Francisco Rosell-El Debate
  • El sayón de víctima es la mejor patente de corso para gobernantes sin escrúpulos que actúan como les viene en gana antes de poner rumbo a nuevas fechorías

En su semiautobiográfico «Viaje al fin de la noche», una de las grandes novelas del siglo XX, Céline anota tras escapar vivo de la I Guerra Mundial: «Todos los hombres son culpables menos yo». En su rotundez, la frase puede servir para retratar a quienes esgrimen las leyes que promulgan para exonerarse de su cumplimiento y las retuercen en su provecho bajo la máscara de la victimización. Ello justifica que la cita de Céline prologue el ensayo «La tentación de la inocencia» de su compatriota Pascal Bruckner sobre esa «irresponsabilidad bienaventurada» consistente en tratar de eludir las consecuencias de sus conductas.

A este respecto, Bruckner diagnostica la existencia de una sociedad de castas invertida por la que los graves delitos perpetrados por estos privilegiados son «peccata minuta», mientras que los pecados veniales del resto son irreparables crímenes. Este victimismo de privilegiado los lleva a presentarse como perseguidos al exhibir agravios que no son y exigir resarcimiento a los maltratados. El sayón de víctima es la mejor patente de corso para gobernantes sin escrúpulos que actúan como les viene en gana antes de poner rumbo a nuevas fechorías.

Con todo, lo peor es que, al garantizarse su impunidad, la sociedad pierde toda esperanza y baja los brazos hasta derivar en sociedades infantilizadas que demandan seguridad sin obligación alguna. Quizá ello explique que Pedro Sánchez se sustente en el poder oscilando entre la dejación negligente de sus tareas y la flagrante vulneración del Derecho, esto es, entre la vacancia y el despotismo. De esta forma, coincidiendo con el primer aniversario de su fingida espantada de la Presidencia en aquellos cinco días de abril de 2024 que dedicó a sanar su corazón herido tras encausarse a su hoy ya tetraimputada esposa, Begoña Gómez, Sánchez ha vuelto a persistir este fin de semana haciendo rabona en la cita vaticana de los grandes jefes de Estado y de Gobierno por las exequias del Papa Francisco, amén de no asistir en Sevilla al mayor acontecimiento futbolístico del año como es la Final de la Copa del Rey.

En suma, un doble mutis del galgo de Paiporta —vuelve a dejar a Felipe VI en la estacada— para no tener que dar la cara ante sus colegas del mundo ni ante la opinión pública al quedar al descubierto con sus engañifas sobre el rearme europeo y sobre el embargo de armas a Israel, así como emerger nuevos testimonios judiciales sobre su corrupción vicaria con familia y partido. «Noverdad» Sánchez parece un presidente-burbuja al que no puede darle el aire de la calle y al que, en los foros internacionales, van a acabar dejando sin silla. Como hizo Franco con Rafael Sánchez Mazas, uno de los fundadores de Falange y superviviente de dos fusilamientos republicanos, que fue ministro «in absentia» hasta que el Generalísimo ordenó a un ujier que retirara la butaca al no acudir jamás a los Consejos.

Lo cierto es que Sánchez porta escrito en la frente su epitafio al encabezar un Ejecutivo que evoca la secuencia de «La vida de Brian» de los Monty Python en la que el Frente Popular de Judea se lía a golpes con el Frente del Pueblo Judaico sin advertir que son ellos mismos «esos cabrones» a los que dicen odiar más que a los romanos. Empero, a medida que se hunde el suelo que pisa al no resistir el peso de tanta mentira, mayor peligro público resulta Sánchez. Más ahora que el paladín contra el rearme y contra el Estado de Israel bajo la bandera palestina se destapa incrementando la contribución a la OTAN y adquiriendo armamento bajo cuerda a empresas hebreas contra las que decretó un boicot al que instó a secundar a toda la UE. Hombreando de caudillo internacional, hoy aparenta ser un apestado para Occidente al valer su palabra lo que un euro de cartón.

En esta deriva, como en otras, Sánchez sigue la senda de su maestro de esgrima y gran comisionista del delito político, José Luis Rodríguez Zapatero, quien también ocultó con sus falsedades la crisis financiera de 2008 y la venta de material militar a Israel con aquellas sagacidades suyas de que «la economía española es un poderoso trasatlántico» y de que no se habría utilizado contra los palestinos el armamento librado a Israel, según aseveró en 2009 en el programa de TVE «Tengo una pregunta para usted» al ser interpelado sobre sus incongruencias por un traductor granadino. Para salir del envite, arguyó que él podía equivocarse, pero no mentir. Pero el adalid de la «Alianza de Civilizaciones» mintió doblemente al garantizar lo que no estaba en sus manos e infravalorar el volumen de las ventas. Era la época en la que su ministro de Defensa, José Bono, también rico con la política, anteponía dejarse tirotear antes que disparar él como comandante de un Ejercito travestido en ONG.

Por eso, mientras se importaban misiles anticarro como los que emplea Israel en Gaza, junto a otras decenas de contratos más, pese a anunciarse lo contrario al desatarse las hostilidades el 7 de octubre de 2023, Sánchez viajaba al paso fronterizo de Rafah para ganar protagonismo de telediario condenando «la matanza indiscriminada de inocentes civiles». Lo peor es que el gasto de tanta doblez y charlatanería correrá a cargo del erario y redundará en menoscabo de la seguridad y buen nombre de España por darle un hueso a roer a Sumar y a Izquierda Unida sabedores de que el Gobierno roto persistirá hasta las vísperas electorales.

No en vano, España habrá de indemnizar —con el contrato publicado ya en el BOE— al proveedor de balas de la Guardia Civil. Por eso, clama al cielo que no se traslade al juzgado —no al Tribunal de Cuentas como el PP en modo «cagalástimas»— esta malversación de caudales que, para más inri, desarma a la Benemérita —ya sin lanchas y ahora sin munición— luego de depurar Marlaska al cuerpo en pago por su codiciado reclinatorio en el Consejo de Ministros.

Si bien no hay que dar nada por hecho con Sánchez, no parece que vaya a entregar la cabeza de Marlaska, aunque supondría un acto de justicia poética que quien merece su defenestración por sus escándalos al por mayor lo hiciera por esta partida de cartas marcadas. Desde que arribó al caserón del Paseo de la Castellana, el pequeño Marlaska hace bueno lo que le auguró el gran intelectual británico, Samuel Johnson, al secretario del gobernador de Irlanda que quiso indagar si estaría a la altura de la encomienda: «No tenga miedo ninguno, señor. Pronto será usted un magnífico bribón». En todo caso, ambos ameritan el viejo dictum de Cromwell: «Habéis estado demasiado tiempo aquí sentado para el bien que habéis hecho. Marchad, os digo, y libradnos de vos. ¡En el nombre de Dios, marchad!»