El cardenal Robert Francis Prevost no estaba entre los favoritos, pero sí aparecía en algunas de las quinielas mejor informadas por su condición de hombre de confianza del papa Francisco, aunque con personalidad y perfil propio.
El nombramiento como Papa de Prevost, que ha elegido para sí mismo el nombre de León XIV, no ha satisfecho a quienes habrían deseado una ruptura radical con la doctrina de Bergoglio o a los que ansiaban un continuismo sin matices, aunque aliviará a aquellos que buscaban un perfil no rupturista, pero que a la condición de misionero sumara la de gestor y diplomático.
El papa León XIV ostenta a priori un currículo más completo que el del papa Francisco, aunque sin llegar a la condición de intelectual de Benedicto XVI.
Su relativa juventud, además, augura un papado largo. Prevost tendrá el tiempo necesario para llevar a cabo un trabajo con poso y perspectiva de futuro.
León XVI es también el primer Papa nacido después de la II Guerra Mundial, lo que le permite ser calificado por tanto de «primer Papa del siglo XXI» en un sentido histórico, político y social.
Licenciado en Matemáticas, estudió también Filosofía y Teología, y ha desarrollado la mayor parte de su actividad pastoral en Perú.
Prevost, que habla varios idiomas, y entre ellos el español, fue nombrado por Francisco prefecto de la Congregación de Obispos, entre cuyas atribuciones está la de seleccionar a los nuevos obispos de la Iglesia.
La elección de su nombre de Papa parece significativa. León XIII fue el autor de la encíclica Rerum novarum, que está considerada como el documento que funda la doctrina social moderna de la Iglesia. León XIII fue además Papa en una época de crisis y de grandes cambios sociales y geopolíticos, unas circunstancias cuyos paralelismos con nuestra época son evidentes.
Resulta difícil aventurar cuál será la posición de Prevost respecto a asuntos tan sensibles como el papel de la mujer en la Iglesia, los abusos sexuales o las familias LGBT, aunque pocos esperan una ruptura con la doctrina tradicional. Ruptura que ni siquiera se produjo con el Papa Francisco, cuyas declaraciones públicas de flexibilidad en determinados puntos de dicha doctrina nunca llegaron a concretarse en la práctica.
El único punto oscuro de su biografía es la denuncia presentada contra él por tres hermanas de su diócesis por su presunta pasividad en un caso de abusos sexuales. No existen mayores pruebas de dicha pasividad, pero el episodio fue utilizado por sus detractores para intentar descabalgarle de las quinielas de papables.
Dichas maniobras, a la vista está, no han tenido mayor éxito, lo que da una posible pista de su endeblez. Porque difícilmente habrían nombrado los cardenales Papa a alguien contra el que pesaran acusaciones siquiera verosímiles de conducta impropia.
León XIV será también el primer Papa estadounidense, una condición que esconde matices: la genealogía familiar de Prevost, y sus lazos con España, Italia, Francia y Haití, son producto de ese tradicional melting pot de la sociedad estadounidense hoy demonizado por Donald Trump.
El nuevo Papa, en fin, ha sido recibido con esperanza precisamente por no encajar en el estereotipo que deseaban los más radicales a uno y otro lado de la trinchera política. Prevost no es un rupturista y no se distanciará por tanto ni de la obra de Bergoglio ni de la doctrina tradicional de la Iglesia.
En este sentido, su elección puede ser vista como un ejemplo más de esa tradicional finezza vaticana tan consciente de que la Iglesia católica opera en el mundo real como de que el reino de Jesús no es de este mundo. Prevost es, en fin, una de esas jugadas maestras que la Iglesia católica gusta de ejecutar en los momentos en los que parece asomarse al abismo.
El papa Francisco, y lo ha defendido EL ESPAÑOL en sus editoriales, no pudo, no quiso o no supo escapar de esa polarización que se ha enseñoreado de la política internacional desde hace al menos dos décadas. Pero la Iglesia ha sabido escapar en esta ocasión de la trampa con la elección de un Papa tan inesperado como intachable.
Ahí, en ese equilibrio perfecto entre tradición y continuismo, se sitúa la figura de León XIV, el as en la manga de una Iglesia que ha sorprendido una vez más a todo el planeta.