Juan Carlos Girauta-El Debate
  • El señorito ya no sabe cómo transmitir a los disidentes que, por razones sobre las que no hay que incidir, la satisfacción de los aparceros del norte es necesaria para cualquier decisión

Bolaños trabaja para que España sea la finca de su señorito. El insensato caporal no se considera sometido a la Justicia. Algunos aparceros, acostumbrados a gozar de autonomía sobre esa huerta, aquel establo o aquella granja, llegan a creerse que no deben obediencia a su señorito. Eso es porque no conocen la lealtad al amo. Gustan los díscolos de soltar inconveniencias en la taberna, el lugar donde se forma la opinión de la finca toda. Acogiéndose a normas que con este señorito ya no rigen, se creen libres los aparceros, ante la larga y pringosa barra, de decir lo que les plazca sobre la gobernanza de la finca, manifestar dudas sobre las cuentas que resume el señorito cuando se dirige al personal, insinuar el desaprovechamiento de recursos. Llegando a criticar abiertamente a los intocables aparceros del norte y a tildarlos de egoístas, forajidos o ladrones.

No entienden que, por mucha manía que les tengan y por muy oscuros que sean sus manejos, los aparceros del norte son sagrados. No son sus iguales digan lo que digan las obsoletas normas. El señorito ya no sabe cómo transmitir a los disidentes que, por razones sobre las que no hay que incidir, la satisfacción de los aparceros del norte es necesaria para cualquier decisión. Que si ellos no obtienen ventajas, se acabará la propiedad de la finca, se acabará todo. ¡Qué necesidad tendrán de ir a malquistar en la taberna! En realidad lo hacen para desahogarse, pues no lanzan amenazas concretas ni prevén participar en eventuales expropiaciones. O sea, nunca van a constituir una amenaza verdadera. Pero —¡pardiez!— tienen la maldita manía de dar sus opiniones, en especial para denostar el desigual sistema de aparcerías.

Cuando el caporal era Ábalos, los mensajes del señorito llegaban con toda la carga del escalofrío, contenían el anuncio de futuros, indefinidos males a quien sacara los pies del tiesto. Los antecesores del señorito lo resumieron así: «Quien se mueve no sale en la foto». Como el ambiente se ha embrutecido bastante, lo de la foto —que tampoco es tan difícil— no lo entienden en general, y lo que con Guerra estaba clarísimo parece ahora un mensaje tan ambiguo que alguno lo tomaría por su contrario. «Yo no quiero salir en ninguna foto, que luego se habla». En resumen, hace falta un tipo duro, sin manías. De poco sirven hoy los hombres de «mano de hierro en guante de terciopelo». ¡De terciopelos, nada! Cuando el señorito decía «que este deje de tocar los cojones», o «aquel es un petardo», Ábalos no lo endulzaba, y aunque el vicio de opinar en público, en la taberna, no se les acababa de quitar, al menos se quedaban con el miedo en el cuerpo. Menos tosco, pero igual de servil, Bolaños prefiere la indirecta, poco efectiva. Hay que ser por lo menos juez para identificar sus argucias y obligarle a decir la verdad, que es lo que tiene que hacer un testigo. Puente, un Ábalos desaprovechado, anda hecho un basilisco.