Javier Zarzalejos-El Correo

  • Son instituciones sociales que, en esta crisis, apuestan por la seguridad y ponen en su lugar la arrogancia y el nacionalismo populista de gentes como Trump

Cuando se piensa en los mercados, o viene a la mente un espacio físico de intercambios o ataca la imagen conspirativa de unas fuerzas ocultas que someten al mundo para provecho de intereses oscuros y destructivos. Casi nunca se habla de los mercados como lo que son, verdaderas instituciones sociales que junto con el Estado y la sociedad civil forman la tríada que sustenta los sistemas democráticos, las sociedades pluralistas y la libertades individuales y sociales.

Entre nosotros ha sido el sociólogo Víctor Pérez Díaz el que ha desarrollado esta concepción institucionalista de los mercados a lo largo de una obra merecedora de la atención y el reconocimiento que no ha tenido en suficiente medida. Decir que los mercados son instituciones significa que en su interacción rigen normas, cristalizan experiencias pasadas, requieren cooperación, intercambian información y responden a comportamientos que pretenden ser racionales y lo suelen ser en mayor medida que los de otros actores económicos, sociales y políticos. Significa, además, que actúan en el marco de una sociedad civil autónoma del poder político -si no fuera así, no habría sociedad civil digna de tal nombre- y sobre la base de un principio de libertad que no excluye su regulación.

Gracias a Trump estamos viendo cosas que no creeríamos. Estamos viendo a antiamericanos de biografía vociferante, doliéndose del abandono de Europa por parte de Estados Unidos. Estamos viendo a proteccionistas de libro, convertidos a la fe del libre comercio y escandalizados por la orgía arancelaria de Trump. Estamos viendo a pacifistas en todas sus versiones pasar de exigir el desarme unilateral europeo a ver en las pulsiones locoides de Trump una traición a la seguridad colectiva. Los que siempre hemos sido defensores de la relación con Estados Unidos, hemos abogado por ampliar el comercio libre con objetivos como hacer del Atlántico un gran espacio de prosperidad compartida, y nunca hemos comulgado con las teorías anestesiantes del ‘poder blando’ europeo y el hecho extraordinario de creer que Europa no tenía enemigos, no solo estamos legitimados moralmente para criticar el desbarre temerario de un tipo personalmente deleznable y políticamente peligroso en extremo como Trump, sino que podemos contemplar con cierta sorna estos lamentos que entonan los que deberían estar encantados con Trump porque este ha hecho realidad sus deseos de una Europa sin Estados Unidos y de Estados Unidos contra Europa.

Pero falta un paso, que reconozcan que los mercados, los denostados mercados, son los responsables de las primeras derrotas del desparrame económico trumpista. Alejados de la estéril digresión sobre si lo que estamos presenciando es fruto de simple improvisación o forma parte de una estrategia genial del negociante en jefe, los mercados son los que han conseguido imponer racionalidad y hacer que el inquilino de la Casa Blanca y su corte de sicofantes reconsideren sus ímpetus. Los mercados están aportando la racionalidad y el vigor que faltan en esta situación internacional. No se trata solo de que Trump genere caídas severas en las bolsas, sino de que su política conduce a la anomia internacional, a la confrontación generalizada y a la recesión. Estamos contemplando por primera vez en la historia a un presidente de Estados Unidos cuyo objetivo es inducir una recesión en toda regla en la economía de su país para después -dice- hacer que esa grandeza renovada de EE UU se pueda construir sobre las ruinas de un orden internacional devastado, la confianza perdida, la cooperación condenada y la arbitrariedad instalada como indicador del poderío americano.

Pues bien, todo esto es lo que los mercados, entendidos rectamente como instituciones sociales, rechazan. En esta crisis, son los mercados los que maximizan la información, apuestan por el orden y la cooperación, por la seguridad -también la jurídica- frente a peligrosas estridencias. Reclaman su posición y su papel frente a los que se sienten omnipotentes y ponen en su lugar la arrogancia y el nacionalismo populista de gentes como Trump, convirtiendo sus supuestas genialidades en ocurrencias que se vuelven contra quienes las albergan y las propagan en forma de políticas de poder.

Alegrémonos de que ‘los mercados’ existan y existan como instituciones que objetivamente colaboran con la estabilidad, introducen racionalidad y alertan de las consecuencias de políticas extraviadas y las sancionan.