Manuel Marín-Vozpópuli

  • No podremos decir que no nos lo advirtió. Dijo que era posible gobernar sin el Parlamento y es sencillamente lo que está haciendo

El tipo se presenta en el Congreso a debatir el aumento de 10.000 millones más en gasto militar, dedica 157 minutos a justificar por qué a España se le han fundido los plomos culpando a cualquiera menos a su Gobierno, y termina hablando del Prestige, el Yak 42, el 11-M y una Dana con la que se ha hecho un Pilatos lavándose las manos de cualquier responsabilidad. El tipo se sube a la tribuna y nos dice que las nucleares son perfectamente inútiles, desprecia a los expertos que apelan a un ‘mix’ energético razonable y operativo, y termina ensalzando las energías renovables y verdes -ese eufemismo- ocultando a la parroquia que los gestores y ‘propietarios’ de esas renovables son… esos mismos “ultrarricos” que tanto criminaliza. ¿Conclusión? La legislatura consiste en insultar la inteligencia del ciudadano sin que lo parezca. La pantomima del sanchismo no tiene final. A cada desguace, un culpable. A cada catástrofe, un ultrarrico. A cada procesamiento en casa, una risotada. A cada tren averiado, un sabotaje. A cada verdad, una mentira. El muro que crece… y Junts o Podemos, en su falsaria espiral de amenazas, siguen manteniendo al Gobierno con respiración artificial. Nada se sale del guion previsto.

Caemos en la trampa continuamente y nos quedamos como estúpidos mirando el dedo y no la luna de esta democracia de apariencias. Sánchez acude al Congreso con una excusa (debatir sobre seguridad nacional), monta un argumentario irrisorio con otra (el apagón), y concluye sin votar la primera, mofándose de la segunda y desempolvando el chapapote de un petrolero hundido en noviembre de 2002. Es el sanchismo mágico. Lo grave no es que el sanchismo se haya convertido en sí mismo en un fraude de ley, sino que además se jacte de la anomalía democrática de cancelar a todo un Parlamento con carcajadas desde sus escaños. El pleno del Congreso de esta semana ha sido la demostración más exacta de una perfecta simulación: aparentar que se debate algo, argumentar que así cumple con la ley, y después eludirla sin sonrojo y sin votar. Sánchez ha consagrado la España por decreto, y cree que para justificar su desprecio por la legalidad basta y sobra con elogiar la paciencia ejemplar de los españoles ante cada socavón de su gestión.

La pantomima del sanchismo no tiene final. A cada desguace, un culpable. A cada catástrofe, un ultrarrico. A cada procesamiento en casa, una risotada. A cada tren averiado, un sabotaje. A cada verdad, una mentira

No podremos decir que no nos lo advirtió. Dijo que era posible gobernar sin el Parlamento y es sencillamente lo que está haciendo. Ha creado una quimera legislativa basada solo en someter a aprobación lo que sabe a ciencia cierta que podrá sacar adelante. Incluso aunque carezca de más valor que el demagógico, como la reducción de la jornada laboral. Aprueba un proyecto en el Consejo de Ministros, lo exhibe de modo propagandístico, lo eleva al Congreso a sabiendas de que no será aprobado, y en el subconsciente colectivo queda la idea de que lo ha intentado, pero la derecha maligna ha impedido que los españoles trabajen un poco menos cada semana. Bueno para el convento. En España ha dejado de legislarse y el sanchismo se maneja a empellones de simulaciones con apariencia de normalidad. El Congreso se ha convertido en un escaparate para exhibicionistas donde los ministros y los diputados autómatas aplauden de forma mecánica, enamorados del amado líder y conscientes de que están haciendo el ridículo como meros maniquíes abúlicos.

Lo ocurrido estos días se resume en dos premisas. Se debatió una propuesta presupuestaria sobre seguridad nacional que debió votarse y no se votó porque ahora en el Parlamento solo se vota si Sánchez va a ganar. Y por el contrario, se ha votado algo que nunca debió someterse a votación, en un simulacro de referéndum popular sin garantías, para opinar sobre una OPA entre dos compañías privadas. Si a eso se le añade que el caos ferroviario se debe a una conspiración judeomasónica de una derecha que madruga los lunes a sabotear al Estado, o que el apagón no tiene causa definida pero sí culpables, el resultado de la ecuación es la configuración de un Estado confabulado contra el Gobierno. ¡Pobre Sánchez, nadie le quiere! Es el relato de un trumpista de manual. Somos más pobres, pagamos más impuestos sin reversión en la mejora de los servicios públicos, pero siempre salimos más fuertes. Es grande la cosa.

