Diego Carcedo-El Correo

  • La paz tiene un precio que hay que ajustar a diferentes intereses llamados cabos sueltos

Las guerras tienen un estallido rápido y fácil, lo difícil– la Historia nos lo demuestra– es el final. La de Ucrania, que es el ejemplo más actual y próximo que tenemos, se prolonga desde hace más de dos años y apenas intuimos cómo va a terminar. Los tejemanejes entre Putin y Trump, con Zelenski, al que quizás estos niveles de negociación le quedan altos, es evidente que ya tienen pergeñados los detalles, pendientes de flecos, intereses económicos y cuestiones de imagen. Los balances de muertos y refugiados no cuentan gran cosa..

Sin la OTAN detrás, y de eso se encargan los Estados Unidos, Ucrania no podrá resistir mucho tiempo y acabará cediendo oficialmente a Rusia la península de Crimea y los territorios ya ocupados donde la mayor parte de sus habitantes habla ruso – eso saldrán ganado mientras los multimillonarios norteamericanos se quedarán con el derecho a explotar las llamadas piedras raras que tnecesitan para seguir enriqueciéndose y compitiendo con los chinos gracias a los aranceles.

Y, entonces, «¿por qué no se acelera el acuerdo de paz?», nos preguntamos. Pues porque la paz tiene un precio que hay que ajustar a diferentes intereses llamados cabos sueltos. Lo que menos preocupa es que mientras se ajustan detalles, siguen los drones volando sobre las cabezas de la gente, y el número de víctimas, aumentando. La guerra como genérico es así, siempre ha sido y será. La de Gaza, por ejemplo, cuenta con otros protagonistas, los que luchan en la Franja, Israel y Hamás. A Netanyahu algo de razón no le falta, que para declarar el alto el fuego deben ser liberados los rehenes judíos que aún quedan, mientras los líderes palestinos de la Franja, algunos residentes en Qatar, saben que para seguir ganando apoyo internacional necesitan dejar que las víctimas sigan aumentando.

Las guerras son consustanciales con el ser humano, afirman algunos fatalistas con experiencia. En eso el hombre se distingue poco de los animales entre los que el grande siempre se come al pequeño. Y por eso se repiten unas veces por conflictos fronterizos y otras por las disputas por el poder. Cuando terminó la II Guerra Mundial, algunos ingenuos pensaron que sería la última, pero enseguida estalló la Guerra Fría y ya el presente en que, según cálculos, las guerras actuales suman más que las que acumuló Hitler hace ochenta y cinco años. Haciendo un repaso sucinto por continentes. en su mayor parte están África, desde Libia a Burkina Faso, el Sahel, Etiopía, la República del Congo, Siria, el Yemen, Camerún o los «sudanes», el del Norte y el del Sur, que incluyen dos enfrentamientos civiles donde sólo había uno.

Pero también hay guerras en el resto del planeta. Por ejemplo, en Latinoamérica la de Colombia, en Europa, ya se ha dicho, la de Ucrania y la de Siria, además de las que protagonizan los curdos reivindicando su independencia contra Turquía, Iralk. Irán y. la propia Siria que de la violencia armada no se ha librado. La paz, toquemos madera, sólo reina en la UE, 27 países nada menos sin guerra Se explica muy bien que haya que rearmarse para mantenerla. Nunca es gratis.