Ignacio Camacho-ABC

  • En las redes corrió un meme muy oportuno: Fernando Simón diciendo que el apagón duraría uno o dos minutos. Como mucho

Tanto cachondeo con el kit de supervivencia y no ha pasado apenas un mes sin poner su necesidad a prueba. Que si el agua, que si las conservas, que si las cerillas, que si el dinero efectivo, que si la linterna. En los supermercados había colas kilométricas para hacerse con una botella, sustituto acaparativo del célebre papel higiénico de la pandemia. Pero a la UE se le olvidó incluir, que yo sepa, una batería externa, un ‘bank power’ para recargar el móvil en caso de fallo de energía eléctrica. Treinta euros me sopló ayer el chino de la esquina que hacía su agosto especulando abiertamente con ellas según la implacable ley capitalista de la demanda y la oferta. Me estafó, por descontado: apenas me dio para un doce por ciento de carga cuando se suponía que estaba llena, pero eso es lo que sucede en situaciones de emergencia.

Somos débiles, frágiles. No los españoles, que por supuesto, sino los seres contemporáneos. Nuestras rutinas vitales dependen de una interconexión –un hilo, al fin y al cabo– cuya vulnerabilidad no sospechamos. Hemos perdido la capacidad de reacción ante acontecimientos inesperados. Un percance, casual o intencional, y todo se viene abajo: los transportes, el comercio, la producción industrial, los bancos. Tal vez en el avance digital nos hayamos dejado atrás muchos elementales conocimientos prácticos.

Aún así, la gente respondió bastante bien al caos, en términos generales; si te has quedado atrapado en un ascensor, o en un atasco interminable con los semáforos apagados y el tráfico sumido en una anarquía salvaje, tampoco vas a ponerte a sonreír para demostrar la amabilidad de tu talante. Los que no estaban en tesitura crítica lo tomaron con calma razonable; agotaron la ensaladilla en los bares e hicieron corrillos con cierto humor en plena calle. Luego estaban, claro, los conspiranoicos soltando conjeturas alarmantes en las redes sociales, que si un sabotaje ruso, que si un ataque electromagnético, que si un problema en las centrales nucleares. Y entonces el Gobierno anunció una comparecencia de Sánchez, como si eso pudiese tranquilizar a nadie.

En efecto, el presidente compareció, habló, fuese y no hubo nada. Que estaban tomando medidas y tal, esa clase de declaraciones que inspiran –ironía en modo ‘on’– máxima confianza. En Portugal le echaban la culpa a España, con razón porque el corte era nuestro, y hablaban de una cosa atmosférica muy rara. Habían transcurrido más de cinco horas, había vuelto ya la luz a media España y el presunto líder de la nación no sabía o no quería decir qué pasaba. La hipótesis de un fallo de red deja su política energética en posición delicada, y el manejo de la comunicación, apagón informativo, no estuvo ni de lejos a la altura de las circunstancias. En Whatsapp corrió un meme muy oportuno: salía Fernando Simón diciendo que el ‘black out’ duraría uno o dos minutos. Como mucho.