Diego Carcedo-El Correo
- Ante los temores que Trump inspira hay quienes se han apresurado a buscar una alternativa y, mirando al panorama, ven como única a China
Donald Trump no descansa en su empeño por liberar a los Estados de la opresión a que le tienen sometido los demás países, pero le anticipó piadosamente a la señora Meloni, primera ministra de Italia y primer jefe de Gobierno europeo que recibe que habrá acuerdo arancelario, pero sin prisa. Para algunas cosas él no muestra paciencia, pero la exige a los demás. Así que ya lo saben en Bruselas y, por supuesto que otro de los Veintisiete le llame a la Casa Blanca porque ya son muchos los que le llaman «para besarme el culo». Así de claro.
Son unas palabras que siempre suenan mal y nada digamos cuando las dice una persona que se enfatiza alardeando de ser la más poderoso del mundo. La guerra de los aranceles, una de sus mayores amenazas para la estabilización política y económica internacional, de momento le ha salido mal y ha tenido que pasar por la humillación de tener que aplazarla tres meses; luego ya veremos. Sus iniciativas siempre inquietantes, se repiten cada mañana, cuando se asoma a la sala de prensa de la Casa Blanca.
Trump no se toma descanso, salvo el tiempo que dedica después de la ducha a cuidar su excelente pelo rubio que con el paso de los años no le proporciona disgustos, las canas no delatan su vejez ni le intimidan por quedarse calvo. Europa de momento mantiene el suspense en torno a la continuidad de las relaciones tradicionales de amistad y defensa con los Estados Unidos; unas . relaciones que bien merecen el calificativo de naturales por compartir una cultura y una religión común, una historia vinculada y la condición democrática de sus bases políticas.
Ante los temores que Trump inspira hay quienes se han apresurado a buscar una alternativa y, mirando al panorama, ven como única a China, actualmente la otra superpotencia susceptible de competir por la supremacía mundial en la guerra, de momento económica y más tarde, ya veremos. Claro que se trata de una alternativa que requiere analizar en profundidad para dejarla sólo a una intensificación de las relaciones, pero sin mayores compromisos. Son muchas las razones para asumir esta alternativa sin precipitación. Al fin y al cabo con Trump los problemas es más que probable que terminen dentro de cuatro años a los que ya se pueden descontar tres meses, mientras que con China y su régimen comunista, aunque relegado al recuerdo de Mao, paradójicamente es una amenaza capitalista predestinada a eternizarse.
Bien es verdad que su economía es próspera, sin exterminar la pobreza, pero tampoco es de olvidar que se trata de un sistema dictatorial que limita las libertades a más de un millón de habitantes, llegado el caso la fuerza que avala su poder. China, aparte de las diferencias y las dificultades para entenderse, ya ha demostrado que pretende su expansión, ampliar su influencia y el mercado de sus productos en el resto del mundo, como viene esquilmando sin escrúpulos a los países africanos con créditos a gobernantes corruptos y obras públicas que enseguida se hunden. Mejor con prudencia, sí.