Rebeca Argudo-ABC

  • Ser feminista y socialista es, al final y en puridad, como ser ninfómana y romántica: posible pero poco probable

El feminismo de Pilar Alegría, como el gato de Schrödinger, está vivo y muerto al mismo tiempo. Existe y no existe de manera simultánea. Y hasta que no se abre la caja (la de Pandora, o sea, la de Ábalos y sus asuntillos) uno no sabe si la ministra es feminista o no lo es. Hasta que no se mira dentro y se comprueba si respira, nada. Así, por tan paradójico motivo, si le preguntan si estuvo en el Parador de Teruel cuando Ábalos hacía de las suyas (ya saben, sobrinas y tal), ella es muy feminista, se siente ofendida y grita «machismo» y «violencia política». Pero si preguntan a una periodista valenciana si estuvo en el Ventorro cuando Mazón durante la dana, es búsqueda legítima de información e importante saber si estuvo allí, hasta cuando, y por qué y para qué. Así mismo, si el ministro Óscar Puente, desde su cuenta de Twitter (lo siento, no me sale llamarlo X), increpa a Isabel Díaz Ayuso y llama a su pareja «testaferro con derecho a roce», a ella la da la risa tonta y lo justifica, porque tampoco es para tanto y es que Puente es así, hay que entenderle. Que lo importante son las explicaciones que se deben y no se nos despisten, que se nos despistan. Eso sí, como un ciudadano anónimo, al que quizá no conozcan ni en su casa a la hora de comer, le espete a ella cualquier improperio (condenables, desde luego, si consiguiésemos leerlos; que no los hemos visto pero confiamos en su palabra), el responsable directo es el principal partido de la oposición (según Bolaños y por ciencia infusa, intuyo). Y así todo.

El feminismo de Alegría, como el gato aquel (el de Schrödinger, no el triste y azul), necesita de nuestra mirada para existir, no precisa de nada más. No necesita siquiera una captura de pantalla que demuestre que alguien le ha faltado al respeto o que un improperio injustificable le ha sido dedicado. Si ella asegura que así ha sido, automáticamente, eso es así y es por machismo (toda crítica a una feminista y por machismo, sépanlo).

Los denuestos, además (no dudaremos de su existencia, aun en ausencia de evidencia probatoria), le sirven (no todo iba a ser malo) de subterfugio para evitar dar explicaciones sobre sus actividades durante las restricciones por la pandemia, en general, y en esa noche turolense, en concreto. Detente bala infalible de maledicencias heteropatriarcales. Y esas mismas explicaciones, que eran lo importante, y no la afrenta, cuando quien sufría el acoso (y no de alguien anónimo, precisamente) era la presidenta de la Comunidad de Madrid, pasan a segundo plano en este caso (¿dónde está la bolita?). Y es que no es lo mismo, señores: aquello no era machismo, era justicia social; y esto es inaceptable campaña de machismo repugnante. Que, como el feminismo de Alegría, dependen del quién y no tanto del qué. Aquello de «el feminismo no es de todas, bonita», de la escuela de Carmen Calvo. Ser feminista y socialista es, al final y en puridad, como ser ninfómana y romántica: posible pero poco probable.