Carlos Martínez Gorriarán-Opinión
Es inútil discutir de historia con alguien capaz de afirmar que Estados Unidos e Italia tienen estrechas relaciones desde el Imperio Romano
¿Tiene Trump, como quieren creer sus menguantes partidarios, un plan maestro tan genial que pocos mortales lo pueden comprender? Para verlo, recurramos a una herramienta lógica indispensable: la navaja de Ockham, según la cual la explicación más sencilla siempre es la mejor y más probable; ya tiene un correlato realista en la navaja de Trump: la mejor explicación de sus acciones es la más estúpida.
Descontados los creyentes en la genialidad de Trump, hay consenso en que el plan pretende reducir el valor del dólar, rebajar los intereses de la inmensa deuda pública de Estados Unidos, reindustrializar el país a base de aranceles que encarezcan la importación y acabar así con el déficit comercial obteniendo superávit o, al menos, equilibrio con todos los países del mundo, incluyendo las famosas islas de los pingüinos. Los economistas insisten en la imposibilidad de conseguir todo esto a la vez -aquí lo explica José Luís Feito-, ni siquiera con proteccionismo unilateral, chantajes y aranceles arbitrarios que más parecen guiados por el fin de castigar, vengar supuestos agravios e imponerse por la fuerza, como resume aquí Nacho Montes de Oca.
Es inútil discutir de historia con alguien capaz de afirmar que Estados Unidos e Italia tienen estrechas relaciones desde el Imperio Romano, pero el disparate sugiere comparar a Trump provechosamente con Calígula o Heliogábalo. La cita al Imperio por excelencia también invita a resumir de otra manera lo que pretende Trump: quiere provincias económicas que paguen tributos en forma de comercio obligatorio con reglas impuestas, y que esos ingresos permitan vivir a Estados Unidos sin apenas impuestos directos, como Roma vivía de exprimir sus provincias. Más locura es creer que los demás aceptarán eso que pretenderlo.
La Gran Depresión como modelo
Para entender a Trump basta con atenerse a sus palabras y hechos en vez de sobre interpretarlos buscando las promesas que uno desea. Sus declaraciones de aversión a la Unión Europea son tan abundantes y conocidas que no merecen la pena citarse. Afirma, y lo creen sus seguidores, que Europa lleva cien años abusando de Estados Unidos. La verdad es que fue el único país que sacó extraordinarios beneficios de la Primera Guerra Mundial: al final de la misma se había convertido en el gran acreedor de todos los grandes países europeos, excepto Rusia por razones obvias.
Estados Unidos se quedó con grandes cantidades de oro europeo, flujo que convirtió al dólar en la principal divisa mundial en vez de la libra esterlina, papel consagrado en los acuerdos de Breton Woods de 1944. El mundo necesita dólares, privilegio que ha contribuido a financiar su déficit y deuda, y también a agilizar su economía como a ninguna.
Por desgracia, la economía americana gestionó mal el río de oro y dólares que entraron en pago de las deudas de guerra y de los créditos de posguerra. La especulación en bolsa, animada por las propias autoridades, acabó en una gigantesca burbuja que estalló en la Gran Depresión de 1929, exportada al resto del mundo deudor. La consiguiente crisis hundió a la república de Weimar, determinó el ascenso de Hitler y provocó la Segunda Guerra Mundial. Pues bien, es esta época catastrófica la que Trump considera la edad de oro de la economía americana y mundial. En Estados Unidos ya proponen traducir MAGA por MAGDA: Make Great Depression Again.
Musk pide ahora una zona de libre comercio y aranceles cero con la Unión Europea, pero Trump se ha quitado de encima la idea como una mosca molesta: la verdad es que no quiere negociar, quiere imponerse
Incluso Elon Musk se considera, si no engañado, sí confundido por su amigo Donald. Las pérdidas económicas de Tesla son colosales, y las perspectivas futuras muy negras si no hay un giro de 180º en la política arancelaria del Gran Hombre Naranja. Musk pide ahora una zona de libre comercio y aranceles cero con la Unión Europea, pero Trump se ha quitado de encima la idea como una mosca molesta: la verdad es que no quiere negociar, quiere imponerse, y ha resumido su objetivo de forma grosera: “todos quieren besarme el culo.” El estilo es el hombre.
Musk parecía extraordinario como empresario innovador, pero ha revelado ser un cretino integral en política. Es increíble que no supiera que una de las medidas urgentes de Trump en su primera presidencia fue cancelar la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión con la Unión Europea acordada durante la presidencia de Obama, que precisamente instauraba una enorme zona de libre comercio sin aranceles. La incómoda verdad es que Trump nunca ha ocultado ser ultranacionalista, proteccionista y autoritario, ni que detesta la Unión Europea hasta la fobia patológica, como su vicepresidente Vance. Algunos prefirieron soslayarlo por su odio al wokismo que, suponían, eliminaría Trump sin querer ver que tenía algo igual de malo (y de woke derechista) para sustituirlo, y un plan para destruir los equilibrios mundiales.
No estamos, por suerte, en 1929
En resumen, el plan de Trump es idéntico al popular cuento de la lechera, donde todo va sobre ruedas hasta el tropiezo de la ambiciosa muchacha con una piedra del camino y la ruptura del cántaro. Su supuesto cerebro económico, Peter Navarro, preparaba informes citando libros que no había leído entrevistos en Amazon y atribuyendo sus genialidades a un tal Ron Vara que solo era él mismo, otro de los innumerables esperpentos con los que el trumpismo ameniza al mundo. Por fortuna, no estamos en 1929, cuando Europa estaba arruinada y amenazada por comunismo y fascismo, y China era un país miserable desgarrado por la guerra civil crónica. Parece inevitable que Bruselas y Pekín lleguen a algún tipo de acuerdo para mitigar daños y salvar la economía mundial, aunque China lo orientará como un paso clave en su lucha por la hegemonía mundial.
A los daños económicos se les sumará un daño político de consecuencias incalculables: el fin de la confianza internacional basada en el derecho, y el de la comunidad de naciones democráticas liberales, desgarrada por el trumpismo. Como dice un viejo dicho, es muy fácil hacer sopa de pescado con los peces de una pecera, pero es imposible convertir la sopa en peces vivos otra vez.
Nota: entretanto se investiga si algunos privilegiados conocían que Trump aplazaría los aranceles y que por tanto la bolsa rebotaría. Comprando barato y vendiendo caro, algunos trumpistas han hecho grandes fortunas. ¿Será el “plan maestro” convertir el caos y pérdidas de otros en beneficio privado?