Gabriel Sanz-Vozpópuli
Lejos de seguir al clásico del liberalismo, Donald Trump parece seguir más al gran ‘economista’ José Mota: “Las gallinas que entran por las que salen”
Qué pena que el primer gran economísta, Adam Smith, ya no viva entre nosotros porque, junto a la famosa teoría de la mano invisible -el mercado corrige automáticamente el interés de cada individuo en aras del interés general del mercado-, hoy podría incluir en su obra maestra, La riqueza de las naciones (1776), la manaza visible que Donald Trump está aplicando a todo y a todos, empezando por su principal víctima, Estados Unidos; aunque todavía no vea el estropicio y crea que le vamos a acabar «besando el culo» (sic) tarde o temprano.
El tiempo dará y quitará razones pero, a ojos de cualquier observador desapasionado, nada de lo que viene haciendo Trump desde su toma de posesión, el 20 de enero, rebosa previsibilidad, mucho menos fortaleza, solo debilidad; la de quien se siente amenazado en su papel de superpotencia por China y, en general, por todo aquel que ya no se le pone en primer tiempo de saludo (militar), que es lo que ocurre cuando pierdes la auctoritas por mucha potestas que tengas; Hace tres semanas se le plantó el contestón ucraniano Vladimir Zelenski y últimamente hasta su amigo ruso Vladimir Putin, que le está dando largas a esa cumbre bilateral que propone su amigo naranja porque, de momento, no se dan condiciones para un armisticio e ir pa’na es tontería.
El ‘despacho oval’ de Broncano
Sin complejos y rodeándose en unos jardines de La Casa Blanca despojados de la solemnidad de verdaderos momentos históricos -piensen en Kennedy y la crisis de los misiles con Cuba (1962), en Reagan (1980)y hasta en esos Bill Clinton, Yasser Arafat y Rabin firmando La Paz en Oriente Medio (1993)-, convertidos esos jardines, digo, en otro set televisivo más del trumpismo, igual que el Despacho Oval, que cada día se parece más al colorido escenario de David Broncano pero sin bombo y sin gracia, nuestro hombre naranja se nos apareció el miércoles 2 de abril intentando dar solvencia académica y rigor a una guerra arancelaria sin precedentes. Sin filtros verbales y sin anestesia, como hace las cosas Él: porque yo lo valgo.
Apeló a una alambicada supuesta fórmula matemática desmontada en directo por los analistas en televisiones y radios, a los cuales no les salían las cuentas. Las cifras no cuadraban con ningún cálculo mínimamente ortodoxo en términos de balanza comercial país por país, de tal manera que enseguida quedó al descubierto la influencia del que parece verdadero economista de cabecera del presidente estadounidense en la peligrosa huida hacia adelante que ha emprendido: nuestro humorista José Mota y su ya clásico «las gallinas que entran por las que salen» del paisano manchego del chiste.
En la pizarrica trumpiana figura hasta Lesotho, ese minúsculo y pobre Estado del sur africano donde a esta hora todavía deben andar preguntándose, como María Barranco en la inolvidable Mujeres al borde de un ataque de nervios: «Pero, que les he hecho yo a los chiitas?»… La respuesta es: nada, pero ni los pobres habitantes de Lesotho ni las focas y los pingüinos de las deshabitadas islas australianas de Heard y Mcdonald, próximas a la Antártida, pueden evitar el furor arancelario de un tipo que, como Don Quijote, ve gigantes en los molinos.
Decir bochorno es poco para explicar el sentimiento que invade a buena parte de la humanidad, incluido ya el milmillonario dueño de la menguante Tesla, Elon Musk, sospecho, cuando ve al tipo más poderoso de la tierra, alguien que lleva pegado las 24 horas del día a un militar con un maletín y un código cifrado para lanzar misiles nucleares que destruirían el planeta en una hora, alguien, insisto, a quien por eso mismo se presupone templanza y buen juicio, esgrimir una ridícula pizarra con las gallinas que cada país vende a Estados Unidos por las que éste le compra…
Como si lo que ha sido y está dejando de ser esa gran nación/continente del otro lado del Atlántico se debiera sólo a una balanza comercial puntualmente deficitaria con China (295.000 millones de dólares) y la Uniòn Europea (240.000); como si la hegemonía militar de la banderas de barras y estrellas en dos guerras mundiales del siglo XX y en una Guerra Fría ganada a Rusia, además de su hegemonía económica a través de la moneda-patrón del comercio mundial que es el dólar -lo cual le genera cuantiosos dividendos en forma de emisión de barra libre de deuda- y, sobre todo, como si ese poder blando del que habla Josep Nye, esa hegemonía cultural através, primero, de Hollywood, hoy también de los Google, Facebook, Amazon, Apple o Tesla, no fueran un beneficio colosal tamgible e intangible a tener en cuenta.
