Ignacio Camacho-ABC
- Macron ha hecho de la colonia un atributo jerárquico. La estela olfativa establece un perímetro simbólico de liderazgo
Hace unos años, en la Feria ARCO, un artista presentó un ‘ninot’ gigante de Felipe VI al que cada media hora rociaba con la colonia habitual del monarca. Muchos líderes intentan dejar a su alrededor un rastro sensorial a través de una determinada fragancia; Kennedy encargaba decenas de frascos de Eigth & Bob; Churchill usaba una de marca especial, Tabarone, fabricada para él con notas de tabaco afrutadas; Thatcher olía a Penhaligon; Stalin a Troinói, una esencia que Napoleón llevó a Rusia desde Francia, y un perfumista español, el conde de San Jorge, llegó a crear una línea propia para Barack Obama. El historiador alemán Karl Schlogel relató en un ensayo memorable, ‘El aroma de los imperios’, cómo dos emigrantes franceses separados por la revolución bolchevique acabaron produciendo sobre una misma base química Chanel nº 5 y Moscú Rojo, símbolos gemelos del esplendor consumista occidental y del lujo popular soviético.
Emmanuel Macron también pretende que el perfume testimonie su augusta presencia. Una reciente biografía de Olivier Beaumont describe la afición del mandatario galo por dejar huella a través de ingentes cantidades de Eau Sauvage, su loción predilecta, la señal que indica a sus colaboradores que el jefe anda cerca. No es un detalle de coquetería sino un atributo jerárquico, una manera narcisista de manifestar autoridad, de delimitar un territorio de poder a través de estímulos sensitivos inmediatos: el efluvio en los salones y pasillos del Elíseo denota que el presidente está en palacio y que el protocolo debe ser respetado. Un círculo invisible cuyo perímetro almizclado crea un ámbito de arbitrio soberano. Es el ‘efecto Proust’, que activa la identificación de la persona a través de unos rasgos distintivos asociados, en este caso el odotipo de un hombre decidido a imponer la superioridad de su liderazgo. El fantasma del Rey Sol reencarnado en la parafernalia de un gobernante contemporáneo.
Algo parecido, pero en términos menos solemnes, sucedía con David Beckham cuando saltaba al campo envuelto en el halo de carísimas estelas olfativas, incompatibles en apariencia con el sudor que se le presupone a un futbolista. Sus compañeros dicen que imponía; el perfume levantaba en torno suyo una especie de zona de seguridad por donde se movía con una inconfundible prestancia estilística. En el mundo de la política y del dinero, de la fama o de la alta empresa, el aroma forma parte de una cierta impostura estética, de una presunción ritual de hegemonía manifestada en forma de demostración de fortaleza. Y no, no sé que colonia lleva Pedro Sánchez pero debe tratarse de una discreta porque no se percibe en las distancias medias. Pero si uno fuera su asesor de imagen le recomendaría una persistente, de concentración alta y fijación intensa, para solapar el tufo a corrupción y degeneración democrática que emana de su presidencia.