Ignacio Camacho-ABC

  • Una reforma electoral ventajista y sin consenso elevaría aún más los insoportables decibelios del enfrentamiento

La rebaja de la edad de votar hasta los 16 años es una vieja idea con la que cierta izquierda sueña como un procedimiento para aumentar su clientela. Pero si el Gobierno decide implementarla, como ha anunciado la ministra Sira Rego (Sumar), se puede llevar una sorpresa porque todas las encuestas vienen detectando hace tiempo una creciente inclinación de las capas más jóvenes hacia la ultraderecha. No sólo en España: el fenómeno se registra también en Alemania y otras naciones europeas donde el populismo conservador está canalizando entre la juventud su clásica voluntad de protesta contra el sistema. Aunque la posición oficial del Ejecutivo es contraria a la propuesta –o precisamente por eso, dados los precedentes– conviene tenerla en cuenta; primero porque el propio presidente tiene declarado que piensa buscar apoyos hasta debajo de las piedras, y luego porque encaja con la inmadurez de un estilo político que parece anclado en la adolescencia.

Cuando los portavoces sanchistas informan de un inminente «plan de acción por la democracia» hay que temer cualquier jugada de ventaja. Según los reputados rankings de Transparencia Internacional y ‘The Economist’, en los últimos años se han desplomado en nuestro país los principales indicadores de calidad democrática, por lo que es difícil creer que los principales responsables de esa degradación merezcan confianza para repararla. Medidas como el voto juvenil no serán, desde luego, las que contribuyan a enderezar el proceso de deterioro institucional, inseguridad jurídica y polarización civil en que los españoles estamos envueltos; más bien es probable que provoquen un incremento de la inestabilidad al reforzar a los partidos de ambos extremos. Sin que quepa descartar que el objetivo consista precisamente en eso, en elevar aún más los decibelios del enfrentamiento mediante una reforma de la ley electoral llevada a cabo sin consenso.

Puede ocurrir o no, pero de un modo u otro cada vez existen más indicios de que el laboratorio de la Moncloa está haciendo cálculos de ingeniería demoscópica ante la eventualidad bastante verosímil de un descalabro. A ese respecto, la ampliación de los contingentes de voto puede desequilibrar el reparto de escaños. Resulta imprescindible recordar que la evitación de la alternancia es la base sobre la que se armó el presente mandato, y que el desgaste de un bloque de investidura ya de por sí precario se ha acentuado por la acumulación de escándalos. Si hay algo que Sánchez ha demostrado es su falta de reparos para sobrevivir a cualquier precio en el cargo, empeño para el que no le van a faltar aliados dispuestos a respaldar los ajustes legislativos que consideren necesarios y a explotar en su favor el miedo a la derrota de un dirigente atrincherado con todos los resortes de poder en la mano. El camino del cambio va a ser muy abrupto, muy sucio y muy largo.