Miquel Escudero-El Correo
No hay duda de que nuestros votos, aunque necesarios, acaban siendo muy poca cosa al perder su control. Contra toda apariencia, es mejor no resignarse al amargo fatalismo y a la inacción. ¿Qué hacer, pues? No renunciar a expresarnos allá donde podamos. Quiero hacer una convocatoria a los ‘intelectuales periféricos’. ¿Quiénes son?
Son gente corriente que aparece en el fondo del cuadro de la historia que se reseña y cuyos efectos todos padecemos. Pertenecen a lo que desde Unamuno se llama intrahistoria. Se les podría llamar ‘intelectuales anónimos’. ¿Pero por qué intelectuales si no ejercen como tales?
Es frecuente oír que el mundo de hoy carece de intelectuales que orienten. Hay que distinguir entre quienes tienen relieve y resonancia y quienes no. Al estar fuera del ruido dominante y con poca posibilidad de tener eco, a estos últimos se les niega tal condición y se les reduce a personas instruidas. Dentro de un amplio espectro, mi esperanza está en quienes tienen inquietud por comunicarse, ilusión por saber y rechazan la pedantería. Siendo distintos en ideología, les une el deseo principal de obtener verdad en lo que tratan (buscándola con afán y dudas) y de respetar a las personas (escuchadas y atendidas, al margen de cualquier discrepancia).
Acaso concentrados en su vida privada y en su situación personal, despliegan sus intereses y actividades en cosas que no merecen titulares, pero que importan. Su valor social reside en que transmitan lucidez, proximidad, equilibrio, seriedad y buen humor; caracteres que doblegan al despotismo y al abuso, siempre cínico, soberbio o estúpido. Por esto los ‘dueños’ los quieren desenfocados.