Gabriel Albiac-El Debate
  • No hace tanto tiempo que el agudísimo esposo de Begoña Gómez proclamó por qué aquí no podríamos tener jamás problemas de desconexión parcial como los que había sufrido algún país centroeuropeo. «Somos una isla energética», dijo

«¡Cosas de las dictaduras caribeñas!» Eso nos dijimos todos cuando, hace no tanto, Cuba naufragó en el agujero de los apagones eléctricos perfectos. Con la displicencia conmiserativa de quien se sabe a salvo de esas miserias extremas que sólo pueden sacudir a recónditos parajes, en los cuales incompetencia e incuria compiten con corrupción familiar y robo de partido.

Anteayer, la red eléctrica y el sistema de comunicaciones cayeron al cero durante algo más de doce horas. En un país en el cual la corrupción familiar y el robo de partido han alcanzado cotas hasta hace muy pocos años impensables. En un país al que incompetencia e incuria arrastran a la lamentable cuesta abajo del tercermundismo. En un país cuyo parlamento no va más allá de lo ornamental, bajo el dominio de un partido minoritario. En un país, cuyo fiscal general bajo imputación impone ser él quien decida acerca de su penal destino. En un país cuyo poder ejecutivo planifica la destrucción de los jueces. En un país de esposas y de hermanos beneficiados a costa del erario público. En un país en el cual los presupuestos públicos pagan vida sexual a los ministros… El apagón caribeño del lunes pasado fue apoteósico tropo final del país al cual está pudriendo Pedro Sánchez. No era fácil. Lo logró. Cuba ahora comienza en los Pirineos.

No hace tanto tiempo que el agudísimo esposo de Begoña Gómez proclamó por qué aquí no podríamos tener jamás problemas de desconexión parcial como los que había sufrido algún país centroeuropeo. «Somos una isla energética», dijo. El lunes, 28 de abril de 2025, la isla dejó de ser metáfora. Y nada pudo salvarnos de un caos, al que nadie hubiera podido juzgar expuesto a un país minúsculamente moderno. No es ya el desastre económico, cuya contabilidad está por hacer. No es ya el escalofrío que produce pensar lo que eso hubiera supuesto en una hipótesis de confrontación bélica. No lo es siquiera la escalofriante incomunicación que, en todos los niveles, desde el más privado al más institucional, generó la simultánea desconexión universal de teléfonos fijos y móviles. Es, por encima de todo, la vergüenza de constatar hasta qué punto nos hemos convertido en un rincón putrefacto del Caribe, donde un caudillo y su banda ejercen monerías dignas de Tirano Banderas, mientras lo que fue una nación moderna se va al carajo.

Sólo nos faltan, para completar el cuadro valleinclanesco de la España presente, imágenes de los Sánchez atizándose unos mojitos en Moncloa. A la salud del ciudadano tirado en un tren o un vagón de metro entre dos estaciones. A la salud del ciudadano anclado en un ascensor durante horas. A la salud de los comerciantes que perdieron las mercancías de sus cámaras frigoríficas. A la salud de los que vieron hundirse sus negocios. A la salud de los viajeros anclados en los aeropuertos o tirados por las calles con sus maletas. A la salud de los que nada podían saber del destino de los suyos: fueran ancianos, enfermos, niños. A la salud de quienes aguardaban una intervención quirúrgica o una hospitalización urgente… A la salud de toda esa gente abandonada en la nada perfecta: esa gente que, pese a todo, dio una exhibición de paciencia y sosiego notable. A la salud también de don Felipe González, que fue quien acabó con aquella energía nuclear que, en España, hubiera supuesto la única garantía frente este tipo de insoportables fragilidades. Y a la salud, ¿cómo no?, de la angelical fantasía ecologista que pretende preservar una sociedad moderna sin otra fuente energética que el bucólico paraíso de incontaminados soles y sororales margaritas. La energía fotovoltaica es esto. A ver si nos vamos enterando.

Está todo por saber. Ahora. Están por depurar las responsabilidades gravísimas, que todos sabemos que nadie depurará. Y está por echar a patadas al inepto con pretensiones que, en tan poco tiempo, ha cubanizado todo cuanto toca. Nadie en su sano juicio puede permitir que una incompetencia así, unida a un nepotismo corrupto propio de los peores caudillismos latinoamericanos, siga llevándolo todo camino de la catástrofe. El gran apagón del lunes fue la metáfora de que hemos tocado fondo. Y todas cuantas fuerzas políticas contribuyan a que este naufragio material y moral se perpetúe serán tan responsables del horror que viene de camino cuanto lo es el hermano del Maestro Azagra, el esposo de Begoña Gómez, el colaborador íntimo de José Luis Ábalos.

Cuba está ya a la vuelta de la esquina. Eso dice el apagón del lunes. Quienes no quieran oírlo cargarán el resto de su vida con su propia vergüenza. Hay gente para todo. También, para cargar con eso. Quede dicho. Son las cosas propias de todos los despotismos caribeños. En cualquier punto del planeta. También en la democrática Europa. Aquí.