- La bandera de Sánchez es la consigna, el mandamiento de una religión política, auténtico opio para un pueblo engañado, despistado y silente. Se apoya en una bancada de palmeros que le deben cargos y sueldos. Cuando caiga el sanchismo todos caerán con él
En 1949 se publicaron dos obras de visiones bien diferentes, pero de preocupación compartida: «España como problema», de Pedro Laín Entralgo, y «España sin problema», de Rafael Calvo Serer, que se entendió como una respuesta a Laín. El objetivo común: desvelar el ser problemático de nuestro país debatido por los intelectuales ya desde más de un siglo antes. El choque entre la tradición y el cambio, tantas veces tintado de sangre. Laín se detiene en «la dramática inhabilidad de los españoles, desde hace siglo y medio, para hacer de su patria un país mínimamente satisfecho de su constitución política y social». Y seguimos en esa «dramática inhabilidad». Es la resurrección de las dos Españas de antaño separadas ahora por el muro alzado por Sánchez. Los suyos a un lado y al otro todos los demás.
Este es el principal problema de España hoy. Tiene nombre: Sánchez. Envuelto en su soberbia, egocéntrico, falso, sin escrúpulos. Es débil, temeroso, pero con un desmesurado concepto de sí mismo Y acaso lo más dañino: sin ideología. Todo lo ideologiza, pero carece de ideología definida y permanente. Es cambiante. Se mueve como un junco a los vientos que le azotan. Utiliza un disfraz ideológico más moderado o más radical según le conviene. En Bruselas desvanece su radicalismo, y en España lo exaspera. Contenta a sus socios de Gobierno que son, como su asumido comunismo, de otro tiempo. Hasta China tuvo que acceder a una mixtura con el capitalismo. Mantiene sin voz ni libertad a su pueblo, pero deja enriquecerse a los de confianza. Y, mientras, se arma para lo que pueda venir.
La bandera de Sánchez es la consigna, el mandamiento de una religión política, auténtico opio para un pueblo engañado, despistado y silente. Se apoya en una bancada de palmeros que le deben cargos y sueldos. Cuando caiga el sanchismo todos caerán con él. Es un rebaño ciego hacia el precipicio repitiendo «sí bwana». A veces me asombra. Un suicidio político colectivo no es fácilmente comprensible. El objetivo del amo es polarizar, dividir, enfrentar, insultar y confundir. Gracias a ese manual de resistencia a cualquier precio, mantiene sus sueños imperiales sobre el colchón de Moncloa. No puede salir a la calle sin recibir cornadas verbales, pero le da igual. Probablemente ni lo admite como cierto; la realidad queda fuera de su control.
Sánchez está a un timón sin barco. Y sus afines pasajeros fantasmas, sumisos, escuchan, impertérritos, músicas adormideras hacia el fatal iceberg. Trampea, se engaña y nos engaña, es feliz ante los espejos, se adora a sí mismo, miente, no da explicaciones de nada porque él se siente por encima de todo y de todos. Y, sobre todo, de la verdad. Lo ideologiza todo, pero no gestiona, no resuelve. Magdalena Álvarez, al ser nombrada ministra por Zapatero, afirmó aquello de «las infraestructuras son de izquierdas». No hizo nada, pero quedó la frasecita ideológica. No se acometieron las infraestructuras previstas en 2004 contra las riadas que hubiesen evitado los gravísimos efectos de la dana. Puente, el faltón, el eslabón perdido, ha hundido la antes admirable eficacia ferroviaria. No se entera de nada y sigue felicitándose. Una política energética errónea, con sobrevaloración de las renovables, despreció a las nucleares y se propone cerrarlas mientras Francia las refuerza y la UE apuesta por ellas. Hasta Teresa Ribera es ahora partidaria de la energía nuclear tras su fracaso estruendoso en España. Su sueldo lleva a esta inútil a cambiar de ideas.
Sánchez quiso aparecer en la UE como el artífice de un sueño vano: conseguiría el país más verde, el campeón de las renovables. Y se le fue la mano. El resultado fue el gran apagón, el caos nacional y al menos cinco muertos. Nos salvaron Francia y Marruecos. Nunca habrá explicaciones de Sánchez. Un consejo de expertos amiguetes nos emplaza para dentro de seis meses, esperando que el problema se olvide. Pero la explicación es Sánchez, su incompetencia alzada desde un ego desbocado.
Este es el problema principal al que se enfrenta España. Un solo hombre, fanático, que se cree clarividente y no pasa de ser un mediocre con suerte rodeado de personajillos que sin él no se hubiesen alzado a los pedestales desde los que miran con desprecio al resto de los españoles. Páginas de nuestra Historia recogen similares coyunturas despreciables. España salió de ellas. El daño quedará ahí y afectará gravemente a quienes lleguen después. Pero a Sánchez y a los suyos, perdidos ya entre sombras, no les importará.