Jaime Santirso-ABC

  • Los intercambios comerciales entre Estados Unidos y China han operado como el principal factor disuasorio para evitar conflictos de otro tipo
  • Trump dice esperar una llamada para «negociar» pero mientras él improvisa China lleva ocho años preparándose para esta situación

De 650.000 millones de dólares (572.000 millones de euros) a cero. Los aranceles universales de Donald Trump, el mayor golpe al libre comercio que ha sustentado el orden mundial a lo largo de las últimas décadas, ha mutado en segunda guerra comercial contra China. Los aparatosos sobrecargos mutuos, el 145% estadounidense frente al 125% chino, suponen un embargo oficioso que amenaza con aniquilar los intercambios entre las dos primeras economías del mundo y, con ellos, una de las principales disuasiones contra un hipotético enfrentamiento bélico. Una arriesgada maniobra en la que, pese a la debilidad de la economía china, Trump lleva las de perder.

Este conflicto, en efecto, no podría llegar en peor momento para el gigante asiático. Según cifras oficiales desveladas este miércoles, su PIB creció un 5,4% en el primer trimestre del año, todavía a salvo del impacto de la guerra comercial, en línea con el objetivo gubernamental para 2025, fijado por tercer curso consecutivo «alrededor del 5%» durante la reunión anual del aparato legislativo celebrada a principios de marzo. Dicho guarismo resultaba ya entonces modesto en comparación con la serie histórica pero ambicioso dado el declive estructural de su modelo, un decaimiento ahondado por la coyuntura actual.

Los aranceles de Trump sacuden el pilar de la maltrecha economía china: las exportaciones. «Las exportaciones vienen siendo el principal motor del crecimiento. A corto plazo el impacto será profundo y algunas empresas no podrán sobrevivir, en especial aquellas pequeñas y especializadas en el mercado estadounidense», explica por teléfono Shameen Prashantham, profesor en la escuela de negocios Ceibs en Shanghái, quien acto seguido puntualiza: «China ha tenido ocho años para prepararse, como prueba el hecho de que la dependencia de Estados Unidos se haya reducido de una quinta parte del total de exportaciones a solo una octava parte».

Prashantham vaticina tres consecuencias para China: «Uno, intentará aumentar su influencia global, pues habrá más países dispuestos a negociar. Dos, tendrá ímpetu para mejorar su consumo interno; si tras la pandemia no se produjo un rebote fue porque se mantuvo en niveles bajos. Y tres, las restricciones movilizarán la innovación, como demostró el caso DeepSeek».

La desaceleración ha mermado un consumo interno de por sí bajo: este representa un 56% del PIB, casi 20 puntos porcentuales menos que la media global. Esta confluencia de factores circunstanciales y estructurales ha incrementado el flujo de bienes hacia el exterior, la consabida «sobrecapacidad» de la industria china que tantas tensiones políticas genera. El cierre del mercado estadounidense redobla así la presión sobre aquellos cotos todavía accesibles, como la Unión Europea, con los vehículos eléctricos por caso paradigmático.

Tirantez y entendimiento

«Será necesario gestionar con cuidado los posibles efectos distorsionadores que un redireccionamiento del comercio podría tener sobre el Mercado Único Europeo», advierte Jens Eskelund, presidente de la Cámara de Comercio de la UE en China. «Esto es especialmente relevante en sectores que ya padecen un exceso de capacidad global. La UE también seguirá vigilando de cerca cualquier dependencia excesiva de China en áreas clave para su seguridad económica, pero todavía hay un enorme potencial para profundizar el comercio y las inversiones», añade. «La pelota está en manos de China, y será interesante ver qué hacen con ella».

Las formas y el fondo del presidente estadounidense repelen a la comunidad internacional y facilitan entendimientos a sus espaldas. Tanto es así que equipos técnicos ya habrían comenzado a negociar una tasa de precios fijos para zanjar la polémica y permitir la normal comercialización de vehículos eléctricos chinos en Europa; avance producido tras la visita a Pekín a finales de marzo del comisario de Comercio, Maros Sefcovic.

