Manuel Marín-Vozpópuli

  • El nuevo Papa arrancará en un mundo destructor de los valores inherentes a la condición humana, competitivo, enfermo de poder y cada vez más inhóspito

Un Papa siempre ha de ser medido no en función de su infalibilidad ancestral, sino en virtud de la triple condición que encarna: la de heredero de Pedro en una Iglesia católica milenaria, la de un jefe de Estado inmerso en la geoestrategia mundial, y la de una suerte de primer ministro con la obligación de mantener el orden en la opaca macroestructura de El Vaticano. De hecho, El Vaticano es uno de los conciliábulos más cerrados del planeta, con permiso de China.

Esa triple perspectiva es esencial para entender que la elección de un nuevo Papa no puede reducirse al simplismo de una mera quiniela en el mercado de apuestas. No puede someterse al ridículo reduccionismo de si el elegido será conservador o progresista. Hemos construido una sociedad de brocha gorda, burda, disminuida, de titulares sin letra pequeña. Limitar un cónclave a la absurda simpleza de un tik tok es una estupidez idéntica a la de pretender manipular la doctrina social de la Iglesia -más que definida, consagrada y unánime -, o a la de apropiarse de la figura de un Papa como Francisco por la sencilla razón de que en el ideario de la izquierda este pontífice representaba la antítesis de Benedicto XVI. En la iconografía de la izquierda, Benedicto fue dibujado como un heredero del fascismo, un talibán del catolicismo más inflexible y un radical de la doctrina y la fe que erradicó al ser humano de su mensaje. Nada más falso.

A nadie se le pone una pistola para ser católico. En cambio, a millones de seres humanos, en esa ‘Iglesia del extrarradio’ que tanto cultivó Francisco, sí les ponen una pistola por serlo. Y nunca vimos a esta izquierda-monaguillo de hoy inquietarse por la persecución, las torturas o los asesinatos por defender la fe

Las comparaciones siempre son odiosas. Pero la perversión de la realidad en que incurre la izquierda ahora es grotesca. Francisco repudió el “mariconeo” en los seminarios -así lo sostuvo pública y textualmente-, fue un ferviente antiabortista convencido, y fue un refractario absoluto de la eutanasia en defensa de la dignidad en la hora final. ¿Qué opina esta izquierda que se ha apropiado de Francisco? Francisco fue el Papa de los gestos, un constructor de relatos y mensajes, y elaboró una escenografía visible en la que El Vaticano debía dejar de encerrarse en sí mismo y salir en auxilio del pobre, del preso, del drogadicto, del condenado, del marginado.

Pero para la izquierda, es como si antes nunca ningún otro Papa se hubiese ocupado de los desfavorecidos. Alguien, en su pose progre de distinciones maniqueas e ideologizadas, debería revisar muchas encíclicas históricas al respecto. Lo que hizo Francisco, como tantos papas antecesores, es lo que hizo Jesucristo, lo que manda el Evangelio. Y desde luego, es lo que establece esa doctrina social que tanto elogia ahora ese Grupo de Puebla que, paradojas de la vida, está repleto de anticatólicos y perseguidores de la fe ajena, de tipos que se han burlado del clericalismo, que quieren despenalizar los delitos de odio por motivos religiosos, o que han chantajeado a la Iglesia con su financiación. Los mismos que, en definitiva, solo aciertan a comparar a la Iglesia con una ONG sin entender ni su dimensión ni su cosmovisión.

En general, la izquierda sigue percibiendo a la religión católica como una organización compuesta por unos cuantos curas comprometidos, progresistas y minoritarios que se entregan a la noble causa de la caridad, frente a una jauría mayoritaria de prelados jactanciosos miembros de una secta que alienan al ser humano. Una mafia. Y con ese argumentario bobalicón hay que arar. Francisco ya es historia. Ahí queda la riqueza de su legado que, a decir verdad, ha sido satisfactorio para muchos, pero discutible para otros. Su Pontificado fue una montaña rusa y muchas de sus decisiones no estaban exentas de polémica, confrontación y autoritarismo.

