Enrique García-Máiquez-El Debate
  • A estas alturas, quiero decir, bajuras, Sánchez no va a caer por la corrupción. Sufrirá abucheos, como mucho, a los que irá dando esquinazo a base de no dejarse ver por las esquinas y poco más. Hará falta una oposición política más activa

Hoy que es lunes de Pascua Florida, hagamos la pascua. Afrontemos uno de los problemas más graves de España. ¿Qué pasa aquí que no pasa nada a pesar de las informaciones de corrupción y desgobierno que los mejores periódicos, entre ellos, éste, nos sirven cotidiana y contrastadamente? Necesitaríamos un esquema para seguir el laberinto de conexiones e implicaciones sin perdernos, pero la cantidad y la extensión de casos son abrumadoras.

Encima es una corrupción transversal. Quiero decir, que hay desde casos salaces, tipo Ábalos, cuya corrupción basta y vasta es de amplio espectro y fácil difusión, por así decirlo, hasta casos sutiles del más técnico Derecho Constitucional, como las maniobras de Cándido Conde-Pumpido para subvertir la división de poderes. Desde maniobras de ingeniería financiera a la falsificación de C. V., pasando por la discriminación de unos españoles frente a otros, o por razón de sexo o por razón de comunidad autónoma de residencia. Se diría que estamos ante un sírvase usted mismo la corrupción que más le soliviante, que hay para todos los disgustos.

Y, sin embargo, pasa que no pasa nada. Ni se hunde el Gobierno. Ni se moviliza la calle. Ni dimite nadie. Ni se convocan elecciones. Mi españolismo a machamartillo sufre cuando oigo decir que en otros países ya se habrían desencadenado las consecuencias, pero es verdad. ¿Qué nos pasa? Contestar a esta pregunta es esencial para saber dónde estamos políticamente.

Hay varias razones mezcladas, algunas incluso buenas. La primera, muy mala, es la confrontación cainita, que Sánchez, más listo que el hambre, espolea porque conoce sus beneficios. Si la mitad de los españoles pensamos que Sánchez es lo peor, como él se esfuerza en demostrarnos, cuando hace lo peor, no nos escandalizamos, sino que lo vemos, en el subconsciente, de alguna forma, lo natural. Y entre sus partidarios, a bulto la otra mitad, ven que sí, que ha hecho o ha dejado de hacer tal cosa, pero es su capitán, oh, mi capitán, frente a unos supuestos enemigos mortales a los que irrita como nadie, así que, por espíritu de cuerpo, se le deja hacer. Sólo una política menos frentista, donde cada cual vote al que más le convenza, pero pueda reconocer la honradez y la bonhomía de los líderes rivales, nos convertiría en un país alérgico a la corrupción.

La segunda razón es la primacía que en España se concede a la vida privada, a la familia y a los amigos. Puede palparse siempre, pero en vacaciones más. Nos volcamos en nuestro mundo particular con una enorme intensidad, y lo que pase fuera, nos importa mucho menos. El «ándeme yo caliente y ríase la gente» de Góngora, pero con un cinismo más templado.

Y algo teológico, quiero pensar. ¿No funciona por debajo el «no juzguéis y no seréis juzgados»? Hay una resistencia hispánica a escandalizarse con los «pecados» del prójimo. Antes que de la hipocresía del rasgamiento de vestiduras, somos del meme y el chiste sobre la sinvergonzonería ajena. Y la risa no es un perdón, pero se la acerca –por la espalda–.

A estas alturas, quiero decir, bajuras, Sánchez no va a caer por la corrupción. Sufrirá abucheos, como mucho, a los que irá dando esquinazo a base de no dejarse ver por las esquinas y poco más. Hará falta una oposición política más activa y propositiva. Y entre las propuestas o proyectos a largo plazo habría que construir una sociedad mucho más intolerante con la corrupción o el despiporre.

¿Cómo? Desmontando meticulosamente las actuales coberturas. Aspirando a mejores líderes a los que, sin ser los nuestros, podamos exigirles más. Transmitiendo que el mal gobierno socava la calidad de nuestra vida privada, en lo económico, por supuesto, pero también en lo moral. Y recordando que exigir honestidad a nuestros políticos es un deber elemental de los ciudadanos. Más importante que pagar impuestos.