Manuel Marín-Vozpópuli

No dejaría de ser una curiosa paradoja que fuese Iglesias quien liberase a España de Sánchez

Siempre fue fácil diagnosticar que la izquierda a la izquierda del PSOE no tardaría demasiado en ir disolviéndose en su propio ácido. Podemos nunca fue un partido de gobierno, sino de poder. Lo hicieron bien. Estaban en el lugar y el momento adecuados. Crearon la burbuja importada del populismo más burdo e hicieron creer con éxito que España necesitaba una involución. Sus mensajes facilones, porosos, inquietantes y revolucionarios hicieron diana con su estética, su palabrería ensayada, su la falta de complejos para reinvindicar un comunismo vetusto y casposo… su desmesurado favor mediático.

Todo fluyó a favor de corriente para inyectar ilusiones ópticas en un país adocenado, y configuraron con ellas un discurso destructivo y una ensoñación tóxica. Hicieron creer a una multitud creciente de incautos que los partidos clásicos eran escoria y que era imprescindible dar un puñetazo al sistema, enterrar el espíritu constitucional de la Transición y asentar la idea de que el futuro de España solo podía pasar por un modelo Ceaucescu 3.0. Sin monarquía parlamentaria, con asamblearismo popular, sin un Parlamento con capacidad decisoria real, con chorros con demagogia social a chorros, y atribuyendo al presidente del engendro que naciese de todo aquello un poder omnímodo. En definitiva, una república en prácticas después de enterrar a la democracia en cal viva.

Allí donde otros ven crisis profundas, siempre triunfa quien ve una oportunidad en el caos. Iglesias es de esos tipos. Yolanda Díaz no alcanza a tanto. Iglesias huele a venganza y sabe que el final del sanchismo se cuece poco a poco

Era fácil prever que, como siempre se repitió en la historia más oscura del comunismo, muchos iban a acabar con un piolet clavado en la cabeza y con un reguero de cadáveres políticos. Da igual si el motivo era provocar la muerte civil de alguien por fraude fiscal, por vendettas personales, por celos amorosos o por puro acoso sexual. La maquinaria del revanchismo en la historia funciona de manera automática porque su ADN predetermina la imposibilidad real de la izquierda de convivir consigo misma. El proceso siempre es idéntico. Se rompen en añicos, se desguazan entre ellos, emergen los ademanes de burgueses acomplejados, se ven con dinero seguro en el bolsillo, y de repente dejan de ser comunistas. Lo realmente difícil luego es simular que siguen siéndolo y que además parezca convincente.

En realidad les aburre el poder, carecen del más mínimo criterio para la gestión de recursos y servicios públicos, y gobernar les resulta gris y extenuante. Y una vez que han satisfecho el ego con un escaño azul en el Congreso, creen que basta con ideologizar a la sociedad hasta sofronizarla a base de manipulaciones. Reducen su objetivo vital a una simple dualidad: llenar la buchaca mientras hallan fórmulas actualizadas de adoctrinamiento colectivo para el socavamiento del sistema democrático. Pablo Iglesias se aburrió de ser vicepresidente de un gobierno. No era trabajo para él. Lo suyo es el barro entre las bambalinas y el piolet por aquello de que la adrenalina de la traición siempre acelera el latido. Desde luego, lo acelera mucho más que sentarse cada martes en un Consejo de Ministros tras una apasionante comisión de subsecretarios en la que te das cuenta de repente de que el presidente te ha vuelto a engañar porque no lees un solo papel.

Hay quien argumenta que su cálculo pasa por consentir un desfondamiento definitivo de la izquierda, y por aceptar como mal menor un próximo Gobierno del PP y Vox como plataforma para rehacer desde la calle a esa misma izquierda que él destrozó con purgas y revanchas

El pasado, pasado está, y es sobradamente conocido. ¿Y el futuro? Permanecer semioculto en la trastienda está favoreciendo a Iglesias tras varios años en los que su sobredimensionada presencia pública hastió al personal. La sobredosis de podemismo se agotó. Se equivocó al conceder barra libre a una trepa de libro como Yolanda Díaz creyendo que le guardaría las ausencias. Y la engañó haciéndole creer que era una estadista o una diosa infalible. Pero qué va. Hoy Podemos presenta credenciales para volver.

