Agustín Valladolid-Vozpópuli
Manipular o engañar a los ciudadanos para mantenerse o alcanzar el poder carcome la política y favorece las posiciones más extremas y antidemocráticas
Uno de los problemas de la política española es que, en demasiadas ocasiones, no precisamente episódicas, los responsables políticos no han defendido la posición que les tocaba defender; no han estado donde debían estar, en el lugar en el que los ciudadanos esperaban que estuvieran. Es un problema grave por redundante y desorientador, que acelera la corrosión de la actividad política y favorece las posiciones más extremas y antidemocráticas.
Hay muchos ejemplos en el pasado con los que ilustrar lo anterior, pero nada parecido a lo de ahora. Nunca habíamos asistido a una concatenación de episodios como la que en los últimos años ha acelerado de forma alarmante este proceso de degradación. Un proceso que tiene un actor y activador principal, al que ahora me referiré, pero en el que desgraciadamente todos colaboran.
El Partido Popular, sin ir más lejos, acaba de moverse de su teórico lugar natural, renegando del liberalismo que dice defender, al alinearse con los que han decidido torpedear por razones exclusivamente partidistas (ni siquiera políticas) una operación bendecida por la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia (CNMC) y en la que los accionistas son los únicos legitimados para decidir.
Al aceptar el intervencionismo político en una decisión que desprecia a los accionistas y ningunea a la Comisión de la Competencia, Feijóo ignora uno de los fundamentos doctrinales de su discurso y convalida la adulteración oportunista de sus principios políticos
Que el trato que el Banco Sabadell da a sus clientes sea mucho mejor que el servicio que presta el BBVA a los suyos, no es motivo suficiente para justificar que se promueva desde el poder político el veto a una operación que se apoya en la lógica de un mercado que trasciende nuestras fronteras y en el que el tamaño es un factor esencial de competitividad.
Cuando Alberto Núñez Feijóo acepta el intervencionismo (y provincianismo) de una decisión que degrada a la CNMC -mientras con la boca pequeña se exige neutralidad e independencia a los organismos reguladores-, no solo ignora uno de los fundamentos doctrinales de su discurso; también convalida la adulteración oportunista de sus principios políticos. Y lo peor de todo es que sabemos que nada de esto ocurriría si no estuviéramos hablando de un banco catalán.
Debiera protegerse algo más Feijóo de sus consejeros pragmatistas, no fuera a ser que su mayor preocupación, cuando llegue el momento de la verdad, no sea Vox, sino el porcentaje de desengañados que decidan quedarse en casa o acaben votando en blanco. El líder del PP no tiene un problema de carisma -y si lo tiene es en esta coyuntura intrascendente-, pero podría ser que la política mercenaria le ocasione uno mucho más real provocado por un discurso electoralista que desacredite su supuesto respeto por la palabra dada, por la coherencia.
Lo peor que le podría pasar al líder del PP es que acumule casos de retractación suficientes como para que la maquinaria de propaganda gubernamental le equipare con el gran embustero. Difícil, pero no imposible. Difícil, cierto, porque si hay alguien que según el precepto 2464 del Catecismo ha transgredido como ningún otro dirigente político conocido el mandamiento (octavo) que prohíbe falsear la verdad, ese es Pedro Sánchez. Vamos con él.
La madrastra nuclear frente a las inocentes renovables
Esta semana a Sánchez le ha venido Dios a ver. León XIV, para ser más exactos. El cónclave ha sido el mejor aliado de un personaje que el miércoles pasado, en el Congreso de los Diputados, demostró que cuando el relato se desmorona lo que hay debajo es nada con gaseosa. Un presidente demediado que hace mucho decidió que solo iba a gobernar para una parte de la sociedad y al que el apagón del lunes 28 y el caos ferroviario del lunes siguiente, 5 de mayo, han desnudado en toda su mediocridad.
Tan en pelotas se quedó en el hemiciclo que aunque el manto papal vino después en su ayuda, no ha sido distracción suficiente para tapar el espectáculo de un falsificador profesional que, de entrada, nos intentó colar el cuento del doble sabotaje (de tanto manosearlo el peligro ultra va a acabar desacreditado como argumento efectivo), para a continuación accionar una vez más el fatídico dispositivo de la confrontación: “Si no polarizamos estamos muertos”, contaba Fernando Garea que le había confesado un miembro del equipo presidencial.
