- No arribaban para finiquitar la corrupción, sino para explotar este filón en régimen de monopolio hasta unos niveles sin precedentes. Aquella impostada regeneración es hoy descarnada degeneración. ¡Ni que esto fuera la pérfida Albión!
En una nación donde impera el Estado de derecho, con Justicia y Prensa independientes, con partidos democráticos no aquejados de cesarismo, con una oposición fuerte y con una ciudadanía vigorosa, la deshonestidad del gobernante es inaceptable y éste es removido de su poltrona, aunque sea un escapista, porque nadie puede permitirse engañar a todo el mundo todo el tiempo. Acaeció en septiembre de 2021 con el premier británico Boris Johnson al que los tories no consintieron que su propensión al embuste le hubiera arrastrado a negar que, en plena cuarentena del COVID, celebró saraos en el número 10 de Downing Street violando las restricciones dictadas por su Ejecutivo. Al mes de una moción de censura en la que el 41% de los suyos votaron contra él, los tories forzaron el adiós de quien había cimentado su atractivo en romper las reglas y ofrecer al pueblo cualquier cosa que le solicitara sin prever que le enviaría a casa al publicarse las fotos del Partygate. Tras intentar atrincherarse arguyendo que dijo lo que creía que era verdad, renunciaba sin trascurrir tres años de su éxito en las urnas de diciembre de 2019.
No transigió la oposición y menos sus correligionarios. Estos no se debían a su líder, sino a su electorado en consonancia con la exigencia democrática de depurar responsabilidades sin aguardar a los Juzgados. Justo en las antípodas de autocracias donde ni siquiera las sentencias operan efectos al borrarse con indultos o amnistías bajo el aforismo del exmandatario mexicano Benito Juárez: «A los amigos, justicia y gracia; a los enemigos, la ley a secas». Como la degradada democracia española a la que el Grupo de Estados contra la Corrupción del Consejo de Europa (Greco) ha sacado los colores por no implementar Sánchez ninguna de las 19 encomiendas de este supervisor del Estado de derecho.
El varapalo ejemplifica que nadie está exento de caer en manos de una tropa de desaprensivos que se adueñan del Estado, patrimonializan sus instituciones y lo esquilman cual Puerto de Arrebatacapas. Para más inri, bajo el señuelo del «no podemos normalizar la corrupción», cuya bandera enarboló el pirata Ábalos para patrocinar, como mano derecha de Sánchez en el PSOE y luego en el Gobierno, la moción censura Frankenstein contra Rajoy. No arribaban para finiquitar la corrupción, sino para explotar este filón en régimen de monopolio hasta unos niveles sin precedentes. Aquella impostada regeneración es hoy descarnada degeneración. ¡Ni que esto fuera la pérfida Albión!
¿Hasta cuándo podrán seguir diciendo lo que dicen sin pagar por ello? Nadie lo sabe con demagogos a los que su electorado no castiga en proporción a sus desmanes, si es que no los favorecen aplaudiendo discursos y recompensando vicios otrora tan execrables como para poner España patas arriba. Lejos de asumir sus deberes, juegan al «pío, pío, que yo no he sido». Como este Miércoles Santo el triministro Bolaños al testificar ante el juez del ‘Begoñagate’, tras burlarse de éste aseverando que «yo ayudo a la Justicia todos los días» cuando la obstaculiza y hostiga para maniatar a los jueces como al servil e imputado fiscal general.
En esta tropelía, le asiste el juez que se tragó el faisán etarra de Rubalcaba como ministro de Zapatero y que ha revertido en esa ave galliforme para ser ministro del Interior. Así, Grande-Marlaska, más Marlaska que Grande, denuesta a Peinado por ser «paradigma de lo que no es una instrucción» al no saberse «a ciencia cierta qué estamos investigando», cuando el magistrado ha tetraimputado a Begoña Gómez por sus trapicheos desde el Ala Oeste de La Moncloa. Claro que, si no peligrara el núcleo irradiador sanchista, el ministro de la triste figura callaría. No lo hace porque le va en ello el momio que mendigó frailunamente primero con Rajoy y luego con Sánchez al que entregó como prueba de sangre la cabeza del coronel Pérez de los Cobos al investigar la Guardia Civil, a instancias de la juez Rodríguez-Medel, a prohombres del PSOE por su gestión del COVID.
Si el desmemoriado Bolaños depone que no recuerda quién contrató a la asesora de Begoña Gómez, cómo iba a oír Pilar Alegría, aun compartiendo hospedería, el guirigay que montó el ministro Ábalos y su caravana de mujeres aquel 15 de septiembre de 2020 en su Partygate del Parador de Teruel con España confinada. Rasgándose las vestiduras por toda la basura que se arroja por las redes sociales que encenaga igualmente el PSOE con sus bots, la hoy ministra, con amargas lágrimas de alegría, como cuando sonreía la embestida de Óscar Puente contra «la corrupción con derecho a roce de Ayuso», traza una cortina de humo como la de Sánchez hace un año con su fingido mutis amoroso de cinco días tras ser imputada su ‘consuerte’. Esgrimir que la Policía Nacional no le trasladó ninguna denuncia siendo ella delegada del Gobierno es tan surrealista como imaginar que el director del establecimiento se suicidaría reconviniendo al ministro o que el secretario general de Paradores, Ricardo Mar, desmentiría la juerga de Ábalos habiendo sido su jefe de gabinete.
A diferencia de los tories que se alzaron contra los abusos de su jefe de filas, en el sanchismo, rige la «omertá» mafiosa. Nadie sabe nada ni conoce a nadie, empezando por un mendaz Notario Mayor del Reino que se rio del juez parodiando en su cara el socrático «sólo sé que no sé nada» y certificando que todo aquello que dijo ignorar se hizo en buen Derecho. Portento de los portentos por el que Félix el gato (Bolaños) no sólo tiene siete vidas como el personaje de la serie infantil, sino un séptimo sentido para sentar cátedra sobre lo que afirma desconocer.
Si la imagen de Rajoy atestiguando en 2017 en una pieza de Gürtel «exigía su dimisión por devaluar la institución», según blandió Sánchez en su moción de censura, su declaración judicial y la de su edecán en el «Begoñagate» debe saldarse, por el contrario, con un «pío, pío, que nadie ha sido». «¡Vaya tropa!», que clamó Romanones al quedar compuesto y sin Real Academia tras dejarlo tirado todos los que le tenían prometido su voto.