Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
La capacidad de escandalizar y destruir también tiene su límite, y hay signos de que se ha traspasado
Muchos se preguntan por qué las calles no están llenas de manifestaciones exigiendo la dimisión de Sánchez y elecciones anticipadas, o cómo se explica la pobre reacción social bajo el diluvio constante de escándalos, abusos y atropellos a la Constitución e historias podridas dignas de Berlanga y los guionistas de Torrente. ¿Nos hemos convertido en un país indiferente, tal vez anestesiado por la opinión sincronizada, o es que la bipolarización ha matado cualquier esperanza de cambio?
Un colchón social que adelgaza
Los fenómenos políticos siempre tienen respuestas multifactoriales. No hay una única causa del atasco aunque, en efecto, la indiferencia ciudadana sea corriente, la mayor parte de los medios de comunicación favorezcan al gobierno y la bipolarización haya hundido el prestigio de la política como nunca desde 1975. También es un hecho que la degeneración sistémica aún no ataca la vida privada de la mayoría.
Es verdad que la pobreza aumenta y que el PIB per cápita baja, y que la precariedad laboral convierte la vivienda en un sueño inaccesible con un sueldo corriente. No menos cierta es la emigración masiva de jóvenes cualificados mientras importamos inmigrantes poco formados para empleos poco productivos, porque la economía española es incapaz de emplear a todos sus ingenieros ni ofrece a los sanitarios condiciones laborales similares a nuestros vecinos. Pero pese a señales de alarma como el empeoramiento de la asistencia sanitaria (y la educación) por falta de profesionales, o las humillaciones ferroviarias de Óscar Puente, aún seguimos siendo un Estado del bienestar. Y con un estilo de vida envidiado que atrae otra inmigración, la de jubilados con ahorros y nómadas digitales.
Pertenecer a la Europa del euro ha permitido financiar con subvenciones y deuda pública un sistema que cruje por todas partes o simplemente está podrido, pero todo buen entendedor comprende la bendición de haber perdido la soberanía monetaria que habría permitido a Sánchez y secuaces imprimir billetes al estilo peronista, como han defendido sin tapujos los comunistas del gobierno. Pese a sus defectos, Europa sigue frenando a una clase político-económica inepta y rapaz.
Por eso no dejan que el nivel de escándalos baje ni un solo día, porque sirve para aturdir a la sociedad del mismo modo en que un boxeador tocado es arrinconado bajo una lluvia de golpes incesantes que le llevan a encogerse
Entonces, insisten muchos, ¿por qué la gente no se indigna? El hecho es que hay mucha gente indignada, preocupada y escandalizada, pero con la indignación pasa como con las putas de Ábalos: a partir de cierta cantidad pasa a ser “un montón” indiferenciado. La sobreabundancia de escándalos también es un anestésico que acaba normalizando lo más anormal del mundo (como ya pasó en País Vasco y Cataluña). Por eso no dejan que el nivel de escándalos baje ni un solo día, porque sirve para aturdir a la sociedad del mismo modo en que un boxeador tocado es arrinconado bajo una lluvia de golpes incesantes que le llevan a encogerse. En fin, quienes siguen preguntándose si «es posible que no se den cuenta de lo grave que es lo que están haciendo» (pon aquí incumplir la Constitución, difamar y acosar a jueces, convertir la Fiscalía en abogada de la corrupción, atacar a la monarquía, asociarse con delincuentes, mentir por sistema) no acaban de ver que no son graves errores, sino eficaz estrategia destructiva.
Con todo, la capacidad de escandalizar y destruir también tiene su límite, y hay signos de que se ha traspasado. Dos ejemplos: Pumpido ha fracasado en el intento de vetar la cuestión prejudicial europea de la Audiencia de Sevilla a la sentencia del TC absolviendo a los condenados por los Eres. Y Sánchez ha tenido que improvisar un plan de “rearme” (fraudulento, como todo lo suyo) para fingir como que cumple la exigencia OTAN de dedicar a defensa el 2% del PIB antes del verano. Puede escapar a China y hacer el galgo de Paiporta, pero ahora se trata de guerras y de la supervivencia de Europa: se acabó la ventaja de la indiferencia por nuestros líos internos.
El PP de la calle Génova prefiere desmentir sus propias denuncias de gravísima degeneración política con reacciones insuficientes destinadas al fracaso melancólico, como proponer Pactos de Estado a un felón demostrado
En estas condiciones algo debería mover la oposición, pero no se ve ningún movimiento a mejor. Vox ha optado por ser la oposición al PP y la franquicia española de Orban y Trump con un patriotismo incomprensible; mientras, el PP de la calle Génova prefiere desmentir sus propias denuncias de gravísima degeneración política con reacciones insuficientes destinadas al fracaso melancólico, como proponer Pactos de Estado a un felón demostrado, o los recursos rituales al Tribunal Constitucional. La oposición está al nivel del Gobierno, pero por abajo. No es una oposición ganadora ni creíble.
Carecemos de un verdadero liderazgo opositor, de una persona que encarne la alternativa a Sánchez al estilo de, por ejemplo, Corina Machado para la resistencia a Maduro, Meloni rescatando el papel internacional de Italia, o Donald Tusk liderando el ascenso de Polonia a cuarta potencia de la UE (en detrimento de España). No porque tal persona no exista, sino porque la oposición principal está en manos de funcionarios de la política atascados entre el desconcierto y el miedo, quizás mayor, al fin de su juego favorito: el bipartidismo imperfecto PP-PSOE con socios nacionalistas. De ahí esa quintaesencia de la impotencia que es la “oposición moderada” en tiempos de golpismo gubernamental.
La fútil esperanza de regreso al pasado les anima a seguir buscando al “socialista bueno” que sustituya a Sánchez -sus medios afines jaleando a Page o ahora al ministro Cuerpo-, y a la locura de intentar recuperar a Junts y PNV como “nacionalistas moderados” y socios imprescindibles para sostener este castillo de naipes tembloroso. Una estrategia suicida: deberían al menos leer ese libro de Alejandro Fernández que han preferido evitar más que la foto en el congreso de UGT.
La líder ganadora
Sin embargo, hay políticos con demostrado talento, comprensión de lo que la situación requiere y experiencia de gobierno. Capaces de comunicar con claridad y cercanía, de proponer y conseguir metas, incluso de ganar elecciones contra enemigos externos e internos. Pienso, sobre todo, en Isabel Díaz Ayuso. Creo que no encontraría muchas dificultades en trabar una gran coalición alternativa a la corrupta coalición sanchista con todas las corrientes democráticas, más allá de las siglas. Su carrera ha estado centrada en Madrid, que es la comunidad más parecida al conjunto de España; es ese sitio donde los bares ofrecen en la misma pizarra pulpo a la gallega, chistorra, mojama, pantumaca, paella y callos a la madrileña; a nadie le importa de dónde eres ni tu lengua materna mientras se te entienda. No es un mal proyecto para toda España. Ah sí, Ayuso también es odiada por el sanchismo. Precisamente por eso: del enemigo, el consejo, decían los clásicos.