Allí donde otros ven crisis profundas, siempre triunfa quien ve una oportunidad en el caos. Iglesias es de esos tipos. Yolanda Díaz no alcanza a tanto. Iglesias huele que el final del sanchismo se cuece poco a poco, es consciente de que la izquierda está desmovilizada y desencantada, y sabe que Sumar siempre fue una broma pesada, una impostura irrelevante, un grupúsculo de oportunistas deseando mendigar cualquier paracaídas en una lista del PSOE. Una vez tachado el nombre de Yolanda Díaz de su lista de ajusticiados, le queda Sánchez. Pero no tiene prisa por fulminar la legislatura si es que ese fuese su objetivo final. Hay quien argumenta que su cálculo pasa por consentir un desfondamiento definitivo de la izquierda y por aceptar como mal menor un próximo Gobierno del PP y Vox, y que éste sea utilizado como plataforma para rehacer desde la calle a esa misma izquierda que él destrozó con purgas, revanchas, instinto destructivo, arrogancia y fanfarronería.

A Iglesias le divierten el juego, la conspiración y que se le defina como el manipulador oculto que maneja los hilos. Y necesita que haya conflictividad y que la izquierda sociológica pierda el referente del sanchismo para regresar. Echa de menos a una España con las tripas revueltas, y el ‘no a la guerra’, y la OTAN fuera, y la derecha fascista y asesina y tal. Mal que bien, la hoja de ruta va cuadrando. Sánchez nunca va a abandonar si depende de sí mismo y no es descartable que si algún día pierde las elecciones y deja de gobernar, se resguarde en Ferraz a la espera de un utópico nuevo retorno. Para eso ha modelado a su imagen a este PSOE indolente, acrítico y aborregado.

Nos harán creer que el macho alfa solo estaba de siesta. Y cuando eso se produzca, será interesante observar el resto de la carnicería en la izquierda porque Iglesias querrá recoger los escombros que deje el sanchismo y utilizarlos en beneficio propio

Llegado ese hipotético supuesto, Sánchez e Iglesias abonan la tesis de una inminente guerra para jurarse odio eterno. Sánchez recuperaría aquello de que no podría dormir tranquilo y su enciclopedia de palabrería de patriota a tiempo parcial. Pero no concederían ni cien días de tregua a cualquier gobierno de la derecha. La agitación es su especialidad para promover procesos de descomposición, y la derecha es demasiado ingenua para asumirlo. “¿Cómo me verá la historia?”, preguntó Sánchez a Màxim Huerta cuando lo destituyó por una décima parte de lo que el presidente ha hecho con su mujer y su hermano. Es la misma pregunta que se formula Iglesias. Por eso volverá a donarnos como un regalo a Irene Montero en el Congreso tras haber reducido la pena a más de 1.500 agresores sexuales. Porque el ‘show’ debe continuar.

En eso se diferencia de Sánchez. Iglesias lo hace por puro divertimento, porque se siente abúlico y nostálgico, porque necesita la metanfentamina de ser y estar. Sánchez, en cambio, lo hace porque realmente cree que España vive en una democracia imperfecta que sólo él puede enderezar convirtiendo la Constitución en un adefesio irreconocible. Y en ambos confluye el factor común de la egolatría, concebida como una unidad de destino en lo universal.

Nos harán creer que el macho alfa solo estaba de siesta. Y cuando eso se produzca, será interesante observar el resto de la carnicería en la izquierda porque Iglesias querrá recoger los escombros que deje el sanchismo y utilizarlos en beneficio propio. Fabriquen lo que fabriquen para volver a contaminar aún más la conciencia colectiva de una nación que se ha dejado ir, la única conclusión segura es que será el final definitivo de la socialdemocracia moderada en España. Aquella que siempre fue necesaria y que esta izquierda desfasada y rencorosa ha descuartizado. Eso sí, no dejaría de ser una curiosa paradoja que fuese Iglesias quien liberase a España de Sánchez.