Antonio R. Naranjo-El Debate
  • El apagón vuelve a exhibir al político inhumano que ve en cada tragedia una oportunidad y actúa en ella sin escrúpulos

Pedro Sánchez estaba en la India, cenando con Begoña en algún Ventorro con acento, cuando la dana llegó a España, y se hizo el loco. Y estaba en Madrid, al frente, cuando decidió aplazar las medidas preventivas contra un virus, ganar tiempo para celebrar el 8M y no dejarle la bandera feminista a Irene Montero y, finalmente, aumentar exponencialmente el riesgo de contagio.

En ambos casos buscó rápido a culpables verosímiles, para tapar sus propias vergüenzas y explotar el dolor ajeno con fines políticos: Mazón se lo ha puesto fácil, Ayuso no se deja, pero en ambos casos son responsables del asesinato de cientos de personas, según el relato oficial del Gobierno o de sus adláteres, que no hacen rehenes ni preguntas y ejecutan las órdenes con disciplina espartana.

Es su modus operandi, el de alguien que nunca es responsable de nada malo pero siempre presume de varita mágica para la parte agradable de cada drama: es él personalmente quien trajo las vacunas o movilizó las ayudas, con ese escudo social milagroso que multiplica el dinero a fondo perdido gracias a sus sólidos principios políticos y un corazón que no le cabe en el pecho.

La historia ya nos la conocemos y con Sánchez cada tragedia es una oportunidad: nunca una invitación a la autocrítica, la asunción de responsabilidades o la rectificación. Con cada una de ellas redobla su hoja de ruta y, lejos de enmendarse o de pagar la factura, instrumentaliza los desperfectos para aumentar la apuesta.

Ahora le toca al gran apagón, envuelto en otra nebulosa artificial para disipar la evidencia de que todo se debió a las decisiones sectarias de un Gobierno dispuesto a sostener que, cuando la ideología es incompatible con la realidad, lo que sobra es la realidad.

Y esa realidad es que el sistema eléctrico español depende, en su origen, de una empresa cuyo mayor accionista es el Estado, está encabezada por una exministra socialista hoy desaparecida y desoyó unos cuantos avisos sobre lo que podía pasar, por el estado de las infraestructuras y la decisión política de priorizar las energías renovables hasta eliminar, prácticamente, todas las demás: el día del colapso, el porcentaje de energía solar y eólica fue de en torno al 70%, lo que hizo inviable la alternativa cuando la fuente principal quebró.

Que en ese escenario Sánchez se permita redundar en su desprecio a las centrales nucleares, tildadas de «ecológicas» por Teresa Ribera al cruzar los Pirineos y perseguidas por ella cuando está en Madrid; y culpar a las empresas del sector; no solo es una mentira indecente, también es una coartada para huir una vez más de la escena del crimen y borrar su huella en los hechos.

Las calamidades pueden sobrevenir, pero en todas las que ha padecido España aparece una mano que, lejos de paliarlas, las multiplica, alimentadas por una especie de talibanismo político y el deseo impúdico de convertirlas en un arma arrojadiza.

Pero sea cual sea el relato que Sánchez imponga, pagando a tantos por los servicios prestados, la realidad no cambia: aumentó el peligro del coronavirus, desapareció en la emergencia valenciana e indujo el gran apagón de España. En alguien que convierte la imputación de su hermano y de su esposa en una oportunidad para atacar a la prensa y coaccionar a los jueces, nada extraña ya. Pero decirlo, las veces que haga falta, es ya una obligación moral que cualquier persona decente debe asumir al precio que sea. El ladrón no puede seguir pasando por policía.