desprecia a los débiles que se abandonan a la racionalidad de la desesperanza. Recuérdalo, aunque sólo sea porque la alternativa a la fe es la irracionalidad de la razón.
10. Blade Runner (Ridley Scott, 1982)
¿Por qué querría un androide, un ente artificial con fecha de caducidad, desear un solo minuto más de vida? No por esos sesenta segundos de más, sino porque la fe es lo que da sentido a la vida, independientemente del resultado final de esa fe.
O dicho de otra manera: la fe no es aquello que te permite vivir, sino que vivir es lo que te permite tener fe, que es lo que verdaderamente importa.
La respuesta a la pregunta inicial, en cualquier caso, está en Blade Runner, una película ambientada en un mundo vacío de espiritualidad, pero donde los seres «artificiales» buscan a Dios y los «naturales» sólo miran al cielo para ver neones.
Conviene continuar con su secuela, Blade Runner 2049, que a la pregunta de qué nos hace humanos añade una especialmente interesante: si existiera la posibilidad de fabricar un clon perfecto de la persona a la que más has amado, con los mismos recuerdos y sus mismos sentimientos hacia ti, ¿la querrías como quisiste a la original?
¿Y por qué no?
La respuesta está en la película de Villeneuve. Porque Dios sólo sabe contar hasta uno, como tú.
11. Rompiendo las olas (Lars von Trier, 1996)
Lars von Trier es un gusto adquirido, o lo adoras o lo odias. Y si lo adoras es probable que sólo en dosis homeopáticas.
Rompiendo las olas, un culebrón tan feroz como naif sobre las vísceras de la fe, es su película más redonda. Aquella en la que mejor retrata la épica del sacrificio y la irracionalidad de la entrega total y absoluta por amor, sin cláusulas de salida ni compensación por desistimiento. Que transcurra en una comunidad puritana donde se ha prohibido hasta la música de las campanas añade un extra a su mensaje sobre la fe: los caminos de Dios son inescrutables, pero lo de la mortificación por la mortificación y la huida de la belleza no tiene ni pies ni cabeza.
12. Interstellar (Christopher Nolan, 2014)
Una película en la que la racionalidad progresista niega la ciencia, resignándose de forma exquisitamente lógica a la extinción de la humanidad, y en la que los científicos se esconden bajo tierra, como los primeros cristianos, alimentados por su fe en que la respuesta al futuro de la humanidad está siempre más allá de lo conocido.
Cuando Cooper le dice a su padre «hemos olvidado lo que somos: exploradores, pioneros, no cuidadores», está haciendo el alegato más visceral posible sobre la fe como motor no del progreso, sino de la vida humana. Porque el progreso es sólo un efecto secundario y nunca llega desde la cabeza, sino desde las tripas.
Si entiendes esto, lo has entendido todo.
Esa curiosidad, ese picor, está ahí por algo, amigo. Y es lo más irracional que existe.