Carmen Martínez Castro-El Debate
  • El éxito de Meloni contrasta notablemente con los misérrimos resultados de la visita de Sánchez a Pekín. En Europa han puesto cara de póker ante los requiebros de Sánchez al dictador chino

La italiana Giorgia Meloni ha sido la estrella política de esta Semana Santa. Ha sido agasajada por Donald Trump en Washington y ha logrado que el presidente americano se guardara sus habituales exabruptos contra Europa. Trump incluso se mostró favorable a cerrar cuanto antes un acuerdo comercial con las vilipendiadas autoridades de Bruselas. Meloni ha regresado a su país convertida en la mejor embajadora de la Unión Europea ante Estados Unidos; eso es bueno para ella y para Italia que sin duda sabrá sacar rédito a esa circunstancia tanto en Bruselas como en Washington.

El éxito de Meloni contrasta notablemente con los misérrimos resultados de la visita de Sánchez a Pekín. En Europa han puesto cara de póker ante los requiebros de Sánchez al dictador chino y la única consecuencia conocida es que desde Washington se ha llamado a capítulo al ministro Carlos Cuerpo para escuchar una conversación «franca», lo que en leguaje diplomático significa que le han leído la cartilla. De propina, el proyecto de Renfe para el AVE de Texas se quedó sin financiación federal. ¡Casualidades de la vida!

La imagen internacional de Sánchez se ve cada vez más como la de un agente del lobby antioccidental y antiliberal de Rodríguez Zapatero, lo que le garantiza un futuro entre la irrelevancia y el desprecio general. Meloni, por el contrario, se consolida como un fenómeno político absolutamente innovador. Giorgia Meloni presenta todos los rasgos que hacen atractivo al populismo en las sociedades modernas, pero lejos de utilizarlos para deslegitimar las instituciones, ha venido a fortalecerlas al demostrar que se pueden hacer políticas distintas sin tirar abajo el sistema.

Ella es la primera desde Berlusconi que gobierna en Italia con un claro mandato popular y esto, aunque vivamos en democracias parlamentarias, tiene un valor democrático innegable. Ganar las elecciones importa y mucho en términos de legitimidad política, no hay más que ver la penosa situación en que se encuentra Pedro Sánchez dentro y fuera del Parlamento por carecer de ese apoyo popular.

Meloni además no ha tenido que jugar a ser antieuropea ni a hacerle el caldo gordo a Putin. Su intervención en Washington fue impecable, al igual sus críticas a Rusia por la invasión de Ucrania. Delante de Trump, en el mismo sillón donde Zelenski fue abroncado por J.D. Vance, Meloni denunció la agresión de Putin sin que nadie le replicara. Y eso también tiene un valor, al menos moral, para los sufridos ucranianos.

Es imposible predecir el futuro pero hasta ahora la primera ministra italiana ha demostrado poseer un admirable talento político que luce mucho más desde el gobierno que en la oposición. Por eso Meloni constituye el mejor argumento contra los cordones sanitarios en política. Solo la experiencia de gobierno es la que acaba diferenciando a los demagogos de los políticos responsables y a los aprendices de autócratas de los gobernantes que respetan los fundamentos de la democracia.

Nadie podrá acusar a Meloni de tibieza ideológica, pero nadie puede poner en duda tampoco su lealtad a las instituciones europeas y su creciente influencia en las políticas de Bruselas. El Partido Popular Europeo hace bien en tratar de incorporarla a sus filas y acaso los votantes de Vox se pregunten hoy por qué están con Orban y con Putin en vez de estar junto a una rock-star como la italiana.