Xulio Ríos-El Correo

  • El enconamiento comercial del presidente de EE UU es una bendición para Pekín

A menudo se recurre a la calificación de ‘milagro’ para explicar la inmensa transformación que ha experimentado China en las últimas décadas. Sin embargo, el sustantivo que mejor puede resumir ese singular cambio es el de ‘autoestima’, la recuperación de aquel orgullo nacional que durante dos siglos permaneció constreñido por el sentido de la más profunda humillación. Prescribir que la estabilidad china responde a un pacto no escrito cuyo fundamento es la promisión de progreso a cambio de docilidad social, y que si el primero falla también surgirá de forma automática la rebelión, pasa por alto que esa recuperación de la autoestima como valor primero de la revitalización nacional otorga a las autoridades un margen de maniobra y capacidad de resiliencia al alcance hoy de muy pocos países.

Esa autoestima es, probablemente, la principal baza con la que China cuenta para resistir el envite de la Administración Trump. A principios de marzo, tanto el Ministerio de Exteriores chino como la Embajada en Washington afirmaron que si lo que EE UU desea es una guerra -arancelaria, comercial o de cualquier otro tipo-, China está dispuesta a luchar hasta el final. No es solo confianza en las capacidades económicas para enfrentar los cambios de humor arancelario del señor Trump sino «cualquier otro tipo» de escenario especialmente pensando en que a lo económico, comercial o tecnológico se le pueda sumar, como bien podría gestarse ya, presión estratégica o militar con el aval de una OTAN que el secretario Rutte se apura a instalar en Japón para que Tokio se sume a la estrategia Indo-Pacífica de la organización atlántica.

China sabe que puede perder pero que esa pérdida es soportable. «El cielo no caerá». Y no parece dispuesta a dar el brazo a torcer en ninguna cuestión fundamental. Habrá que verlo. Por lo pronto, está claramente preparada y dispuesta a participar en una confrontación directa con EE UU en el ámbito económico y comercial, incluso arriesgándose a una disociación y a interrumpir la cadena de suministro, en lugar de seguir cediendo a las demandas estadounidenses. Según un informe de Huachuang Securities, los aranceles de Trump a China podrían afectar las exportaciones totales del gigante asiático entre un 7% y un 11%, mientras que el impacto en su PIB real podría oscilar entre -0,25% y -0,9%. Al mismo tiempo, los aranceles también podrían interrumpir el ritmo de la recuperación que sigue afrontando una cuesta bien empinada.

Pero aquella autoestima recuperada le provee de una doble confianza. Primero, la manifiesta capacidad para mantener la estabilidad política y social. Segundo, su crecimiento, aunque se vea afectado, no le catapultará hacia atrás. Por el contrario, como pasó con la guerra tecnológica, con un aumento de las capacidades en este orden, podría tener el efecto añadido de un ajuste estructural que potencie tanto su autosuficiencia como la sustitución de mercados. Aunque las fuentes nacionales sean perfectamente reconocibles no es previsible que renuncie a potenciar la inserción internacional. Es la estrategia de ‘doble circulación’, adoptada años atrás para reducir su dependencia del mercado estadounidense. Por el contrario, hoy, EE UU muestra un alto nivel de dependencia de China en muchos bienes de consumo sin que cuente con alternativas fáciles. La dependencia comercial de China se ha reducido del 67% en 2006 al 33% en 2023, y las exportaciones a EE UU representan solo un 15% del total. ¿Invulnerable? En absoluto, pero sin pánico.

A esa resistencia se suma la oportunidad que el conflicto representa en términos estratégicos. La hegemonía estadounidense está en muy serio entredicho. Primero en lo conceptual. Tanto tiempo defendiendo el orden internacional basado en reglas para ahora sepultar el sistema comercial multilateral basado en normas. Es ahora China la principal valedora, y no porque se haya beneficiado fraudulentamente de ese proceso en el que proveyó de importantes beneficios a las multinacionales occidentales durante muchos años y asumiendo costes brutales en materia ambiental o de justicia social, sino porque en la voluntad de cooperación reside la mayor fuerza de su poder blando.

De continuar Trump por la misma senda, le será difícil evitar que la UE, Japón o Corea del Sur gestionen su ‘corazón partido’ allegándose a China en lo económico y comercial. Y las proyecciones de Pekín a partir de los Brics y el Sur Global se antojan perceptibles porque no solo defiende sus propios intereses sino que, paradojas de la historia, también un sistema comercial mundial en el que EE UU parece ser el único descreído.

Las medidas de Trump en lo económico y en lo político, en especial ese enconamiento con multitud de países y la retirada de los asuntos y organizaciones internacionales, resuenan como antipáticas bravatas. China, que mira más allá de un mandato, tiene claro que nos hallamos ante un punto de inflexión capaz de engullir las pérdidas generadas por la guerra comercial holgadamente compensadas por los beneficios estratégicos derivados de la petulancia trumpiana. Trump es una bendición para China.