- Después de casi siete años de ejercicio, este gobierno sigue reñido con los fundamentos elementales de la gestión pública. Las leyes son una chapuza, los actos administrativos, un desparrame y la seguridad jurídica, una quimera
Intuyo que el ridículo episodio del repudio de las balas israelíes aún no ha terminado. Alberto Núñez Feijóo dejó en el aire un aviso a navegantes: quien firme la orden para anular el contrato después de las advertencias en contra de la Abogacía del Estado, acabará denunciado ante el Tribunal de Cuentas y probablemente ante la justicia ordinaria. Apuesto a que el expediente irá rebotando de departamento en departamento porque nadie se querrá jugar su carrera profesional y su patrimonio personal en una operación tan absurda como hipócrita. Inmolarse por un contrato de seis millones cuando mantenemos vivos otros similares por valor de más de mil millones sería un monumento a la estupidez y para hacer el tonto hasta ese nivel solo se ha prestado el Fiscal General del Estado y así le va.
Este episodio chusco ha demostrado que, después de casi siete años de ejercicio, este gobierno sigue reñido con los fundamentos elementales de la gestión pública. Las leyes son una chapuza, los actos administrativos un desparrame y la seguridad jurídica una quimera. Estamos ante un gobierno que ni siquiera es capaz de adoptar decisiones colegiadas. Los socios discrepan, se engañan, se sabotean y a veces hasta se insultan, pero en vez de romper la renqueante coalición, siguen aferrados al coche oficial y emborronando el BOE.
Eso sólo es posible porque el resto de las instituciones destinadas a controlar la labor del ejecutivo han renunciado a cumplir esa misión. Antonio Naranjo recordaba ayer en El Debate el manifiesto que un grupo de periodistas fervientes admiradores de Sánchez promovieron hace un año para atacar a los compañeros que informaban sobre casos de corrupción y a los jueces los investigaban. No se recuerda semejante acto de adulación al gobierno, incluso llevándose por delante el famoso corporativismo profesional y en ello siguen, aunque este desfile de putas, enchufes y comisiones les tenga cada vez más desbordados
También el parlamento está batiendo los registros de obsequiosidad. El congreso se dedica a investigar a un gobierno que salió del poder hace 7 años, pero mira hacia otro lado ante la orgía de desmadres del actual. La mayoría parlamentaria que invistió presidente a Sánchez lleva dos años sin cumplir su obligación de aprobar unos presupuestos; ni el gobierno no los presenta ni el parlamento los reclama, cuando son su principal competencia.
Estamos viviendo así una paradójica situación en la que el presidente con menor apoyo popular de la democracia es el menos controlado políticamente y al que se le permite desplegar maneras más autocráticas. Esta misma semana Sánchez anunció por fin ese plan millonario de rearme al que le ha obligado la OTAN; reconoció que se trata de un cambio radical en sus posiciones políticas y a renglón seguido advirtió a sus socios que ni se molesten en preguntar por el asunto, porque 10.000 millones de euros pueden volar de un lado a otro de las cuentas públicas sin que el parlamento tenga nada que decir al respecto.
Ni ver, ni oír, ni hablar. Los belicosos portavoces de la mayoría progresista lucen como los monitos sabios de Japón. Que nadie se entere de que su devoción por Sánchez no solo les ha puesto a amparar la corrupción, también les ha acabado colocando a las órdenes de Trump y de sus exigencias para la OTAN. Siempre se ha dicho que la política hace extraños compañeros de cama.