- La mayor parte de las personas han echado de menos el acceso al dinero en efectivo, las linternas de pilas, las radios, o, incluso, las velas. Parece que muchas de las pequeñas cosas que echamos de menos forman parte de lo que las autoridades europeas incluían en el kit de supervivencia
Comentaba en este espacio, hace un mes, el pasado 5 de abril, la reacción de la mayor parte de los medios de comunicación españoles y de la opinión pública, en general, tras la divulgación, por parte de las autoridades de la Unión Europea, de la recomendación de dotarse del llamado «kit de supervivencia», equipado con diversos recursos, para disponer de un plazo de tiempo de unas 72 horas, en el que, individualmente, pudiéramos arreglárnoslas, en el caso de que las ayudas de los servicios públicos pudieran no estar, momentáneamente, disponibles para socorrernos, tras una catástrofe medioambiental o provocada por el ser humano y tuviéramos que ser nuestro propio primer recurso de subsistencia.
Muchas críticas se vertieron sobre la divulgación de esta información, considerada frívola por algunos, excesivamente alarmista por otros y exagerada por muchos.
Consideraba yo, igualmente, en aquel momento, que, frente a cualquier crisis, es muy posible que sus primeros impactos pudieran no ser totalmente destructivos, sino que se produjeran de manera progresiva y comenzaran por someternos a adversidades no destructivas. Imaginemos, decía, si, como impacto inicial, «nos vemos privados de los recursos tecnológicos que, formando parte de nuestra vida cotidiana, tales como televisores, radios, teléfonos, recursos eléctricos y muchos otros, dejasen de funcionar eficazmente o lo hicieran de manera peligrosa y tuviéramos que prescindir de su utilización. Imaginemos, igualmente, si los primeros impactos se manifiestan como alteraciones en las cadenas de suministro, privándonos del acceso fácil a recursos básicos como alimentos, agua, líquidos o medicamentos habituales. Calculemos qué impacto tendría ello, repentinamente, en nuestras vidas y cómo podríamos afrontarlo con alguna expectativa de éxito».
No trataba entonces, ni ahora, de ser alarmista ni intimidatorio, sino prudente, sereno y riguroso. Es necesario analizar los eventuales peligros a los que pudiéramos tener que enfrentarnos y prevenirnos sobre cómo podríamos disponernos a afrontarlos en tanto las ayudas de los demás pudieran llegar en nuestro auxilio. Solamente prevención. Nada de alarmismos injustificados.
Esta semana hemos vivido un evento absolutamente impactante en nuestra realidad cotidiana. Lo que se ha denominado el «gran apagón». Aquel apagón que algunos calificaban como imposible y cargados de vehemencia ideológica y sectaria calificaban como de bulo malintencionado. Así lo manifestó el periodista Javier Ruiz, en la Cadena SER, dejando caer al final de su intervención que él no acusaba a nadie de ese bulo, pero preguntaba a la audiencia, con cierto tono misterioso, a quién creían ellos que podría beneficiar («a ver, déjenme pensar, decía», dando a entender que él lo sabía). El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Senado, fue menos sinuoso, manifestando, por derecho, que la posibilidad de un gran apagón sólo formaba parte de las «expectativas apocalípticas de la derecha y de la extrema derecha».
En fin, como todos los españoles saben, aunque los militantes de los partidos de izquierda se obstinen en no reconocer que los españoles, efectivamente, lo saben, el Gobierno y sus correligionarios ideológicos no desaprovechan ocasión alguna para hacer del debate sobre cualquier materia vehículo de confrontación, cuando no de criminalización o satanización de sus adversarios políticos.
Lo importante, en realidad, no es eso, sino el impacto real que sus obstinaciones tienen en el devenir cotidiano de la vida de los españoles. Aunque el Gobierno mantiene todas las hipótesis abiertas sobre la causa del gran apagón, admite, eso sí, que hubo un período de cinco segundos en el que la red eléctrica española perdió, sin que, de momento, se sepa muy bien por qué, 15 gigavatios de energía, lo que se corresponde, aparentemente, según dicen los expertos, con el 60% del consumo requerido en aquel momento, por lo que el conjunto de la red «se vino abajo». Comienza ahora el debate sobre el proceso de incorporación de las energías renovables a nuestro modelo energético o el descarte o reducción de la participación de otro tipo de energías, como las nucleares o las hidráulicas.
Sin entrar en ese debate, fundamentalmente técnico, aunque, como digo, siempre hay quien no desaprovecha oportunidad alguna para convertirlo en un debate ideológico y arremeter con él contra quien no comparte sus aproximaciones en asuntos, repito, de carácter técnico, lo que toca al común de la ciudadanía es valorar las consecuencias que este nuevo incidente ha tenido en su vida ordinaria y revisar en qué aspectos le ha pillado preparado y en qué otros, habría preferido encontrarse mejor dispuesto para reducir las adversidades o las incomodidades que esas adversidades producen en su vida.
Es aquí cuando entra en juego el proceso que, en muchas organizaciones, las militares desde luego, aunque no exclusivamente, denominan de lecciones aprendidas. Es decir, el proceso mediante el que, a través de la observación, el análisis de lo observado, la propuesta de modificaciones en los procedimientos vigentes, la validación de estas modificaciones y su incorporación a una nueva manera de proceder, contribuyen a mejorar, permanentemente, la eficacia de nuestras actuaciones, adaptándolas a la realidad cambiante.
En esta experiencia que hemos vivido, hemos podido constatar, de primera mano, la importancia de infinidad de aspectos de nuestra vida cotidiana que damos por naturales cuando detrás de ellos existe siempre un componente técnico que los hace accesibles para nosotros y que permanece oculto a nuestra observación. Pongamos, por ejemplo, el funcionamiento de las puertas eléctricas de locales o ascensores, la disponibilidad de todo tipo de dispensadores de recursos o sustancias necesarias, como cajeros automáticos, datáfonos o surtidores de combustible y en general todo aquello que se apoya en las tecnologías más recientes y que descarta las anteriores.
No se trata de convertir nuestras vidas en un paraíso de lo «vintage», pero sí de no descartar aquello cuyo funcionamiento nos resulta menos oculto o más evidente. La mayor parte de las personas han echado de menos el acceso al dinero en efectivo, las linternas de pilas, las radios, o, incluso, las velas. Parece que muchas de las pequeñas cosas que echamos de menos forman parte de lo que las autoridades europeas incluían, hace algo más de un mes, en el kit de supervivencia.