- Hoy, cuando desde Washington y Moscú se pone a prueba nuestra cohesión se perciben fallas y tareas a medio hacer. Estamos ante el escenario que Thatcher y Mitterrand temieron, aunque sus visiones, muy distintas la una de la otra, fueran más allá.
La invasión rusa de Ucrania y el giro estratégico ejecutado por la Administración Trump han colocado a Europa ante una situación crítica. Sin embargo, ambos hechos son resultado de procesos históricos que se remontan a décadas precedentes. Nada de lo que está ocurriendo se puede entender sin valorar los efectos del derribo del Muro de Berlín y de las posiciones que los distintos actores adoptaron en aquel momento.
Gorbachov consideraba agotado el sistema soviético y buscaba revitalizarlo mediante la movilización social. El resultado no fue el que esperaba y, sobre todo, el que convenía a los intereses de la Unión Soviética. Desde los estados periféricos, partícipes del Pacto de Varsovia, se escucharon voces demandando mayores libertades. El riesgo de colapso se percibía, tanto dentro como fuera. Margaret Thatcher y François Mitterrand demandaron a Gorbachov que impusiera orden para evitar males mayores. Entre la libertad de millones de europeos y la estabilidad continental optaron por lo segundo. Ese no fue el caso de Estados Unidos, donde el presidente Bush comprendió que se encontraban ante la oportunidad de dejar atrás los restos de la Guerra Fría para dar paso a un nuevo tiempo, en el que el conjunto de Europa pudiera incorporarse a un espacio de libertad. Como previamente había ocurrido durante la Crisis de Suez, las viejas potencias europeas apostaban por comportamientos anacrónicos y cínicos mientras que la potencia hegemónica actuaba con decisión y coherencia con los principios del orden liberal.
Podemos criticar a Thatcher y a Mitterrand, pero siempre teniendo en cuenta que ambos habían vivido la II Guerra Mundial y los difíciles años de la postguerra. Sabían de lo que hablaban y tenían muy presente la fragilidad del sistema europeo. Eran personas competentes, con la experiencia política y el conocimiento histórico suficiente para entrever la cascada de acontecimientos que las buenas intenciones de Gorbachov podían acabar provocando.
Alemania se unificó gracias a los errores rusos y al aval norteamericano, pero con la desconfianza, cuando no oposición, de sus aliados europeos. No podemos entender el Tratado de Maastricht y sus desarrollos sin esta circunstancia de fondo, tratada con la comprensible tensión en el Parlamento alemán. La biografía política de Kohl no se puede comprender sin valorar estas circunstancias. Historiador de formación y habiendo perdido a un hermano en un bombardeo aliado de su pueblo, el canciller asumía que las cicatrices de la guerra requerían tiempo para su definitivo cierre, más aún cuando venían precedidas por Sedán, la proclamación del II Reich en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles y la I Guerra Mundial.
Hoy Alemania es el eje de Europa. Por una parte, es responsable de haber cometido errores gravísimos al renunciar a la energía nuclear en beneficio de una dependencia crítica del gas ruso; al apostar sin medida por el mercado chino, sin querer darse cuenta de que estaba alimentando un leviatán que acabaría volviéndose contra ella; al pensar que cediendo a las ambiciones rusas en Georgia, Moldavia y Ucrania, Moscú vería satisfechas sus reivindicaciones históricas. Por otra, es el eje de Europa, la primera potencia económica y demográfica, el corazón geográfico del Viejo Continente, el Estado imprescindible para construir una Europa unida capaz de dar respuesta a los retos tecnológicos, económicos, comerciales y de seguridad de nuestros días. Sin ese liderazgo el Viejo Continente quedará fuera de la Revolución Digital y se fragmentará frente a los embates de Estados Unidos y Rusia.
Thatcher y Mitterrand podrían ser tachados de cínicos a fuer de realistas, pero no es cuestionable su competencia. Sabían los riesgos que se corrían ¿Cuántos dirigentes europeos de hoy están a la altura de los citados, incluido Kohl entre estos últimos? ¿En qué manos estamos? El Muro fue derribado y la recién creada Unión Europea creció, como la Alianza Atlántica, incorporando a estados que se liberaban del yugo soviético. Pero aquel crecimiento no estuvo acompañado de la profundización en el proceso integrador, implícito en el tratado, ni en el desarrollo de una visión estratégica común frente a una Rusia que, más tarde o más temprano, reaccionaría ante lo que consideraba una agresión. Hoy, cuando desde Washington y Moscú se pone a prueba nuestra cohesión se perciben fallas y tareas a medio hacer. Estamos ante el escenario que Thatcher y Mitterrand temieron, aunque sus visiones, muy distintas la una de la otra, fueran más allá.
Las decisiones que tomemos condicionarán por décadas nuestro futuro, en la unidad o por separado. En breve, Merz se convertirá en el nuevo canciller de un Estado, Alemania, resultado del derribo de aquel Muro. Sobre sus espaldas recaerá la responsabilidad de restaurar la economía alemana, severamente dañada por los errores de Merkel y de la patronal, y, sobre todo, de liderar Europa en un momento crítico de su historia.