Pablo Martínez Zarracina-El Correo

Reino Unido ·

  •  Cuando pasaron diez años del Brexit, Nigel Farage todavía estaba aquí

Lo que pasa con Farage es que no puedes deshacerte de él». Así comenzaba la crónica que Camilla Long escribió para ‘The Times’ desde la sede del UKIP la noche del referéndum del Brexit. Aquel fue el gran momento de Nigel Farage, arquitecto y bufón del movimiento populista que lo cambió todo. Llegó tras una década de extremismo y esperpento que incluyó montañas de mentiras, escándalos y hasta un accidente en una avioneta electoral. A las pocas horas de ganar el referéndum, Farage informó de que había sido «un error» asegurar que la salida del Reino Unido de la UE permitiría redirigir 350 millones de libras semanales al Sistema Nacional de Salud. La palabra que en aquella época no se le caía de la boca era ‘decente’.

Han pasado casi diez años en los que Farage ha aumentado el número de mentiras y escándalos, añadiendo al inventario algunas aventuras trumpistas y una participación en el ‘reality’ selvático ‘Soy famoso… ¡Sacadme de aquí!’. Y ahora Reform, el partido que lidera desde junio, gana por seis votos las elecciones parciales en el feudo laborista de Runcorn y Helsby y se cumple lo que advertían las encuestas: Farage hunde a los ‘tories’ y se convierte en la alternativa a Keir Starmer. En un plano aún simbólico, o sea, más peligroso: donde Farage no se mueve bien es en la realidad.

En Runcorn y Helsby muchos votantes repetían las quejas del Brexit y han apostado por el mismo estafador sonriente. Como si lo que le pidiesen a la política fuesen promesas furiosas e incumplimientos puntuales. Sus testimonios son desoladores. Todo apunta a que el éxito de Reform radicalizará a los laboristas en asuntos como la inmigración. El fracaso de la política tradicional para enfrentar los extremismos populistas incluso cuando estos ya han demostrado su naturaleza es desolador. Lo entendió Camilla Long aquella noche de 2016 en la que lo imposible comenzó a ser más que probable. No puedes deshacerte de alguien ajeno al ridículo, invulnerable a la mentira, adicto a la treta y beneficiario del escándalo. «Por mucho que lo intentes, por mucho que calmes tus heridas, por mucho que esperes que haya sido golpeado y vencido, él regresa cada seis meses como un sonrojado, urticante, sonriente, gesticulante y monstruoso caso de herpes político».

Madrid

Bombilla de independencia

El 2 de mayo de 1808 los madrileños se levantaron contra las tropas francesas para expulsar al invasor y para facilitarle dos siglos después a Isabel Díaz Ayuso las comparaciones. Avanzando en el extraño espectáculo del nacionalismo madrileño, Ayuso celebró ayer los actos del Dos de Mayo relacionando con gran desenvoltura la Guerra de Independencia con el apagón del lunes. Y eso que el lunes Francia ayudó con las interconexiones. En el acto se dio la mezcla ya habitual de culto a la lideresa y obsesión en lo tocante a la guerra cultural. Eso explica, por ejemplo, que las grandes cruces del Dos de Mayo lo mismo se le otorguen a madrileños relevantes que a un campeón de MMA de origen georgiano que ha vivido media vida en Alicante y lleva unos meses empadronado en la capital. Volviendo al apagón, Alberto Núñez Feijóo pidió ayer una auditoría no solo independiente sino internacional. Es fácil imaginar a Francisco Galindo, el mediador salvadoreño, pensando que no son tan habituales los clientes así en un negocio como el suyo y ofreciendo a la velocidad del rayo las tarifas ventajosas, los descuentos por fidelidad, las tarjetas de puntos con las que la quinta internacionalización de lo que sea ya te sale gratis.