Tras ese primer intento fallido, Sánchez nos contó una película de dibujos animados en la que la energía nuclear era la madrastra que maltrata a las inocentes renovables. Ni más ni menos que el discurso que había pedido que le escribieran, sin que nadie osara avisarle del riesgo que asumía de caer alguien en la cuenta de que al ser las mismas empresas las propietarias de las unas y de las otras, de las buenas y de las malas, el relato era muy sencillo de desmontar. Como así ocurrió.
Estamos ante un presidente demediado al que el apagón del lunes 28 y el caos ferroviario del lunes siguiente, 5 de mayo, dejaron sin relato alternativo posible al de su desnuda y absoluta mediocridad
Las centrales nucleares no pararon para evitar un sobrecalentamiento del núcleo, sino porque no había demanda de consumo eléctrico. Ni eran las únicas que no tenían capacidad para reiniciar el suministro; tampoco las eólicas o fotovoltaicas (ese papel correspondió a las hidráulicas y las de ciclo combinado, con ayuda de las nucleares francesas y de las de marroquíes alimentadas con carbón). Tampoco es cierto que Von der Leyen abomine de la energía nuclear, más bien al contrario.
Los países nórdicos no han renunciado a esta fuente de energía, como Sánchez dio a entender, sino que por lo general la consideran indispensable y en algún caso (Suecia) proyectan la construcción de nuevas centrales. Tampoco es verdad que en España no haya uranio. Al revés, en nuestro país se localiza una de las más importantes reservas de ese mineral, pero la Ley de Cambio Climático de 2021 prohíbe su extracción. Sobre el apagón, muy pocas de las rotundas afirmaciones del presidente respondieron a la estricta verdad, como se pudo comprobar.
Porque Sánchez topó esta vez con los de Ciencias, con ingenieros y expertos que no tardaron en desmontarle la fábula. ¿Pasará algo similar en la próxima cumbre de la OTAN? Lo pregunto porque no es descartable que los socios de la Alianza pongan algunas objeciones al llamado Plan Industrial y Tecnológico para la Seguridad y la Defensa (¡qué imaginativos son poniendo nombres!), cuya coordinación recaerá en un Comité Nacional de Seguridad y Soberanía Tecnológica (¡qué cargantes son creando comisiones y comités!) dependiente de Presidencia del Gobierno, de Manuel-de-la-Rocha-estamos-salvados, que no de Margarita Robles, la ministra menguante.
Hace demasiado tiempo que Sánchez no está en su sitio. El miércoles pasado, apoyado en un discurso de gauchismo rancio atestado de datos falsos e información adulterada, demostró que ha perdido no ya el control del país, sino el de su propio equilibrio
De los 10.471,14 millones de euros destinados a alcanzar el 2% del PIB, más de la mitad se van en aumento de sueldos y “apoyo a la gestión de emergencias y desastres naturales”. Las fuentes de financiación del plan también dan pie a una justificada sospecha: reasignaciones presupuestarias de partidas no ejecutadas, menor necesidad de fondos de liquidez por la salida de las Comunidades Autónomas a los mercados, créditos no ejecutados de organismos autónomos…
¿Tragarán los aliados o le pondrán la cara colorada a nuestro presidente? En España, Sánchez está abrasado. Fuera se le está acabando el crédito. Aceleradamente. La política internacional era su principal punto de apoyo cuando se le ensuciaba el patio de casa. Ya no es siempre así. Los informes de los embajadores más influyentes acreditados en Madrid apuntan a una pérdida de reputación causada por lo que alguno califica de “inexplicable y duradera dependencia de minorías en momentos que requieren otras alianzas”.
Hace demasiado tiempo que Pedro Sánchez no está en su sitio. Ni está ni se le espera. Y el miércoles pasado, apoyado en un discurso de gauchismo rancio repleto de datos falsos, información adulterada y demagogia de saldo, demostró que ha perdido no ya el control del país, sino el de su propio equilibrio. Que León XIV rece por nosotros.