En otras latitudes el acercamiento resulta aún más sencillo. El pujante comercio de China con el Sudeste Asiático «contribuirá a compensar el vacío dejado por el acceso limitado al mercado estadounidense», señalaba en un evento reciente Hoe Ee Khor, economista jefe de Asean+3 Macroeconomic Research Office, quien estimaba que la inversión directa del gigante asiático en ASEAN (Asociación de Naciones de Asia Sudoriental) se ha doblado tras la pandemia. No es casualidad que en su primera gira internacional tras los aranceles Xi Jinping haya visitado Vietnam, Malasia y Camboya, algunos de los países más afectados de la región.

La marcada asimetría entre los aranceles bilaterales y los generales constituye asimismo un cuantioso incentivo para mantener los intercambios, por lo civil –a través de terceros países– o por lo criminal. Más que una conjetura, una realidad: la comparación de las exportaciones a EE.UU. según datos chinos con las importaciones desde China según datos estadounidense, en apariencia una misma cosa, reflejan desde 2020 una disparidad creciente que ya alcanza 110.000 millones de dólares (97.000 millones de euros).

Exportaciones fuera del radar97.000 millonesLos atajos de China para colocar sus productos en Estados Unidos

La discrepancia entre el valor de lo que China dice exportar a Estados Unidos y lo que Estados Unidos dice que le llega en producción china se ha disparado en los últimos años y apunta a la existencia de canales no ordinarios de exportación

«El resultado más probable es que otros países continúen adoptando un enfoque gradual y selectivo para proteger sus industrias nacionales frente a la competencia china, centrándose especialmente en sectores estratégicos», auguraba Jennifer McKeown, economista jefe de Capital Economics en un informe de la firma. «Si las políticas de Trump acaban provocando una guerra comercial global, será más por una reacción generalizada contra China que por una respuesta directa a los aranceles recíprocos. El auge chino, posibilitado por el proteccionismo, ya había generado un mundo predispuesto al proteccionismo antes de la reaparición del mandatario.

La pregunta sobre quién lleva mejores cartas

En la Casa Blanca, sin embargo, parece cundir el optimismo. «China está jugando con un par de doses», presumía el secretario del Tesoro, Scott Bessent, empleando el póker como metáfora. «Les exportamos un quinto de lo que nos exportan, así que es una mano perdedora para ellos». «La Administración Trump cree contar con lo que los teóricos del juego llaman «dominio en la escalada» frente a China y cualquier otra economía con la que EE.UU. mantiene un déficit comercial», esto es, «la capacidad de un contendiente de intensificar un conflicto con prácticas que resulten costosas o perjudiciales para su adversario sin que este pueda responder de la misma manera», desgranaba Adam S. Posen, presidente del Peterson Institute for International Economics, en un artículo publicado en Foreign Affairs.

«Pero esta lógica es incorrecta: es China quien realmente cuenta con dominio en la escalada», sentenciaba. «EE.UU. depende de bienes esenciales procedentes de China que no pueden ser reemplazados a corto plazo ni producidos internamente sin costes prohibitivos. Reducir esa dependencia podría ser una razón válida para actuar, pero librar la guerra antes de haberlo hecho es una receta casi segura para la derrota».

«En una guerra real, si tienes motivos para temer una invasión, sería suicida provocar a tu adversario antes de haberte armado. Eso es, en esencia, el riesgo del ataque económico de Trump», zanjaba el académico, quien se refería a la guerra comercial como «el equivalente económico de la guerra de Vietnam: una guerra elegida voluntariamente, que pronto se convertirá en un atolladero, debilitando la confianza tanto interna como externa en la fiabilidad y la capacidad de EE.UU.».

Trump, mientras tanto, emite señales de aguardar impaciente una llamada de Xi para «negociar». Olvida el presidente que, mientras él improvisa, China cuenta con un plan esbozado desde su primer mandato, y que su régimen autoritario aparenta estar más preparado que la polarizada democracia estadounidense para lidiar con las consecuencias económicas y políticas del inquietante conflicto entre potencias. «Una guerra comercial no tiene ganadores», dicen, omitiendo que ante el desplome no todos pierden por igual.