- La ruptura causada por Trump en la OTAN da más libertad de acción a los europeos hacia Palestina. Pero Gaza ha caído, es demasiado tarde
Juanjo Sánchez Arreseigor-El Correo
El presidente francés, Emmanuel Macron, agitó un poco más el ya muy agitado avispero geopolítico mundial al anunciar que está dispuesto a reconocer a Palestina como Estado el próximo mes de junio. ¿Por qué ahora? Cuando en mayo de 2024 España, Noruega e Irlanda reconocieron a Palestina, Macron se inhibió. ¿Y por qué anunciarlo para junio, en vez de ejecutar la decisión sin mayores dilaciones? ¿Pretende Macron que le ofrezcan ‘algo’ a cambio de retractarse? Por otra parte, los dirigentes franceses gustan mucho de anuncios grandilocuentes que luego nunca se llevan a la práctica.
Existe un factor de fondo que favorece ahora este tipo de gestos propalestinos dentro de la Unión Europea. Siempre ha habido una relación triangular entre Israel, la UE y Estados Unidos. Tras varias décadas de esfuerzos, los israelíes han logrado ejercer una influencia casi determinante en la política interna estadounidense. Bajo Trump, esta influencia ha llegado al paroxismo y vemos que la estrategia represiva dentro de las universidades se ajusta a la centésima de milímetro a los deseos del partido Likud y del primer ministro Benjamín Netanyahu. Las críticas a Israel, a su Gobierno y a su política respecto a Gaza o a Palestina en general son cotidianas en la Knesset israelí, en las universidades y en los medios de comunicación de este país. Las polémicas pueden ser durísimas, pero nadie es arrestado ni pierde su empleo. Sin embargo, las mismas críticas en EE UU provocan reacciones viscerales y duras represalias que rozan las prácticas de un Estado policial.
Con presidentes como Obama, Bush Jr. o Clinton, las cosas rara vez llegaban tan lejos, pero se mantenía inquebrantable la norma de defender a toda costa a Israel. Al mismo tiempo, la alianza con Washington era uno de los pilares graníticos de toda la política exterior y la geoestratégica de todos los países europeos. Por lo tanto, cualquier postura favorable de un gobierno europeo o de la UE a favor de los palestinos provocaba de inmediato un cortocircuito geopolítico dentro de la OTAN. ¡Pero ya no hay alianza! Trump se la ha cargado con verdadera alegría, como el que se regocija por que haya ardido su empresa porque así tiene días libres, sin pararse a pensar que se acaba de quedar sin empleo y sin ingresos, de manera que le amenazan la pobreza y el hambre.
Lo cierto es que las potencias europeas nunca han compartido esa especie de enamoramiento que parecen sufrir los estadounidenses con Israel. Ya en 1973, casi todos los países de Europa le negaron el uso de sus bases a EE UU para enviar suministros a Israel durante la guerra del Yon Kippur. Para cólera de Kissinger, únicamente Portugal les dejó emplear bases en las Azores, mientras pudiera negarlo de forma convincente. Como las campañas electorales europeas se financian de otra manera, los israelíes nunca han podido crear aquí un todopoderoso ‘lobby’ de influencia que tuviera a todos los cargos electos comiendo de su mano y fingiendo que un apoyo incondicional a Tel Aviv no es incompatible con los intereses geopolíticos de EE UU y de toda la alianza occidental.
La ruptura transatlántica da mucha más libertad de acción a los gobiernos europeos para mostrar sus verdaderos puntos de vista sobre Israel, el Likud y Netanyahu, pero se podría decir que ya es demasiado tarde como para que eso suponga alguna diferencia. Gaza ha caído. Lo único que resta son operaciones de limpieza étnica para despejar el terreno y colonizarlo. En Cisjordania, lo mismo. Aunque decenas de naciones reconociesen a Palestina como Estado, no veo que eso vaya a suponer diferencia alguna en ausencia de presiones muy drásticas.
Por otra parte, subsisten muchos obstáculos para tales presiones drásticas: todo lo que se relacione con el islam sufre en Europa de una detestable reputación. Meternos en gastos y problemas para ayudar a unos musulmanes va a provocar una dura resistencia entre el conjunto de la opinión pública. Otra dificultad es que podemos tener muchas palancas -si estamos dispuestos a usarlas- pero no hay puntos de apoyo. Esto no es Ucrania y no hay ningún Zelenski con el que podamos negociar o entregarle ayuda financiera, humanitaria o militar. La Autoridad Palestina es inoperante. Macron ha tenido la precaución de asegurar que el Estado palestino no incluiría a Hamás, pero eso no depende de unos extranjeros, sino de los propios palestinos.
Por último, la conexión EEUU-Israel sigue ahí. Por lo tanto, salvo que la relación transatlántica degenere tanto que llegue al enfrentamiento abierto, Israel siempre podrá mirarnos como un perro que ladra, pero nunca muerde. Y sin una intervención occidental directa, nunca habrá un Estado palestino.