En la pizarrica trumpiana únicamente importa las pocas gallinas que le vende Lesotho, ese minúsculo Estado del sur africano donde a esta hora todavía deben andar preguntándose, como María Barranco en la inolvidable Mujeres al borde de un ataque de nervios: «Pero, que les he hecho yo a los chiitas?»… La respuesta es: nada, pero ni sus pobres habitantes ni tampoco las focas y los pingüinos de las deshabitadas islas australianas de Heard y Mcdonald, próximas a la Antártida pueden hacer nada para evitar el furor arancelario de un mandatario que, como Don Quijote, ve gigantes en unos simples molinos.
Con todo, lo más peligroso del escenario de pánico e incertidumbre creado por Donald Trump es su apariencia de inocuidad; me explico: Menos China, que ha decidido hacerle frente «con todas las armas» (sic) a su alcance, el resto del Mundo, hasta la Unión Europea, parece decidido a seguirle el juego pensando que ya se caerá del caballo, como San Pablo. Pero el inquilino de La Casa Blanca, el dueño de uno de los tres maletines nucleares que pueden arrasar La Tierra -los otros dos los tienen Xi Jinping y Vladimir Putin- no parece muy por la labor.
Con todo, lo más peligroso del escenario de pánico e incertidumbre creado por Donald Trump es esa apariencia de inocuidad que se desprende de su frivolidad histriónica. Me explico: Menos China, que ha decidido hacerle frente «con todas las armas» (sic) a su alcance, el resto del Mundo, hasta la Unión Europea, parece decidido a seguirle el juego pensando que ya se caerá del caballo, como San Pablo. Pero el inquilino de La Casa Blanca, el dueño de uno de los tres maletines nucleares que pueden arrasar la Tierra -los otros dos los tienen Xi Jinping y Putin- no parece muy por la labor; o sí, vayan ustedes a saber, que mientras escribo estas líneas está anunciando una moratoria arancelaria de 90 días para todos menos para China. Así de fiable es el personaje.
A lo que íbamos: a partir de las cinco de la madrugada de ayer, miércoles (hora de España), cualquier mercancía china que llegue a los aeropuertos y puertos estadounidenses, Los Ángeles, Miami, Nueva York y tantos otros, tiene que pagar un arancel ¡¡del 104 por ciento!!… ¿Qué proveedor chino o qué intermediario estadounidense va a pagar doble en aduana por todo? ¿Qué va a pasar cuando nadie pague y esos barcos se vean obligados a dar la vuelta en medio del Océano Pacífico, rumbo a Shangai o Hong Kong?
Taiwan y la deuda USA como amenaza
Sigo: ¿Qué pasará cuando Xi Jinping vean que sus aviones no pueden transportar mercancías a Estados Unidos y que ese comercio que ha permitido crecimientos del 5% en la economía china durante década y media, y ha sacado de la pobreza a 700 de sus 1.200 millones de habitantes, va a dejar a los otros 500 millones que quedan en la China rural literalmente colgados de la brocha?
¿Comenzará entonces la gran superpotencia asiática a desprenderse, a no comprar más deuda pública estadounidense -como represalia y para obtener liquidez urgente-, y a dejar así de ser el verdadero financiador de una economía dopada con sede en Washington?… ¿Alguien cree, en serio, que el Partido Comunista Chino se va a quedar solo en la guerra arancelaria y no va a ceder a la tentación, tan nacionalista, de atizar al enemigo exterior occidental para afrontar semejante crisis interna que le está creando Trump de manera artificial? ¿En serio nadie ha caído en la cuenta que una China tocada en lo económico puede amagar -lo ha hecho sin estar apurada- o directamente invadir Taiwan para medir el aguante de éste Estados Unidos crepuscular?… ¿Hay alguien ahí (en La Casa Blanca y en el Capitolio, digo)?
No respondan. Da miedo solo pensarlo.