- Una política exterior diseñada por Zapatero volverá a ofrecer más de lo mismo: menos España, más renuncias preventivas y más elogios provenientes de Rabat, Pekín y Moscú.
Los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero supusieron un giro drástico en la política exterior española.
A trazo grueso, hubo un brusco alejamiento del eje atlántico urdido por José María Aznar, un acercamiento retórico al «corazón de Europa» y una distensión evidente en las relaciones con el mundo árabe y con Marruecos. Traducida esta última en el gradual abandono, hoy arteramente culminado por Pedro Sánchez, de nuestras responsabilidades con el Sáhara occidental.
Desde 2023, el protagonismo de Zapatero en la agenda exterior de España ha crecido de manera exponencial. Hoy sabemos que el expresidente ha cultivado una hermosa relación (en Suiza y Bélgica) con Puigdemont, forjada en la negociación de los aranceles políticos a pagar al prófugo a cambio del mantenimiento de Sánchez en La Moncloa, bien superior.
Zapatero estuvo también de cuerpo presente en los tejemanejes que llevaron a Edmundo González al exilio y a Nicolás Maduro a seguir en el Palacio de Miraflores. Otra oda al interés común del mundo hispánico.
El expresidente se prodiga, además, en entrevistas en las que expone su agenda internacional, suplantando al ministro de Asuntos Exteriores, acaso también a la Casa del Rey.
Muy recientemente, el embajador chino en España, Yao Jing, declaraba que el gigante asiático veía en España un «facilitador» de las relaciones con la UE, agradeciendo los «buenos consejos» que le ofrece habitualmente Zapatero, y ponderando la utilidad de los mismos en el desempeño de su labor.
Por lo tanto, si Zapatero está actuando como canciller español en estos tiempos de turbación, conviene recordar los rudimentos de su visión planetaria.
Volvamos a 2009, año I del «acontecimiento histórico planetario» que supuso la coincidencia de Zapatero y Obama en Moncloa y la Casa Blanca. Ante un público mayoritariamente árabe en la Universidad de El Cairo, Obama invocó un manido mantra pseudohistórico:
«El islam tiene una orgullosa tradición de tolerancia», afirmó, citando «la historia de Andalucía y Córdoba durante la Inquisición», en una frase tan históricamente errónea como políticamente calculada.
El (falso) relato de que Al-Ándalus había sido un faro de armonía interreligiosa se había convertido en refugio reparador tras la irrupción de Al-Qaeda. El mito venía legitimado por el éxito divulgativo de The Ornament of the World, una versión parcial y edulcorada de la España musulmana. Su autora, la cubano-americana María Rosa Menocal, presentaba Al-Ándalus como un deslumbrante modelo de tolerancia.
Publicado unos meses después del 11-S, el libro ofrecía un pasado selectivo, diseñado para apaciguar los temores occidentales ante la amenaza terrorista de origen islamista. La obra se convirtió en el evangelio laico del multiculturalismo, reduciendo un periodo complejo (y a menudo brutal) a la fábula de un paraíso perdido, víctima del avance cristiano que daría forma a la España moderna, construida sobre las cenizas del Edén. España como pecado original.
The Ornament of the World sigue siendo hoy relevante porque viene a resumir la visión, global y de España, de Zapatero.
«Zapatero fue criticado por abrazar un relativismo moral que ignoraba deliberadamente las realidades incómodas de la historia y la geopolítica»
Poco después de los atentados del 11-M, recién investido presidente, Zapatero se dirigió a la Asamblea General de la ONU para proponer una grandiosa Alianza de Civilizaciones. Copatrocinada por Recep Tayyip Erdoğan, la iniciativa de Zapatero era una utopía diplomática que buscaba, nada menos, que la armonía entre Oriente y Occidente. Como en los concursos de Miss Universo, el leitmotif de su discurso era «la paz en el mundo».
La derecha española, desorientada, se refugió en sus propios mitos alternativos. Gustavo Bueno bautizó la propuesta de Zapatero como manifiesto fundacional del «pensamiento Alicia». José María Aznar, algo más tosco, la tachó directamente de «estupidez».
Argumentaban que Zapatero abrazaba un relativismo moral que ignoraba deliberadamente las realidades incómodas de la historia y la geopolítica.
Rafael Bardají, exasesor de seguridad del propio Aznar, abogaba por entender el terrorismo como amenaza concreta, y no como resultado de causas difusas. Su receta era conocida: la exportación, forzosa si hacía falta, de la democracia occidental.
La respuesta a Zapatero vino del ideario neoconservador: el historiador Francis Fukuyama proclamó «el fin de la historia» mediante el triunfo de la democracia capitalista y liberal. Irak y Afganistán iban a ser rediseñados a imagen y semejanza de Occidente.
Hoy, todo ese pensamiento parece igual de Alicia (amén de más dañino) que el cosmopolitismo bienintencionado de Zapatero. Tanto el aventurerismo neocón como el idealismo de Zapatero compartían en realidad el mismo problema de fondo: una negación obstinada de la complejidad real de un mundo que, para mayor dificultad, es hoy infinitamente más enrevesado que entonces.
La Alianza de Civilizaciones, hoy prácticamente en manos del Grupo de Puebla, fue una apelación inocua, voluntarista, cuasi-homeopática, a la fuerza del diálogo y los buenos deseos.
En 2025, una política exterior diseñada por Zapatero volverá a ofrecer más de lo mismo: menos España, más renuncias preventivas, y más elogios provenientes de Rabat, Pekín y Moscú. Nada puede salir mal.
*** Carlos Conde Solares es Profesor de Historia de España y presidente del Consejo Nacional de Izquierda Española.