Sánchez acude al Congreso con una excusa (debatir sobre seguridad nacional), monta un argumentario irrisorio con otra (el apagón), y concluye sin votar la primera, mofándose de la segunda y desempolvando el chapapote de un petrolero hundido en noviembre de 2002. Es el sanchismo mágico

La primera clave esencial de este populismo asambleario, más propio de la izquierda dogmática que invocan los autócratas iberoamericanos que de la Europa de las democracias liberales, es la sustitución progresiva del Parlamento por un Tribunal Constitucional que usurpa las funciones jurisdiccionales del Tribunal Supremo. De este modo, el sanchismo ha logrado que su disciplinado comisariado político del Tribunal Constitucional sea quien realmente legisle suplantando a la soberanía nacional. Y, en segundo lugar, estamos ante la evidencia de que es el Gobierno quien decide qué se vota o qué no, independientemente de lo que establezca la Constitución.

Abierta la veda, imaginemos entonces otra consulta popular más allá de la OPA entre BBVA y Banco de Sabadell. Por ejemplo, que ciudadanos como Milton Friedman, Chiquilicuatre, Pedro Picapiedra o Paco Jones voten si consideran delictiva o no la conducta de Begoña Gómez o de David Sánchez. Si la farsa saliese con una mayoría del ‘no’, el Gobierno gozaría de un aval similar al que obtuvo Pablo Iglesias de sus bases con la compra de un chalé en Galapagar. Esta broma para incautos podría quedar ahí, pero en realidad tiene un fondo inquietante. Nada de lo que hace el sanchismo es inocuo. Es la raíz para imponer un argumento asambleario que sustituya a la auténtica soberanía nacional por otra soberanía, una soberanía popular de ficción.

Creado el esperpento, ¿quién se impone? ¿La voluntad ciudadana expresada con estas urnas compradas en los chinos o la ley votada en un Parlamento, el Código Penal por ejemplo? La conclusión es alarmante porque ese es el punto en el que una democracia representativa empieza a ser esquilmada por una democracia directa. ¿Cómo podría una ley dictada por unos cuantos diputados imponerse sobre el auténtico deseo del pueblo expresado en una consulta pública? No es lo que se decide. Es lo que va influyendo en el imaginario popular a base de bombardearlo. Es la sustitución del principio de legalidad por un simplismo populista alegal. Si elevamos exponencialmente el argumento, la trampa podría servir para determinar si Milton Friedman, Chiquilicuatre, Pedro Picapiedra o Paco Jones querrían ver a Cataluña separada del Estado. Y así todo.

El pleno del Congreso de esta semana ha sido la demostración más exacta de una perfecta simulación: aparentar que se debate algo, argumentar que así cumple con la ley, y después eludirla sin sonrojo y sin votar. Sánchez ha consagrado la España por decreto

Conviene leer el reciente libro ‘La democracia después del populismo’ (Tecnos), del que son autores y coordinadores los brillantes Javier Redondo y María Inés Fernández,. “El populismo, que es antipolítica, ha erosionado las instituciones, debilitado la democracia y deteriorado la convivencia. España no es una excepción y, contrariamente a lo que sostiene el grueso de la disciplina de la Ciencia Política, no hay un populismo bueno y otro malo. En España, la antipolítica penetró mediante la convergencia entre el separatismo catalán y la izquierda radical, extrema y antisistema o antiglobalista. Ambos compartieron el mismo lema, la misma falsedad: la democracia está por encima de la ley. De modo que, bajo una supuesta defensa, que es un espantajo, de la democracia deliberativa o asamblearia, que llamaban democracia real, camuflaron la democracia plebiscitaria, consistente en eliminar, supeditar o desprestigiar a los órganos intermedios, especializados y de control del Ejecutivo, incluidos el Parlamento y el Poder Judicial. El PSOE de Sánchez absorbió toda la agenda, retórica y proceder de Podemos y, por instinto de supervivencia, acepta la narrativa separatista”. Nada que añadir, Señoría.