Pero eso es lo que tiene el báculo papal: la confianza de todo un Colegio Cardenalicio en representación de una Iglesia universal que reconoce el halo de su infalibilidad, la obediencia y el acatamiento. A nadie se le pone una pistola para ser católico. En cambio, a millones de seres humanos, en esa ‘Iglesia del extrarradio’ que tanto cultivó Francisco, sí les ponen una pistola por serlo. Y nunca vimos a esta izquierda-monaguillo de hoy inquietarse por la persecución, las torturas o los asesinatos por defender la fe. Son las reglas y los católicos lo sabemos. Fe inquebrantable en el máximo representante de Dios en la Tierra, entiendas o no lo que propone, compartas o no lo que decida.

Los cardenales no son ajenos al irrisorio dualismo que marca esa frontera entre conservadores y progresistas, entre dogmáticos y aperturistas. Y ahí radica uno de los peligros que deberá afrontar el nuevo Papa, el de eludir la trampa dialéctica que simplifica hasta el absurdo la auténtica proyección de la Iglesia

En cuestión de días debe haber fumata blanca. Especular con quinielas es sólo un divertimento. Casi es preferible esperar a que Tezanos nos ilumine… Sin embargo, los cardenales no son ajenos al irrisorio dualismo que marca esa frontera entre conservadores y progresistas, entre dogmáticos y aperturistas. Y ahí radica uno de los peligros que deberá afrontar el nuevo Papa, el de eludir la trampa dialéctica que simplifica hasta el absurdo la auténtica proyección de la Iglesia. Probablemente harían falta menos redes sociales, menos influencia externa, menos absorción de memeces.

El nuevo Papa tiene ante sí una realidad radicalmente diferente, al pie de una guerra comercial sin cuartel y con países entregados al proteccionismo y al intervencionismo. Vuelven a triunfar tesis aislacionistas frente a un globalismo en decadencia, y el capitalismo está en una profunda crisis. Afrontará un mundo alejado del humanismo en su extensión más densa, que ha relativizado la inmoralidad en el poder hasta normalizarla como una virtud. Enemigos declarados del catolicismo como China se han conjurado para sojuzgar al planeta antes de 2050. La Iglesia va a requerir de un Papa diplomático, desideologizado, capaz de realimentar la liturgia de la fe frente a un materialismo desbocado. Profundidad frente a efectismo sin que ello implique acotar la fe católica a rutinas de reclinatorio.

Será preciso un estadista y diplomático con capacidad decisoria frente a las guerras y los conflictos internacionales, y con un discurso coherente ante la inmigración, el Islam o el comunismo. Un primer ministro que dé transparencia a la Curia, que afronte desafíos sin miedo ni temor a las consecuencias, y que convierta las palabras en hechos contra los abusos en el seno de la Iglesia, o alentando la lógica entre la Naturaleza y la sexualidad. Hará falta un luchador. Alguien que siga hablando al mundo con encíclicas sin arrumbarlas en un cajón, y que adapte su mensaje a quien también ve a Dios en la religiosidad popular y en la entrega real al prójimo. Que hable de tú a tú a los poderes civiles porque la humildad no está reñida con la contundencia. Un Papa, en definitiva, que fortalezca su mensaje y que no que lo mida en función de criterios de popularidad por temor a no ser aceptado por un hombre digitalizado y de inteligencia cada vez más artificial.

Lo difícil en este líder de los católicos, en este jefe de Estado y en este ‘primer ministro’ será convencernos de que el hombre anda desbocadamente perdido y necesita una perfeccionada guía espiritual que sencillamente le haga feliz y pleno. Arrancará su pontificado en un mundo destructor de los valores inherentes a la condición humana (aquello tan sencillo del bien y el mal), peligrosamente competitivo, enfermo de poder y cada vez más inhóspito. Lo que viene siendo un Papa valiente… lo cual no significa progresista o conservador por más que la izquierda se empeñe en manosear los conceptos a su medida de las cosas para recrear “su” Iglesia, y no la Iglesia.