Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
Demostró que en la política hispanoamericana había sitio para un liberalismo nacional propio
Durante 89 años, Mario Vargas Llosa desarrolló con verdadera entrega, éxito y entusiasmo la poco habitual vida de escritor y político a contracorriente. Mientras la mayoría de la plétora de escritores latinoamericanos de su época creían parte natural de la profesión alinearse (y alienarse) con la extrema izquierda y sus avatares indígenas, él desembocó en el liberalismo tras breve estancia en esa izquierda hipócritamente convencional que odiaba a Estados Unidos y las dictaduras militares (con buenas razones), pero defendía a muerte al castrismo y la guerrilla rindiendo culto a Fidel, al Che Guevara y demás ritos de servil e irracional pero agradecido cumplimiento. En su caso, la detención del poeta cubano Heberto Padilla en 1967 le bastó para descubrir que la Cuba del paraíso socialista prometido era un nuevo infierno terrenal.
Un político auténtico
A diferencia de la mayoría de intelectuales y escritores comprometidos que se limitan a firmar manifiestos, hacer declaraciones y cumplir con el programa público que reclame el partido de sus amores, Vargas Llosa se implicó en la política del Perú hasta crear un nuevo partido y presentarse a las elecciones a la presidencia de 1990, donde fue derrotado por poco, en la segunda vuelta, por Alberto Fujimori; el nuevo aspirante a dictador quiso eliminarlo de la competencia privándole de la nacionalidad peruana; se libró de la condición paria de apátrida porque el Gobierno Aznar le concedió la española. Así que no fue un típico intelectual comprometido, sino de un político auténtico; solo por esa radical diferencia con lo convencional merece atención su carrera política, que no debería separarse de la literaria.
El pez en el agua es el título, que tomo prestado, de las memorias del escritor político. También es una cita irónica de una famosa máxima de Mao Zedong: el guerrillero se mueve por el pueblo como el pez en el agua. Y alude también al maoísmo del peor grupo terrorista que entonces azotaba Perú, el siniestro Sendero Luminoso fundado por un profesor universitario de Cuzco lunático y asesino, Abimael Guzmán, acabado ejemplar de la desastrosa clase intelectual que azota las sociedades iberoamericanas desde Simón Bolívar. La alarmante confluencia de terrorismo, narcotráfico, corrupción y populismo fue precisamente la luz roja que le animó a probar hacerse también él un pez en el agua del pueblo peruano. No consiguió ganar la presidencia, pero su fracaso fue un fértil revulsivo: demostró que en la política hispanoamericana había sitio para un liberalismo nacional propio.
La política entendida al modo liberal, lo que significa no solo un interés comprensible por pagar menos impuestos, sino ante todo sincero compromiso con la libertad personal y colectiva, combatiendo activamente la tiranía y sus mentiras
Esta historia me parece un ejemplo de generosidad del verdadero liberal, término que en español clásico significaba, precisamente, ser de conducta generosa. Vargas Llosa no tenía por qué haber aparcado tanto tiempo su pasión literaria, y menos aún haber corrido grandes riesgos físicos, de no haberse interpuesto esa otra pasión que se disputaba su vida, la política entendida al modo liberal, lo que significa no solo un interés comprensible por pagar menos impuestos, sino ante todo sincero compromiso con la libertad personal y colectiva, combatiendo activamente la tiranía y sus mentiras. Esto explica algunos incidentes mayores que puntean su biografía.
Por ejemplo, la memorable ocasión en que en México osó contradecir en público al otro gran escritor liberal hispano, Octavio Paz, con la teoría de que el México del PRI representaba la dictadura perfecta: una tiranía corrupta revestida de instituciones supuestamente democráticas pero serviles, con elecciones amañadas por sistema y salvaje represión de toda resistencia. No solo hizo un diagnóstico preciso de la realidad mexicana, sino que anticipó el futuro: el mayor peligro para la democracia es, como sufre hoy en día medio mundo democrático con España a la cabeza, la tiranía disfrazada de democracia pervirtiendo leyes, instituciones y prácticas.
Afrontó con valor, inteligencia y perseverancia ese fracaso que parece socio y compañía inevitable de las aventuras políticas que desafían la pereza, el conformismo y el seudo realismo de la sumisión al abuso de poder
Cual pez en el agua, el político Mario Vargas Llosa hizo otras cosas difíciles. Primero, fue capaz de anteponer convicciones a amistades y conveniencias, como la ruptura con su examigo Gabriel García Márquez por su deleznable cinismo con Cuba (que además hubiera asuntos amorosos por medio solo es un ingrediente idiosincrásico). Segundo, haber sabido subir a los palacios y bajar a las cabañas -como el Tenorio de Zorrilla- sin perder nunca la personalidad, la integridad ni la compostura. Tercero, apoyar con gran generosidad causas de futuro cuando menos problemático. Yo le conocí y traté en estas últimas, por supuesto.
En febrero de 2003 vino a San Sebastián a un magno acto-mitin de intelectuales contra el nacionalismo obligatorio –Mario fue, con Bernard-Henry Lévy, la gran estrella de un acto emocionante-, que organizó Basta Ya en solidaridad con los constitucionalistas vascos perseguidos; nuestro compañero Joseba Pagazaurtundua había sido asesinado por ETA solo una semana antes. También quiso participar en la modesta y entusiasta presentación de UPyD en Madrid en septiembre de 2007, con Rosa Díez, Fernando Savater y muchos de nosotros; durante los años siguientes nos consideró el partido liberal de España, y cuando la política nos desechó cual trasto inútil o bicho peligroso, siguió apoyando a quienes le parecieron liberales, de Esperanza Aguirre a Isabel Díaz Ayuso pasando por Ciudadanos. Conmigo tuvo la amabilidad, entre otras -era un artista del elogio apropiado-, de grabar una conversación sobre la regeneración política y la democracia que pueden ver aquí.
En fin, la carrera política de Mario Vargas Llosa afrontó con valor, inteligencia y perseverancia ese fracaso que parece socio y compañía inevitable de las aventuras políticas que desafían la pereza, el conformismo y el seudo realismo de la sumisión al abuso de poder. Combatió tanto el elitismo aristocrático que mira con distante desdén la política democrática, al estilo de Jorge Luis Borges, como el abyecto elitismo populista de extrema izquierda hegemónico en la intelectualidad española y latinoamericana.
Lo más importante de su vida
Creo que lo único que no comparto de sus simpatías es la admiración por Jean Paul Sartre y su corte parisina de los milagros intelectuales. Pero hasta esa admiración revelaba la auténtica generosidad de liberal íntegro, y muy francófilo. Como es sabido, Sartre escribió y peroró sin descanso y con ingenio (y gran hipocresía) sobre la imposibilidad de separar profesión intelectual de compromiso político para la realización de la esencia en la existencia y todo eso.
Sin embargo, su idea del compromiso político-intelectual me parece mucho más interesante. La expuso en el emotivo discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura del 2010, en Estocolmo. Allí dijo que el hecho más importante de su vida fue aprender a leer a los cinco años en una modesta escuela de Cochabamba. Y en efecto, su vida es una gran ilustración del principio de que aprender a leer el mundo significa, para los espíritus libres, aprender a escucharlo e intentar mejorarlo en contra del prudente pesimismo al que nos invitan fracaso y experiencia política.