Juan Carlos Girauta-El Debate
  • La carencia de natalidad se cubre con oleadas masivas de inmigración africana. Algo que solo puede hacerse por las bravas, normalizando lo ilegal, pues ningún sistema de contratos previos atraería a tantos millones como se necesitan —dicen— para pagar nuestras pensiones

Llamo totalismo al totalitarismo blando de Von der Leyen o del Foro Económico Mundial de Klaus Schwab, por poner dos ejemplos de agentes no electos que se arrogan poderes que no son suyos mientras, por el camino, hacen sus negocios opacos. A la ingeniería social la figura mitológica que mejor le encaja (nunca mejor dicho) es Procusto, el de la famosa cama. Se hacía el simpático este hijo de Poseidón invitando a los infelices a pernoctar en su casa. Allí, de noche, se entregaba a la tarea de adaptar a su invitado a la longitud del lecho. Lo que podría considerarse un loable, bien que obsesivo, afán por la optimización del espacio, conllevaba de modo inevitable la tortura. Puesto que la cama es fija, debería ser la longitud del cuerpo del durmiente lo que se modificara. Procusto alcanzaba su objetivo al modo de los monstruos Úrsula y Klaus: mutilando las piernas de los altos y descoyuntado los cuerpos de los bajos.

Aunque el mito suele aplicarse a quienes violentan los datos de la realidad para que encajen en sus modelos (uso que también nos vale para todos esos hijos del Club de Roma que nos amargan la vida), los inéditos niveles de totalismo permiten que el mito ya ilustre políticas. Siempre habrá una (mala) idea de partida, por supuesto, siempre un grupito que se considera superior al resto de mortales, al punto de actuar como si pudieran disponer de nuestras vidas, transformar nuestros hábitos y experimentar con nosotros de todos los modos imaginables, por ver qué pasa.

Por ejemplo, Europa viene experimentando un preocupante descenso de la natalidad. Fenómeno multicausal. Ha caído vertiginosamente la media de espermatozoides, anticonceptivo es libertad, el aborto está normalizado, las mujeres retrasan el momento de ser madres para no perjudicar sus carreras, para prolongar su juventud, o por ambas razones. En el nuevo conocimiento convencional, un hijo es una terrible carga, cuando sabemos, mirando a las generaciones anteriores, que era la llegada de hijos lo que empujaba al padre (era antes del acceso generalizado de la mujer al trabajo) a buscarse la vida en vez de fumarse un peta.

La caída de la natalidad puede afrontarse a lo Viktor Orbán: ofreciendo increíbles ventajas fiscales a las familias, ventajas crecientes con la prole. Con su segundo hijo, la húngara deja de pagar IRPF de por vida; las que tengan uno solo no pagarán IRPF hasta los treinta años. Sistema de incentivos.

Ante el mismo problema, ¿cómo actúan los ingenieros sociales de la ONU, la UE, el maldito WEF, la prensa ensobrada y las élites económicas más estúpidas de la historia, aparte de denostar a Orbán? ¡Es fácil! La carencia de natalidad se cubre con oleadas masivas de inmigración africana. Algo que solo puede hacerse por las bravas, normalizando lo ilegal, pues ningún sistema de contratos previos atraería a tantos millones como se necesitan —dicen— para pagar nuestras pensiones. Son Procusto y nos torturan, mutilan y descoyuntan para que el mundo encaje en su premisa.