José Alejandro Vara-Vozpópuli
Una chapuza tercermundista que pone en evidencia la escasa capacidad de gestión del Gobierno
España tembló. De angustia, de miedo y de pavor. Un colapso eléctrico total y sin precedentes. Un apagón caraqueño, un fallo del sistema impropio de la cuarta economía de la UE. Miles de ciudadanos lo pasaron mal. Muy mal. Padres que vivieron horas terribles en el auto para recoger a sus niños que aguardaban en su colegio. Enfermos desesperados por su dependencia de un respirador. Ancianos solitarios sin posibilidad de demandar auxilio. Miles de atrapados en los trenes como una tortura endiablada, familias enteras sin tener dónde pasar la noche, carreras alocadas en busca de vituallas y pilas a los súper. Una atropellada sucesión de escenas inauditas, en un panorama dramático, lo más parecido al preapocalipsis.
Las primeras horas fueron de pasmo, despiste y cierta inquietud. Un apagón peninsular, a escala peninsular, no será para tanto, seguro que se arregla prontito. Pasaban las horas, el incidente derivó en una situación excepcional, un escenario histórico, sin móviles ni guasap, sin cajeros en los bancos ni datáfonos en los comercios, sin más información oficial que las improvisadas declaraciones de algunos alcaldes, como el combativo Almeida, o presidentes de Comunidad, como Madrid, Andalucía, Extremadura…que enviaban palabras de tranquilidad, reclamaban medidas perentorias como la puesta en marcha de la alerta nivel 3, la presencia del Ejército para controlar pillajes y saqueos. Moncloa mudita, quizás acollonada. Y del Ejército, nada, como en la Dana, que a los socios golpistas no les agrada ver a los militares por las calles.
Reaccionó tarde y mal. Dos horas antes lo había hecho el presidente de Portugal, el país vecino también afectado por un desastre similar. Sánchez rompió con su silencio con el claro objetivo de sacudirse las culpas
Seis horas se demoró el presidente del Gobierno en dignarse a comparecer por primera vez a los españoles. Seis larguísimas horas en cumplir con su deber. En presentarse ante los ciudadanos para explicar qué ha pasado y qué hay que hacer. Mucho antes debió haber salido para transmitir un mensaje de calma y confianza a una población inerme ante semejante sobresalto, desarmada ante la impensable incidencia. Reaccionó tarde y mal. Como en Valencia. Dos horas antes lo había hecho el presidente de Portugal, el país vecino también afectado por un desastre similar. Sánchez rompió su silencio con el claro objetivo de sacudirse las culpas y, naturalmente, señalar a los sospechosos habituales. Esto es, quienes expanden bulos, quienes alientan intoxicaciones, fake, fake, fake, quienes buscan el enfrentamiento y la gresca. Ocurra lo que ocurra, el número 1 repite con insistencia su fatigosa cantinela. Algo fuera de lugar ante tan tremendo panorama. Alguien le debió aconsejar que dejara el ‘muro’ de la ultraderecha porque no era el momento, de modo que, en su segunda aparición, sobre las once de la noche, ya más prudente que igualmente inseguro, se centró en lo que debía, esto es, enumerar algunas medidas que ya se están tomando y recitar obviedades que la gente llevaba horas practicando.
En ambas intervenciones se mostró incapaz de señalar el origen de la gran caída de la red. Algunas excusas de principiante despistado: «Esto no había pasado jamás». «En cinco segundos se hundió el 60 por ciento de la generación eléctrica». «Han desaparecido 15 gigavatios». «No descartamos ninguna hipótesis». O sea, que en la inopia. O ciberataque, o catástrofe natural, o un incendio en el sur de Francia…A saber. Accidente o no, es evidente que algo ha fallado en forma estrepitosa. No se trata de un incidente minúsculo, ni de un susto menor. La economía mas boyante de la UE (así se pavonea Sánchez) se quedó a oscuras durante horas, sin explicaciones, sin certezas, sin apenas capacidad de reacción. Una chapuza tercermundista que pone en evidencia la escasa capacidad de gestión de un Gobierno que centra toda su obsesión en la propaganda y todo su proyecto en mantener a su número 1 en la Moncloa.
El lunes negro que pasa factura
Es en momentos como los vividos este lunes negro cuando la sociedad vuelve su mirada, temerosa y urgente, hacia quienes han de protegerla, han de cuidarla, han de evitarle terribles sobresaltos. La reacción no estuvo a la altura que reclamaba este negrísimo episodio. La población actuó en forma ejemplar, dio una lección admirable de corrección, sensatez y prudencia cívica. El Ejecutivo falló estrepitosamente. De momento, Beatriz Corredor, presidenta de Red Eleéctrica -luego de su paso nefasto al frente del Ministerio de Vivienda- debería estar ya en la calle. Ni una palabra se la escuchó durante el tenebroso cataclismo. En segundo lugar, y en forma muy perentoria, el Gobierno debería revisar sus planes energéticos que, a lo que se ve, dependen drásticamente de las ayudas de Francia y Marruecos, como se ha comprobado ahora. Fuera el carbón y las nucleares y ya se ven las consecuencias.
En la jornada más oscura, el presidente se tomó su tiempo en dar la cara. En su estilo cobardón, el galgo del apagón. Lo hizo muy tarde y con palabras atolondradas. No sabía qué decir, argumentos débiles, casi adivinanzas. Así no actúa un presidente. Cuidado con los apagones que pueden derribar torreones.