Pedro García Cuartango-ABC
- Sánchez sintió vértigo de caer en un abismo y optó por seguir en lo más alto. Le resulta inaceptable el mirarse al espejo sin el peso de la púrpura
Hamlet se interroga frente a una calavera si es mejor vivir o morir. Muchos nos hemos hecho esa pregunta en algún momento de nuestra existencia. La duda forma parte de la fe, por muy arraigadas que estén nuestras creencias.
Hace ahora un año, Sánchez hizo pública una carta en la que se tomaba el plazo de unos días para decidir si continuaba al frente del Gobierno, un gesto insólito en la práctica política. Al terminar el periodo de reflexión, el presidente desveló que seguía en el cargo, lo que algunos interpretaron como una gran farsa y la muestra de un narcisismo desmedido. Como ni yo ni nadie puede determinar lo que pasó por su cabeza, sigo convencido de que fue sincero y que, aunque sólo fuera por unas horas, se sintió la víctima de una persecución y pensó que era mejor renunciar a seguir en La Moncloa. Su carta expresa ese estado de ánimo que le embargaba al escribir.
No faltará quien me tache de ingenuo, pero creo que hasta las personas más seguras de sí mismas y las que tienen más apego a los cargos experimentan momentos en los que desean dejarlo todo y lamerse las heridas. Sánchez es un superviviente, un sujeto rocoso que está dispuesto a pagar un alto precio por el poder, pero también es un hombre que se puede dejar llevar por el desaliento y la duda.
Como nada sigue un guion preestablecido, Sánchez pudo haber dimitido y dejar el puesto en manos de un colaborador cercano. Pero no lo hizo. Prefirió seguir en la batalla política, recrudeció sus ataques a la oposición y se instaló en su discurso de la «fachosfera». No rectificó, sino que, por el contrario, aceleró el paso y optó por la confrontación con sus adversarios.
Spinoza decía que el alma se esfuerza en perseverar en su ser. Lo que indica la elección que tomó Sánchez es precisamente su voluntad de continuar en el poder por encima de cualquier inconveniente, asumiendo el desgaste que conlleva su ejercicio, los problemas judiciales de su esposa y su hermano y el esfuerzo físico y mental que comporta el cargo.
Dicho con otras palabras, las dudas de Sánchez sirven para subrayar lo importante que es para él seguir al frente de un Gobierno que no tiene mayoría, que no puede sacar adelante sus leyes y que está profundamente dividido. Otro hubiera tirado la toalla, pero él no. El fin justifica los medios, como reconoció.
Ya decía Tácito que para quienes ambicionan el poder, no existe un camino intermedio entre la cumbre y el precipicio. Sánchez sintió vértigo de caer en un abismo sin fondo y optó por seguir en lo más alto. Le resulta inaceptable la idea de mirarse al espejo cada mañana sin el peso de la púrpura. Fue tan sincero al mirar hacia abajo como cuando decidió permanecer en la cima. No es un cínico ni un mentiroso, es un hombre apegado al poder que hará lo que sea para tocar el cielo.