Kepa Aulestia-El Correo

La compra de quince millones de balas a una empresa pública israelí por parte del Ministerio de Interior ha desatado una crisis en el Gobierno zanjada con su anulación por decisión del presidente Sánchez. El mantenimiento de un contrato de 6,6 millones auspiciado por el departamento de Fernando Grande-Marlaska fue causa de airadas protestas de Izquierda Unida y, por ende, de la vicepresidenta de Sumar, Yolanda Díaz. La drástica intervención de Moncloa ofreció a los socios minoritarios del Ejecutivo una baza triunfal. Tanto, que han preferido no hurgar en el volumen de transacciones de material de Defensa que vincula a España con compañías de Israel. Dejando el mensaje subliminal de que es lícito comprar en ese país todo aquello que no puede ofrecer cualquier otro.

El enredo ha coincidido con el primer aniversario del retiro voluntario de cinco días al que Pedro Sánchez se sometió con el propósito, mostrado por los hechos posteriores, de volverse intocable. El resiliente es un mortal con distintas almas, como todos sus congéneres. Seguramente comparta también el alma de Marlaska, una vez denostada la mención al «rearme europeo». Y la de Díaz, que agraciada con el anuncio de la reducción de la jornada laboral en vísperas del 1 de mayo, corrió a vindicar medidas sociales frente a la diatriba más incómoda para Sumar sobre cuestiones de Defensa y Seguridad. Al tiempo que otra alma trata de retocar las cuentas y obligaciones de gasto que España ha de asumir para homologarse a los aliados europeos de un atlantismo en transición. Hasta está presente esa alma protocolaria que resolvió no dejarse ver hoy en la basílica de San Pedro porque el país ya estaría representado por los Reyes para despedir al Papa Francisco.

Hay un Pedro Sánchez dispuesto a desentenderse de la suerte que corran sus socios de coalición, en la confianza de que si Sumar flaquea podrá acceder directamente a su electorado. Y un Pedro Sánchez temeroso de que en 2027 no le salgan las cuentas, y por ello abierto intermitentemente a echar una mano hacia su izquierda. Un presidente madrileño que simula empatía hacia la plurinacionalidad española, y parece asimilar la ‘marroquinidad’ del Sáhara a través de la autonomía invasiva concedida por Rabat, como si fuese la emulación de nuestro Estado compuesto constitucionalmente. Todo parece indicar que las distintas almas de Sánchez podrían continuar desfilando durante lo que resta de legislatura. Incluso apareciendo varias de ellas cada día. Bien encarnadas en él, o por mediación de algunas de las personas que se sientan en el Consejo de Ministros. La confusión resultante no es problema para la resiliencia. Forma parte de su naturaleza.