Ignacio Camacho-ABC

  • Con todas las trabas que tiene el dinero en metálico, los trajines de la corrupción se siguen perpetrando con fajos

Cuando la Unión Europea promovió, con gran cachondeo sociológico, el famoso kit de supervivencia, llamó la atención que aconsejara incluir entre otros adminículos una cierta cantidad de dinero físico. No porque la recomendación fuese inadecuada sino porque las autoridades de Bruselas llevan tiempo tratando de eliminar o al menos restringir el uso del efectivo. Después de años de fomentar las tarjetas, el comercio electrónico y el bizum, se han acordado de repente, andá los donuts, de la conveniencia de guardar unos billetes para hacer frente al supuesto crítico de una suspensión del tráfico digital provocada por algún tipo de ataque híbrido. Deberían decírselo a los bancos, que están cerrando oficinas y suprimiendo cajeros como si ya los hubieran prohibido.

La política de limitación del metálico –que en realidad es de papel– está creando un emergente movimiento de rechazo. Frente a los razonables objetivos de transparencia en las transacciones monetarias y de reducción de los costes bancarios, muchos ciudadanos entienden esa estrategia como un ataque a sus derechos básicos, sobre todo al de la ya muy amenazada privacidad de sus datos. La digitalización nos deja desnudos ante el escrutinio de un Gran Hermano más o menos abstracto que puede monitorizar cualquier aspecto de nuestra vida –aficiones, patrimonio, salud, nivel de vida, tendencias ideológicas, etc– a través de los gastos cotidianos. Demasiada información al alcance del impulso invasivo, cuando no autoritario, de los Estados.

Frente a ese recelo está la necesidad de combatir el fraude fiscal y el blanqueo, soporte esencial del narcotráfico, el terrorismo y las redes de compraventa ilegal de armamento. No parece, sin embargo, que el esfuerzo por achicar el campo de esos enemigos globales esté cosechando mucho éxito, mientras que la gente común sufre los efectos de un control exhaustivo de sus movimientos, no sólo de los financieros, y siente su libertad constreñida a un ámbito cada vez más estrecho. Por no hablar de la dificultad de los mayores para desenvolverse con acierto en una operativa que a menudo les hace sentirse como analfabetos modernos.

Y respecto a la corrupción, tampoco se nota en exceso que las cortapisas al circulante numerario produzcan el resultado pretendido. Los maletines, sobres y fajos (aquellos ‘convolutos’ del embajador Brunner) siguen siendo elementos decisivos en la comisión de delitos. Esta misma semana, una empresaria de la trama Ábalos-Aldama declaró haber entregado en la sede del PSOE noventa mil euros de sospechoso destino, y es fama que Koldo pagaba las facturas hoteleras de su jefe con ‘tacos’ bien macizos. A usted le va a obligar Hacienda a justificar la procedencia de su dinero de bolsillo –y será difícil explicar que está obedeciendo a la UE– pero los corruptos y sus corruptores respectivos se lo van a seguir llevando calentito.