Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
La histórica sentencia establece la verdad científica de que hay dos sexos biológicos que no dependen de la elección subjetiva de nadie
Que solo hay dos sexos biológicos con diversas orientaciones eróticas es algo sabido por la humanidad desde sus orígenes, y se conoce desde hace algún tiempo que existen casos patológicos de disforia de género o angustia, ansiedad, depresión, confusión, malestar, incomodidad y otras emociones negativas cuando se siente que el propio cuerpo no se corresponde con la identidad sexual sentida.
Las víctimas de la teoría queer
La creencia en que el sexo biológico no cuenta y el género solo depende de la voluntad o de la opresión del capitalismo es la falacia conocida como “teoría queer”. Nacida en el pensamiento utópico antisistema de las universidades elitistas, fue adoptada con entusiasmo por la nueva extrema izquierda que andaba a la caza y captura de nuevos sujetos históricos revolucionarios tras la evaporación del proletariado en el reformismo y el progreso económico y social. Las víctimas directas de la teoría queer han sido, en primer lugar, miles de adolescentes inseguros sobre su identidad sexual, empujados por ideólogos sin escrúpulos a tratamientos hormonales y quirúrgicos irreversibles, y las mujeres como categoría antropológica suprimida; y en segundo lugar, la autoridad de la ciencia y la confianza en la experiencia de la humanidad.
Esta semana, el Tribunal Supremo del Reino Unido -país con dilatada tradición de Estado de derecho eficiente- ha dictado una sentencia unánime para resolver la demanda de un colectivo feminista escocés, For Women Scotland. En sustancia la sentencia dice: “La decisión unánime de este tribunal es que los términos mujer y sexo en la Ley de Igualdad de 2010 se refieren a una mujer biológica y al sexo biológico”. No altera para nada los derechos legales de quienes hayan cambiado de sexo biológico, pero rechaza que tengan privilegios o sean mujeres biológicas a todos los efectos.
Las feministas escocesas comenzaron la campaña en 2018, y han tenido que llegar al Supremo para derrotar la interpretación ideológica, oportunista y lunática que académicos woke, partidos y gobiernos hacían de su propia Ley de Igualdad. Los efectos irán más allá del Reino Unido porque otras democracias seguirán ese camino de un modo u otro. La tóxica marea woke comienza a bajar, aunque sigue lejos de desaparecer porque mantiene fuertes bastiones y campos minados en la industria cultural y de comunicación, en educación y universidad.
La masa es un fenómeno social donde la igualdad se establece por abajo y la responsabilidad individual desaparece en la voluntad general, normalmente violenta, intolerante y contraria al pluralismo de ideas y formas de vida.
Por supuesto, muchos se preguntan cómo es posible que hayamos llegado a que sea un Tribunal Supremo quien tenga que restaurar las verdades del sentido común, la experiencia y la ciencia negadas por universidades y academias. Por supuesto, está la capacidad corruptora del dinero, del poder político y de la aceptación social que pierden quienes se dedican al verdadero pensamiento crítico, pues la ideología de género es religión política acrítica. Pero es necesario remontarse un siglo para encontrar las raíces ideológicas del fenómeno. En concreto, a la irrupción de la cultura de masas y del nihilismo hacia 1920, con raíces a su vez anteriores.
En La rebelión de las masas (1930), el libro más influyente de José Ortega y Gasset, nuestro filósofo liberal de guardia insistió en dos o tres rasgos inquietantes de la cultura de masas que irrumpía entonces a caballo de la alfabetización, la prensa popular, el cine y la radio: la desconfianza o rechazo de las élites académicas y de la ciencia, y la exigencia de dar protagonismo a opiniones populares basadas en ideología y emociones, es decir, populistas. La masa es un fenómeno social donde la igualdad se establece por abajo y la responsabilidad individual desaparece en la voluntad general, normalmente violenta, intolerante y contraria al pluralismo de ideas y formas de vida.
Respecto al nihilismo, que se remonta al movimiento romántico y fue un gran tema sobre todo de Nietzsche, tan influyente entre los intelectuales elitistas, tuvo un desarrollo obsesivo en la cultura alemana; Hegel y su dilatada progenie, sobre todo Marx, aportaron el tóxico rechazo de la ciencia crítica en beneficio de ideologías autosuficientes que niegan realidad y hechos en beneficio de respuestas preconcebidas.
La teoría queer y la ideología de género desarrollan una idea famosa de Simone de Beauvoir: no se nace mujer, se llega a serlo; se inspiraba en la máxima de Sartre de que la existencia precede a la esencia, lo que viene a significar que debemos dibujar un sentido subjetivo en la pizarra en blanco de la existencia
La corriente principal del nihilismo, lejos de buscar el anarquismo cultural, coincidió con los totalitarismos en promover la sustitución de la razón y de la despreciada ciudadanía liberal por la dictadura de líderes sobrehumanos, tipos como Lenin, Mussolini, Stalin, Hitler y Mao. Estos líderes nihilistas y totalitarios se hicieron expertos en manipular la nueva cultura de masas y en identificarse con ellas, sustituyendo el saber por sus propias locuras, como la ciencia aria de Hitler, la antigenética soviética de Lysenko o los desastrosos experimentos económicos de Mao. El rechazo de cualquier objetividad abre la puerta a la tiranía totalitaria de los superhombres.
Tras la guerra mundial, el auge del existencialismo y de las utopías antisistema reactivó el rechazo de la racionalidad, la ciencia y la democracia liberal. La teoría queer y la ideología de género desarrollan una idea famosa de Simone de Beauvoir: no se nace mujer, se llega a serlo; se inspiraba en la máxima de Sartre de que la existencia precede a la esencia, lo que viene a significar que debemos dibujar un sentido subjetivo en la pizarra en blanco de la existencia. Cuando Sartre se convirtió al marxismo revolucionario anticipó la aparición de una nueva élite intelectual izquierdista que buscó sustitutos revolucionarios al proletariado en los pueblos colonizados, los movimientos contraculturales, los jóvenes y estudiantes, las mujeres y las minorías sexuales.
La mujer trans ideológica devino quintaesencia de la confluencia de la negación de naturaleza y ciencia, nihilismo y colectivismo autoritario (y más cosas nefastas) porque es la consecuencia de una elección personal soberana enfrentada, por motivos políticos, a la naturaleza, los valores morales, la democracia liberal, la ciencia y el sentido común.
Recuperar el buen juicio
Por eso la sentencia del Tribunal Supremo británico es histórica: establece que la aplicación política de las leyes de igualdad debe admitir la verdad científica de que hay dos sexos biológicos que no dependen de la elección subjetiva de nadie, sin que importen las creencias particulares o ideología de un grupo dado, y que tales creencias no pueden negar a la mujer natural, ni convertir a un colectivo artificioso en sujeto de privilegios políticos. Casi nada. El envés es el clamoroso fracaso del resto de instituciones, de partidos políticos a universidades, pasando por parlamentos y gobiernos, en velar por que se respetara algo tan obvio en el fondo. El por qué de ese fracaso lo dejamos para otro día.